Veinte años no es nada pero tres son un montón

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(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)

La Argentina se ha convertido en un país extraño donde veinte años no es nada pero tres son un montón. Porque el pensamiento populista, ya se sabe, no solo es mágico sino atemporal. Así es cómo quienes manejaron esta nación a su antojo durante la década más favorable de su Historia y justificaban el desastre creado mencionando las culpas de Menem y la Dictadura, eventos ocurridos veinte y cuarenta años antes, respectivamente, acosan ahora al gobierno al grito de "Ya van tres años". Y bien, el gobierno de Cambiemos no habrá solucionado muchos de los problemas heredados, pero no creó ninguno de ellos. Para 2015, al final del ciclo populista, ya estábamos en recesión, la inflación era altísima y los índices de pobreza, crecientes; con la enorme diferencia de que la macroeconomomía K nos estaba llevando a otro colapso como los de 1975, 1989 y 2001 gracias a sus déficits cuatrillizos: fiscal, comercial, energético y de infraestructura. Cuatro bombas de tiempo activadas por el populismo que en solo tres años este gobierno "fracasado" revirtió.

No todos los objetivos incumplidos del Gobierno han sido, claro, producto del marco internacional desfavorable y de la mayor sequía en décadas. Pero tampoco sobra recordar que la única vez que el peronismo debió enfrentar desde el Gobierno un cambio negativo en el marco internacional -la crisis del petróleo de los Setenta- el país tuvo el primer shock socioeconómico de su Historia -el Rodrigazo- y el Gobierno se desmoronó. No. El ejemplo de 2008 no sirve para demostrar la capacidad peronista de sortear una crisis. Primero, porque se saldó con el retroceso anual del PBI más importante de la última década (-6%, cuatro veces mayor al que se espera para este año). Segundo, porque también provocó una caída de las tasas de interés internacionales que le permitió al kirchnerismo terminar su mandato evitando una corrida al dólar que sin los dólares que fluyeron hacia los emergentes hubiera sido fenomenal.

Para hacer un balance de estos tres años es necesario recordar que -además del desastre provocado entre 1973 y 1976- el partido de los únicos que saben gobernar este país dispuso tres veces en la Historia -con Perón, con Menem y con los Kirchner- de una década de gobierno ininterrumpido; décadas de las cuales el país siempre salió partido por una grieta política y al borde de la bancarrota. Es de aquí, de la conciencia de que por primera vez los argentinos estamos dejando atrás un gobierno peronista sin agarrarnos a los tiros y sin pagar la tarjeta de crédito reventada con un ajuste socioeconómico fenomenal, que puede acaso empezar un balance realista de estos tres años de gobierno. Visto así, desde la realidad y no desde el deseo, los argentinos y este gobierno estamos obteniendo dos logros sin precedentes en el camino hacia un país normal. Uno, político: el de Cambiemos será el primer gobierno civil no peronista que concluya su mandato desde que en 1928 lo hiciera el de Alvear; con lo que se habrá terminado la democracia jibarizada que el peronismo impuso volteando a Alfonsín y De la Rúa al grito de "solo nosotros podemos gobernar". Parece poco pero es mucho. Que la voluntad ciudadana sea respetada y la alternancia en el poder se produzca cuando lo establece la Constitución y no cuando los punteros del PJ lo deciden es una condición necesaria de la democracia republicana que desde el final de la Dictadura nunca se cumplió. Y quienes piensen que se trata de un mérito mínimo deben explicar por qué, si era tan fácil, pasaron nueve décadas desde la última vez que se logró.

El segundo éxito de Cambiemos es económico. El kirchnerismo dejó un país desvalijado; con un déficit fiscal de 7% igual al de 2001 y una carga tributaria 50% mayor; un saldo negativo de la cuenta corriente cuatro veces mayor que en 2001; una caída media del PBI per cápita de 0,7% promedio entre 2011 y 2015; un Banco Central con reservas netas negativas; 30.4% de pobreza; diez millones de personas en edad laboral sin empleo más dos millones "empleados" en planes sociales; tres personas cobrando cheques del Estado por cada trabajador privado en blanco; un sistema previsional inviable con solo 1,7 trabajadores activos por cada jubilado y 460.000 juicios jubilatorios; una infraestructura destruida cuyos costos hacen inviable la producción y provocaron las masacres de Once y La Plata; un déficit energético de us$4.600 millones anuales; atraso cambiario; precios relativos distorsionados y tarifas regaladas al costo de una total desinversión. Más el cepo cambiario y el default. Es una herencia mucho peor que la que los militares le dejaron a Alfonsín y Menem a De la Rúa, con un colapso en puerta que a duras penas se evitó. Hoy, con gran esfuerzo, por primera vez el país está logrando enderezar sus variables macroeconómicas sin subir la pobreza dramáticamente -como ocurrió en 1989 y 2002- ni volar por los aires -como en 1975 y 2001-.

