Conclusiones e interrogantes de un G20 histórico

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Desde su concepción, el G20 fue pensado como un proceso. Al calor de las crisis económicas profundas, primero como ámbito de ministros (1999) y luego como espacio de presidentes (2008), funciona bajo una estructura muy diferente a la del ámbito institucional más relevante que es la ONU. Sin dudas el G20 ha desplazado a la Asamblea General de Naciones Unidas como centro de atención en materia de relaciones globales, sostenido en su capacidad efectiva de coordinación planetaria para enfrentar la enorme crisis económica que transitó el mundo hace una década.

Las características que presentan el G20 y los foros paralelos que se desarrollan durante el año dan cuenta de un final de época respecto de las organizaciones multilaterales surgidas en la posguerra cuando el mundo se reorganizaba bajo paradigmas que no parecen tener la vigencia de antaño.

Argentina debe su membresía al G20 a factores históricos que no tienen que ver con su actualidad. Esta reunión lo tuvo como organizador y espectador, no como protagonista, y en ese sentido, podemos decir que ha cumplido correctamente su rol, más allá de algunos deslices.

Al organizar este tipo de eventos de "alto riesgo" y visibilidad global, lo primero que se debe buscar es que no se convierta en un costo. Es decir, si fuera un partido de fútbol, en materia organizativa diría que es un partido para ir a no perder bajo ningún punto de vista y Argentina alcanzó ese objetivo de manera innegable.

Ejemplos como la performance del Colón o el despliegue organizativo y de seguridad ante posibles disturbios suman en el balance general y aportan positivamente respecto de la percepción externa del país, pero no alcanzan para hablar de éxito. El criterio de éxito del encuentro no puede ser unívoco ni exclusivo.

Desde la "realpolitik", que supone determinar si el alineamiento estratégico de Argentina es coherente en términos de conveniencia de mediano plazo, debemos preguntarnos cuál es la mejor agenda. ¿Qué intereses concretos queremos privilegiar? ¿Qué sectores? ¿A quién le queremos vender y a quién le queremos comprar? Simple: qué ganamos y qué perdemos con los vínculos que elegimos privilegiar.

No hay éxito en la selfie ni en la palmada, los logros para el país se miden en la balanza de cuenta corriente nacional, en el rol en materia de cooperación militar, en la cooperación educativa y sanitaria, y en la posibilidad de desarrollar investigación conjunta en diversos campos.

Aún es pronto para concluir respecto a esos aspectos, pero las amenazas son claras y se pueden enumerar:

-Que la guerra comercial entre China y Estados Unidos afecte el volumen de las exportaciones previsto en la ley de presupuesto 2019, o sea, a más de 74 mil millones de dólares. La tregua alcanzada, en estos días, entre ambos países es un buen augurio.

-Que se frenen las inversiones en Vaca Muerta si el petróleo se ubica debajo de los 60 dólares por barril.

Que no se abran nuevos mercados en el cortísimo plazo, para tener plan B en caso de que Jair Bolsonaro coloque un signo de interrogación sobre los acuerdos que rigen el comercio con Brasil, principal destino de nuestras manufacturas de origen industrial.

Por eso, sería muy interesante seguir los resultados de las reuniones con Indonesia (mercadazo asiático), Corea del Sur (paraíso de la innovación y el desarrollo tecnológico), Australia (modelo de exportación de servicios educativos) y otros países con líderes no tan promocionados y marketineros como Donald Trump, Xi Jinping o Vladimir Putin.

Como saldo negativo, nos queda la incapacidad de transformar sonrisas y palmadas de Emmanuel Macron y Theresa May en avances del acuerdo Mercosur-Unión Europea, y en el tema Malvinas.

La organización del G20 es un logro del país y un hito en nuestra historia. Para que podamos conocer el resultado concreto en la vida de los argentinos deberá correr mucha agua bajo el puente. Hasta aquí, las formas fueron las correctas, sobre el fondo tengo serias dudas pero no pierdo la esperanza.

El autor es licenciado en Economía por la UBA y magíster en Relaciones Económicas Internacionales. Tiene un posgrado en Historia del
Pensamiento Económico (Flacso). Preside el Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires y dirige su propia consultora.