Priorizar la seguridad global por sobre los intereses comerciales

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Faltan apenas unas pocas horas para que algunos de los líderes políticos globales más influyentes se den cita aquí, en Buenos Aires, en el marco del G20. El mundo está observando con atención cada gesto y cada mensaje de los países miembros. Las expectativas crecen en torno a los ejes que serán destacados en el comunicado final de la cumbre.

Sin dudas, las relaciones comerciales, la transformación digital, la producción energética y el empoderamiento de las mujeres serán temas que, al decir coloquial, picarán en punta. Pero hay una agenda que la Argentina, en su rol de anfitrión, sería extraño que descuidase, me refiero al fenómeno del terrorismo internacional y su principal patrocinador estatal, la República Islámica de Irán.

Este país, en el que me honra servir como embajador, sufrió no solo una sino dos veces, en su pasado más reciente, el flagelo cobarde del extremismo, con un saldo de 114 víctimas fatales. Esas vidas fueron interrumpidas abruptamente, sin réplica posible. Porque mientras los heridos fueron atendidos y los edificios circundantes a los atentados reconstruidos, ¿qué respuesta podemos dar ante la muerte?

Los ataques a la misión diplomática israelí y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) dan testimonio. El único camino que les queda a los gobiernos comprometidos con la defensa de la vida es el diálogo y la cooperación internacional. Por ello, frente al desafío de nuevos modus operandi de las redes terroristas que afectan el desarrollo normal de las sociedades, el G20 se erige como una caja de resonancia natural donde abordar esta temática.

En este sentido, la noticia de la reimposición de las sanciones hacia el gobierno de Teherán, tras el fallido acuerdo internacional denominado P5+1, que fue firmado en 2015 por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania, en torno a su programa nuclear, nos devuelve algo de esperanza. Quisiera ser especialmente claro en este punto. El problema no es negociar con el país persa, el problema es llegar a un mal negocio por el cual las potencias hacen concesiones sin recibir lo que buscan a cambio, es decir, garantizar la paz y la seguridad global.

El incumplimiento de estos objetivos del tratado tiene dos razones fundamentales. Por un lado, el programa nuclear no fue desmantelado. Las investigaciones más recientes han vuelto a demostrar que la cúpula de la administración iraní no relegó sus aspiraciones. A través del fraude y el engaño, bajo la apariencia de supuestos trabajos científicos, ha logrado conservar sus plantas.

Por otro lado, los negociadores no fueron más allá de las capacidades nucleares y, deliberadamente, dejaron fuera del texto regulaciones en torno a la conducta beligerante del régimen de los ayatolas: el desarrollo de misiles balísticos de largo alcance; el involucramiento militar en Siria, Yemen e Irak; el patrocinio a Hezbollah en el Líbano y a Hamas en la Franja de Gaza, entre otras.

A su vez, si observamos más allá de la región de Medio Oriente, resulta sencillo encontrar la huella del país chiita en otras latitudes. Tan solo en las últimas semanas, las fuerzas de seguridad belgas y danesas arrestaron a agentes iraníes que estaban planeando acciones terroristas contra disidentes de su país. Del mismo modo, en el caso de América Latina los medios de comunicación se han hecho eco del arresto de Assad Ahmad Barakat en la Triple Frontera, quien es señalado como miembro de Hezbollah y nexo financiero con Irán y el Líbano.

El continuo apoyo de Teherán al terrorismo y la acumulación de misiles resalta que el P5+1 no fue un acuerdo holístico y solo creó la ilusión de contención. En lugar de convertirse en un régimen más pacífico, las tendencias agresivas y de hegemonía de Irán crecieron exponencialmente en los últimos dos años.

Entonces, a pesar de esfuerzos loables de la comunidad internacional, el acuerdo brindó falsas esperanzas: no logró cambiar el comportamiento hostil y afectó perniciosamente la estabilidad regional. Los intereses comerciales no deberían primar por sobre las preocupaciones de seguridad global. El poder concentrado en manos de los ayatolas es lo que habilita los horrores en Siria, arma a Hezbollah y Hamas, conspira para asesinar disidentes en Europa y permite el desarrollo de misiles balísticos de largo alcance y capacidades nucleares. Una amenaza internacional de esta escala requiere la mayor atención por parte de todos los países, antes que sea demasiado tarde.

El autor es embajador de Israel en la Argentina.