Un aporte al progreso y a la paz en un año de grandes tensiones

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Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping (AP)
Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping (AP)

El mundo está pendiente de lo que suceda en Buenos Aires. Después de un año de grandes tensiones, todos esperamos las señales que produzca la reunión de líderes más importante del mundo. Menuda responsabilidad para Argentina, que tiene que moderar, coordinar y buscar los consensos para que la vara se doble pero no se rompa.

El G20 nació en Berlín, en 1999, por iniciativa norteamericana, para dar cabida a las naciones en vías de desarrollo que veían desde afuera cómo se reunía el "club de los siete grandes", Estados Unidos, Canadá, Japón, Inglaterra, Alemania, Francia e Italia, más Rusia.

El gran desafío era incorporar a China, el "gigante dormido" que había comenzado a despertarse en 1978, cuando Deng Xiaoping lanzó "la apertura y reforma" que cambiaría el destino de China y modificaría el tradicional esquema del "balance del poder mundial " que venían monopolizando las potencias occidentales, más la Rusia euroasiática).

El G7+1 era el legado de Westfalia, 1648; Utrecht, 1713; el Congreso de Viena, 1815; Versalles, 1919; Yalta, 1945 y el fin de la Guerra Fría. Más de 250 guerras regionales , semi globales y mundiales se habían sucedido durante 300 años y españoles, portugueses, holandeses, franceses, ingleses, alemanes, japoneses, rusos y norteamericanos se habían aliado, enfrentado, expandido en la periferia colonial, jugando un permanente y sanguinario ajedrez donde millones de seres humanos habían perdido la vida y otros tantos terminaron mutilados y desplazados.

Las armas nucleares alteraron este repetido escenario al plantear el peligro del holocausto final del planeta, y la necesidad de generar mecanismos de consenso universal que evitaran los bruscos desequilibrios financieros, económicos y militares cuyas consecuencias se tornaban imprevisiblemente devastadoras.

No alcanzaba más el G7 y el G20 fue el marco elegido para integrar (y pretender "domesticar", desde la óptica occidental) a quien venía creciendo a tasas superiores al 10% anuales y era percibido como una nueva "amenaza" al orden internacional.

Las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio eran las organizaciones marco que contenían al mundo en desarrollo. Pero no eran suficientemente eficaces a la hora de abordar los grandes temas que la globalización planteaba.

El primer G20 (1999-2008, que reunía a presidentes de bancos centrales y ministros de Economía ) tuvo que incluir a los jefes de Estado para contener la crisis financiera del 2008 y, por los últimos 10 años, se transformó en el ejercicio fundacional de un futuro Poder Ejecutivo planetario colegiado.

En este año 2018 apareció la amenaza de una guerra comercial entre la superpotencia mundial en ejercicio y la superpotencia emergente.

Es un año de reaparición de nacionalismos y proteccionismos que nos recuerdan mucho la década de los años 30. ¿Es posible que las agujas del reloj de la historia marchen para atrás? Yo creo que no.

A mi juicio, los intereses, más convergentes que divergentes, entre las dos superpotencias y el acompañamiento moderador de los otros participantes van a producir "el milagro" que los más agoreros descartan: un mensaje conjunto de norteamericanos y chinos de negociación consensuada de sus diferencias para evitar la profundización del conflicto.

Y, last but not least, el aporte de la conducción argentina del evento, que ha demostrado su eficacia a lo largo de todo este año.

Finalmente, y parafraseando a Jorge Luis Borges, los incorregibles argentinos demostraremos que podemos volar por encima de nuestra propia crisis y hacer un aporte sustantivo a la paz y el progreso universal.

El autor es embajador argentino en China.