El papa Francisco y la mundanidad

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El Santo Padre en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium al dirigirse a los agentes pastorales les dice: "No a la mundanidad espiritual" y da algunos ejemplos de ello (Acápite 120) propiamente dirigidos hacia adentro del clero. "La mundanidad espiritual que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal". Y en sus homilías el Papa, con un sentido más amplio, reitera muchas veces la caída de los hombres en la mundanidad. Por eso queremos reflexionar sobre este término.

Precisamente la mundanidad puede estar referida a los distintos campos del quehacer humano, sea la religión, la ciencia, la política u otros. En general se entiende por tal el tipo de vida donde el individuo vive un vivir frívolo, inauténtico, es absorbido por el mundo, dominado, arrastrado por el afuera y sometido a lo inmediato, lo temporal y lo finito.

El mundo de Dios, mi mundo propio y el mundo ajeno

¿Cuál es mi mundo propio? El mundo que me ha sido dado, y el mundo que yo he seleccionado y hecho. Cómo me hice y cómo me hago, hacia dónde dirijo mi vida. Desde una perspectiva psicológica enseñaba Jean-Claude Filloux que la personalidad se forja en la interrelación dialéctica entre lo dado (natura) y lo adquirido (nurtura). Resultado de esa interrelación se va desarrollando mi mundo. Entre lo que soy y los elementos del mundo general que ejercen influencia sobre mí: mi madre, mi familia, mis amigos, mi comunidad. Y también por lo que yo actúo sobre el mundo.

Al mismo tiempo, como acontecer, mi "mundo propio" es mi "destino", que consiste en lo que me sucede sea por azar, a causa de mi voluntad consciente o inconsciente y por el afuera. A medida que se aproxima a los bordes, dice Romano Guardini, mi mundo propio se funde con el mundo ajeno o desconocido (Mundo y persona, Ed. Encuentro).

"No traces tu frontera/ ni cuides de tu perfil /todo eso es cosa de fuera" decía poéticamente Antonio Machado.

Aquí hay un claro peligro, dice Guardini: que el mundo ajeno o desconocido me invada. Entonces tengo que rechazar la invasión del mundo de afuera y eso "constituye el trabajo maravilloso, siempre perturbador y siempre reanudado del individuo". En esta tarea tiene que ver la autoafirmación, la voluntad, la fuerza vital, la capacidad, los sentimientos y la fe.

"El Reino de Dios está en medio de vosotros: no busquéis cosas raras, no busquéis novedades con esta curiosidad mundana. Dejemos que el Espíritu nos lleve adelante, con esa sabiduría que es una suave brisa" dice Francisco.

Así, el cristiano que en la construcción de su propio mundo dice desde la fe "venga a nosotros tu reino" (tercer versículo del Padre Nuestro) y hace del cuidado del reino de Dios su primera preocupación es obvio que le da a su "mundo propio" y a su "destino" un camino seguro que lo distancia de lo mundanal.

Pero ¿cómo podemos ver el reino de Dios que nace? se pregunta Francisco. Y dice que el reino de Dios ha venido con la encarnación de Cristo en la Tierra y vendrá nuevamente. Mientras tanto camina con nosotros y nos da la esperanza para el mañana: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Él ha venido y vendrá su reino.

Por lo tanto, el creyente se sitúa fuera del mundo de aquel que vive inmerso en la especulación, en el mundo del dinero, de las cosas, de quien se deja arrastrar por el mundo. Y también de aquel que busca la comodidad, se acomoda al mundo acríticamente, como venga. O de quien transita por las avenidas del odio, del miedo o de la confusión. Pensemos en el adicto a las drogas, en el que abusa, roba o mata. O simplemente piénsese en el hombre "estandarizado".

En tales casos el hombre, mientras no se revele, quedará encerrado por el mundo. "La sabiduría dice que el mundo se entrega al que es independiente de él".

Esa es la primera preocupación del creyente, albañil de su propio mundo. El que elige el camino propio que no es ni el camino fácil y ni siquiera el más conveniente. Mundo que nunca termina de desarrollarse y que nunca estará terminado. Que siempre estamos a tiempo de repararlo. Y que nunca estará terminado porque, usando la metáfora de Guardini antes citada, aquí también los bordes de la existencia se funden con la eternidad.

La mundanidad en las homilías del Papa

-La mundanidad del "progresismo adolescente"

"Existe siempre el peligro de esa especie de 'burguesía del espíritu y de la vida' que empuja a acomodarse, a buscar una vida cómoda y tranquila" (discurso en las jornadas dedicadas a los representantes pontificios, 21 de junio de 2013). Dicen "debemos ser como todos, debemos ser más normales, hacer como hacen todos".

