La Organización de Estados Americanos se apresta a elegir a su secretario general. El cargo, el "poder ejecutivo" del organismo mutilateral, es ocupado por un prestigioso dirigente continental por 5 años con una sola chance de reelección. El uruguayo Luis Almagro aspira a continuar en esa butaca en la que se sienta desde 2015.
Brasil y Estados Unidos ya han manifestado la decisión de apoyarlo. Van por Almagro. Argentina, socio estratégico de esas dos naciones y hermana en historia del Uruguay, coquetea con el misterio. ¿Por qué?
Es difícil saberlo. "Quizá sea cierto desconocimiento o ausencia de mirada prioritaria del tema. O, cómo no, es posible que todo venga del deseo de esperar a ver al resto de los países y sumarse más tarde a la mayoría", le dijo a este cronista un conocedor de los vericuetos del Palacio San Martín.
Visto así, todo luce como una impactante desprolijidad en el manejo de las relaciones exteriores. La falta de acción o la deliberada especulación diplomática están dejando mal parada a la Argentina por desidia, en un caso, o por exceso "brujuleo" de las conveniencias, en el otro.
¿Por qué Mauricio Macri y su canciller Jorge Faurie no toman partido por Luis Almagro? El uruguayo tiene una especial atención a la agenda argentina. En pleno acto de recordación en este 2018 del atentado contra la AMIA, el actual secretario de OEA se hizo presente en Buenos Aires y condenó al terrorismo internacional, autor de la voladura de la mutual judía. Allí lo miraba con atención la multitud que asistió a calle Pasteur y la familia del fiscal Nisman a quien estrechó en un largo abrazo.
El mismo Almagro respaldó la posición de Macri respecto de Venezuela. El hombre de OEA pidió por la vigencia de los derechos humanos como así también en Cuba, en donde promovió el primer seminario en suelo isleño discutiendo en la tierra de los Castro los avances ilegítimos del poder sobre los disidentes. Nada menos. Ni hablar de la intervención contundente del actual secretario en el caso Nicaragua.
Brasil vuelve a sacarle ventaja a la Argentina. No duda. Evalúa y se pronuncia. Estados Unidos, lo mismo. Hasta Colombia abre con claridad su posición. Es decir, los dos socios americanos y aliados estratégicos de la Argentina y su vecino se pronuncian y ponen peso en la agenda exterior. La Argentina, no. Y esto es extraño porque Buenos Aires ya sabe que el costo del zigzagueo en materia de relaciones exteriores se paga caro. Hay ejemplos dramáticos en la segunda guerra mundial (incomparables con esta coyuntura, es cierto) y otros de menor impacto pero bien gráficos. En todos, siempre, el peso de no mover las piezas de manera contundente y de forma primera se paga.
¿A qué juega la Argentina en la OEA? Esa sigue siendo la pregunta que tiene una única posibilidad de respuesta: la Casa Rosada.