G20: una hoja de ruta para la Argentina del siglo XXI

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(Foto: Manuel Cortina)
(Foto: Manuel Cortina)

La celebración en Buenos Aires de reunión del G20 ofrece una serie de matices sobre su relevancia en el actual contexto internacional. En primer término, como foro de alto nivel posibilita un sofisticado ejercicio de diplomacia pública y eleva el perfil internacional e imagen pública del país anfitrión. El G20 provee un ámbito temporo – espacial para cierta catarsis de carácter multilateral, provee condiciones para el diálogo directo y en lo posible la definición – declaración final mediante – de una "agenda positiva" que aporte a la gobernanza global. En segundo lugar, puede ser asumido como un punto de llegada con altas dosis de "sensibilidad" política en tanto trata de gestionar tensiones y divergencias profundas preexistentes, no solucionarlas; pero, si bien sus conclusiones no son mandatorias, generan compromisos sobre ulteriores contactos que degraden escaladas retóricas, integren intereses, consoliden alianzas y/o desescalen conflictos militares.

En este sentido, las expectativas debían ser realistas. La reunión del G-20 no solucionaría la disputa comercial entre China y Estados Unidos, pero en un "escenario neutro" (tercer escenario) sentó ambos mandatarios en una mesa de diálogo a fin de establecer una hoja de ruta sobre futuras negociaciones que apunten a moderar negativos efectos sobre la economía mundial y, fundamentalmente, atemperar sus perjuicios sobre los respectivos indicadores de crecimiento, afección de sectores productivos e intereses corporativos. Asimismo, poco serviría la reunión de Buenos Aires para que la diplomacia estadounidense recogiera reales e inmediatos frutos en su estrategia de neo contención sobre la proyección china hacia América Latina. Tampoco el G20 serviría para limar desconfianzas entre Turquía o Arabia Saudita o acercar posiciones entre Rusia y Estados Unidos sobre Ucrania, ciberespionaje electoral o fallidos acuerdos sobre limitación de armamento nuclear. Como foro de alto nivel por primera vez celebrado en América del Sur, tampoco abriría las puertas a la solución de dilemas intra europeos como el migratorio, la siempre inquietante presencia del oso ruso en las puertas de la OTAN, el cierre de la brecha entre Europa y Estados Unidos o la resolución del Brexit.

Pero sí ha servido para reflotar el espíritu con el que fue concebido y aportar opciones sobre cooperación, superadoras de disputas que nutren la agenda internacional. En un escenario global que emite crecientes señales de incertidumbre en tanto se edifica un nuevo orden mundial para el siglo XXI durante el cual, todo así lo indica, Estados Unidos y China jugarán las grandes batallas geopolíticas, su funcionalidad no puede ser puesta en duda.
En tercer lugar, el G20 nacido de la inercial voluntad de gobiernos en pleno auge de la globalización en la post Guerra Fría, y mientras se debate la crisis del multilateralismo y legitimidad de legadas instituciones del – antiguo – orden de Bretton Woods, muestra ser un ámbito resiliente ante impactos económicos (sendas crisis financieras 1997 y 2008), geopolíticos (Balcanes, Ucrania, Medio Oriente) y de seguridad internacional (11-9, terrorismo internacional); y, pese a su bajo nivel de institucionalización, se presenta como un mecanismo apto para el desplieguen de capacidades de acción y negociación internacional como actores intermedios de países como la Argentina.

Finalmente, los últimos matices son simbólicos; en el universo numerológico de la cábala el Arcano 20 significa La resurrección, y en nuestro folclore lúdico la fiesta. Esta reunión del G20 celebrada en Buenos Aires en lo factual, ha dado plenas muestras de responder a la segunda versión. La Argentina ha tratado de recuperar la iniciativa regional, reafirmó su compromiso con un orden basado en instituciones globales que minimicen opciones unilateralistas o cuyas decisiones expresen "políticas de poder", ha manifestado preferencias por evolucionar como Estado en el seno de regímenes cooperativos y el libre comercio así como en la preservación del ecosistema planetario.

Sin embargo, respecto de la primera acepción (resurrección), debemos expresarnos en modo potencial. Sus componentes son variados pero provienen secundariamente del frente externo, y principalmente del frente interno. Recuperación de la autoestima nacional, y una agenda de políticas públicas basada en la planificación y metas posibles sobre desarrollo, son solo dos entre varios.

En este orden, tal vez el G20 nos brinde la oportunidad de optar por un sendero de recuperación nacional definido por vínculos realistas – no imaginados- con un entorno internacional hostil; mediante acciones y gestos que sirvan para reconstruir la confianza en un país que, hasta hace dos años y medio, estaba en situación de default y aún hoy es percibido con bajos niveles de credibilidad. Una Argentina que no se asuma como mendicante financiera, sino busque correlacionar poder simbólico con poder real. Todo país que aprecie un destino de desarrollo debe compatibilizar ambas dimensiones.

Los atributos de poder estatal para el siglo XXI residen en tres vectores: poder político, medido en términos de cohesión social y consensos básicos interpartidarios para la estabilidad e institucionalidad democráticas; poder económico, asentado sobre un moderno sistema productivo y dinámico sector exportador; poder científico-tecnológico apoyado sobre estrategias de innovación, aplicaciones tecnológicas de amplio alcance social e interfaces con el sector educativo. Como ha dejado en evidencia la reunión del G20, las capacidades políticas, diplomáticas y de acción internacional de la Argentina están presentes, es de esperar su mayor aporte a la construcción de atributos propios de un moderno Estado – nación en el siglo XXI.

El autor es Investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, profesor y experto en relaciones internacionales.