Podrá parecer poco a los que creen que en tres años pueden revertirse setenta de decadencia, o si se compara la situación con las expectativas exageradamente optimistas que caracterizaron hasta ahora a esta gestión. Pero quienes vimos llegar la Dictadura después del Rodrigazo, y caerse la tablita de Martínez de Hoz hasta provocar la fuga hacia adelante de Malvinas, y desaparecer nuestra moneda en las híper de 1989/1990, y subir la pobreza 50% en el 2002 de Duhalde, no estamos dispuestos a regalarle el esfuerzo que están haciendo los argentinos a quienes armaron la bomba de tiempo que hoy se está desactivando y proponen volver al camino que lleva a Venezuela.

En su primera etapa, el Gobierno intentó corregir las variables macroeconómicas que nos estaban llevando a un crack anunciado por el cepo cambiario y el default al mismo tiempo que bajaba la pobreza y rehacía la infraestructura. Con los mercados pidiendo 10% de tasa anual en dólares esa simultaneidad de objetivos se hizo inviable y dejó tres caminos posibles. El de aceptar esas tasas y postergar el colapso por dos años; el de aplicar un ajuste salvaje parando la obra pública, anulando los planes sociales y despidiendo a miles de empleados públicos; o el que se adoptó: ir al FMI, corregir en un solo año lo que estaba planificado en tres y aceptar que solo dos de los tres objetivos pueden cumplirse simultáneamente: enderezar las variables macro para poner las bases de un crecimiento real a largo plazo y reconstruir una infraestructura necesaria para revertir la decadencia económica y atacar la pobreza estructural.

Hoy, comparar llanamente la inflación y la pobreza con la de 2015 es cerrar los ojos a que los índices actuales se producen mientras el país está dejando atrás sus déficits cuatrillizos: fiscal, comercial, energético e infraestructural. Es decir, las causales históricas de la decadencia nacional. Ya salimos del cepo cambiario y el default, que postergaron el colapso en 2014/2015 pero dejaron una bomba de tiempo activada. Y para el año que viene recuperaremos los superávits "gemelos" -primario y comercial- que Duhalde había conseguido al precio de aumentar 50% la pobreza en 2002, y que doce años de kirchnerismo liquidaron completamente. También se está revirtiendo la situación en energía, donde estaremos en superávit en 2020 después de diez años de déficits causados por una desinversión deliberada y sistemática. Como era sistemática la desinversión en infraestructura cuyas consecuencias se pagaron en Once, en La Plata y en las rutas de la muerte de todo el país.

Y bien, en estos tres años se llevan construidos 2.850 km. de autopistas, lo mismo que en toda la Historia nacional; que se suman a los 301 km. de calles de tierra pavimentadas en el conurbano bonaerense y a los doce corredores de Metrobus construidos en todo el país. Lo mismo está pasando con los ferrocarriles, otro sector en el que nuestro retroceso viene de lejos. En el de cargas, como el Belgrano, el mandato de Cambiemos terminará con una renovación total de 6.600 km. de vías y con 10.900 km a los que se les está haciendo el mantenimiento estructural que no se hizo por décadas. Están en construcción los viaductos del Mitre, el San Martín y el Belgrano Sur que permitirán eliminar 27 barreras y elevar verticalmente la frecuencia de un medio de transporte público esencial. Se terminaron ya trece pasos bajo nivel en Capital y el conurbano y hay otros cinco en construcción, y comenzó el soterramiento del Sarmiento después de años de anuncios y postergaciones. Frenos automáticos japoneses se están instalando en todas las líneas y marcarán un antes y un después en materia de seguridad. Además, se construyeron 900 km. de vías, se concluyeron la electrificación del Roca a La Plata y el ramal Bosques-Claypole, y se renovaron estaciones en todas las líneas, como bien se ve en Retiro y Constitución.

En el transporte aéreo, conector vital para la industria turística y el Interior, se remodelaron veinte aeropuertos y hay otros ocho en ejecución, con el hito histórico de El Palomar, primer aeropuerto low-cost inaugurado en el país. Y el plan de saneamiento que llevará agua potable al 100% de los habitantes del país y cloacas al 75% no se detiene pese a la crisis. Están en ejecución los sistemas Riachuelo, Berazategui y Agua Sur, y las plantas de tratamiento de Lanús, Fiorito, Sudoeste y Hurlingham, que beneficiarán a casi doce millones de personas. Es cierto: la pobreza de ingresos no ha bajado; pero la pobreza estructural, la más difícil de combatir, está en franca disminución.

En eso está el Gobierno. Abandonando el cortoplacismo y apostando a que una sociedad que ha crecido y no quiere volver atrás. Y en eso está el país. Apechugando un momento difícil pero lejano de las crisis terminales que cada diez años lo hacían volar por los aires. Pero un país no es solo su economía y un gobierno no es solamente su ministerio de Finanzas. Y si el balance económico de Cambiemos es deficitario respecto a las expectativas generadas y es necesario dar explicaciones, también es justo recordar los enormes avances que se están dando en todos los demás campos de la vida nacional. Y como se me terminó el espacio disponible los invito a leerlo en mi nota de mañana; Veinte años no es nada pero tres son un montón (2).

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