Cuando el Santo Padre desde San Francisco de Asís reclamó a los cristianos que se despojen siguiendo el ejemplo del santo y enseguida respondió lo que muchos dirían. "¿Pero no podemos hacer un cristianismo un poco más humano, sin cruz, sin Jesús, sin despojamiento?" Entonces contestó: "¡De este modo nos volveríamos cristianos de pastelería, como buenas tartas, como buenas cosas dulces! Muy bonito, ¡pero no cristianos de verdad!".

-La mundanidad de la globalización

Hemos explicado la diferencia que el Papa hace entre las figuras de la esfera con que se representa el planeta y la figura del poliedro que propone la Iglesia. En cada cara es cada cultura que se distingue y es respetada y se da la mano y se hermana con las demás caras pero no desaparece. No se negocia, no se entrega hasta desaparecer en aras de la globalización como ocurriría en la esfera. Textualmente dice: "No es la bella globalización de la unidad de todas las naciones, cada una con sus propias costumbres pero unidas, sino que es la globalización de la uniformidad hegemónica, es la del pensamiento único. Y este pensamiento único es fruto de la mundanidad".

-La mundanidad de la curiosidad insaciable

El 14 de noviembre, también en Santa Marta, señaló a la curiosidad mundana como otra manifestación de mundanidad espiritual "cuando nosotros queremos apropiarnos de los proyectos de Dios, del futuro, de las cosas; conocer todo, tener todo en la mano".

-La mundanidad de la corrupción

Reiteradamente el Papa denuncia "la astucia mundana" de quienes viven de la corrupción y el soborno, a lo cual nos hemos referido en este medio. "¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba, pero ¿cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza quizá con un pequeño soborno, ¡pero es como la droga!".

"La dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día y no de esos caminos más fáciles que al final te lo quitan todo".

-La mundanidad de la información

Otra es la superficialidad que "aleja de la sabiduría, porque solamente interesan los detalles, las noticias, las pequeñas noticias de cada día" dice Francisco.

Agreguemos que los medios y en especial la multitarea digital que, como se ha dicho, favorece la información y la educación. Pero no es menos cierto que al mismo tiempo aviva las distracciones compulsivas, hace más complejo y potente la utilización de las imágenes y las palabras. Como sabemos, las palabras producen sentido, crean realidad y, a veces, funcionan como potentes mecanismos de subjetivación. Ya lo dijo Marcuse en El hombre unidimensional. Las palabras nos hacen decir palabras que nunca dijimos, nos hacen culpables o inocentes, son creadoras de realidad, nos hacen consumidores sin sentido y son capaces de volcar nuestra inteligencia contra nosotros mismos. Son creadoras o destructoras de sentido. Y en "la sociedad de la información" y de "la opinión" la palabra ocupa un lugar dominante que según se use refuerza o destruye la experiencia y la verdad.

Cuando la mundanidad se adueño de la política

Nicolás Maquiavelo, en el 1513, a través de Il Principe, legitimó las buenas y las malas artes de la política y separó lo público de lo privado. La inmanencia de la política de la trascendencia de la religión. La moral quedó reducida al orden subjetivo y la limitó al orden privado quedando excluida de lo público. Ubicó al príncipe "más allá del bien y del mal" y le atribuyó su gran "virtú" en mantenerse en el poder y para ello consideró legítimo utilizar cualquier medio. Este notable pensador que vivió entre los siglos XV-XVI iluminó las aberrantes aventuras de muchos políticos europeos y latinoamericanos al fundar el estatuto de la mundanidad en el campo político. Y cada vez que hubo un vínculo fuerte entre la moral y la política fue destruido desde el ejercicio del poder político, cualquiera fuera su régimen organizacional. Cuatrocientos años después, más concretamente en 1918, desde la filosofía política con la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción (Politik als Beruf o Política como profesión), Max Weber, más allá de sus buenas intenciones, facilitó desde la teoría política la consolidación de un capitalismo inmoral cuyas bases habían sido ya desarrolladas por los autores del utilitarismo inglés.

Estados Unidos y Europa ya eran grandes cuando se conoció la obra de Max Weber. El resultado está a la vista. Thomas Piketty afirma hoy que el 10% superior de la población ha conseguido acumular entre el 60% y 70% de la riqueza total (concentración de capital), mientras que el 10% de la población con ingresos por trabajo concentra entre un 25% y 35% del total de estos (El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty). Datos y tendencia confirmados por el premio nobel de economía Joseph Stiglitz (La gran brecha, Ed. Taurus), siendo sus estimaciones y perspectivas aún más dramáticas.

"No existe la menor duda de que la causa última de la crisis económica actual es la cultura económica neoliberal (el 'pensamiento único' dominante) con su intrínseco utilitarismo, para el que el juicio ético sigue estando subordinado a la eficiencia, a la innovación tecnológica y al consenso social, sin referencia alguna a los valores arraigados en la misma persona humana, en su conciencia moral y religiosa" afirma el pensador jesuita Bartolomeo Sorge (Introducción a la doctrina social de la Iglesia, Ed. Sal Terrae, 2017).