En estos días de desencanto, la figura de Alfonsín se agiganta

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(Foto: NA)
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Se extraña a Alfonsín. Cómo no añorar en estos días de incertidumbre y desencanto la intensidad de su presencia. Era un tipo sencillo, de modos en apariencia simples, poco ampulosos, pero de las profundidades de su ser asomaba siempre un dejo de nobleza.

Disponía de manera generosa de eso que se solemos llamar "don de gentes": una innata capacidad de atraer y convencer. Un aura indeleble acompañaba sus gestos y movimientos e impregnaba su entorno con un toque de insoslayable magnetismo. No era magia, solo la fuerza de sus convicciones.

Su aparente bonhomía solía ser contrariada por momentos de tempestuosa vehemencia. Quienes a diario convivían con su infatigable intimidad lo describen como testarudo, enojadizo y cabrón, Un mal carácter que solía traicionarlo en el espacio público y que los periodistas nos disponíamos a sufrir cuando respondía de modo destemplado preguntas que lo fastidiaban.

También, hay que decirlo, tras la tormenta venía la calma. Alfonsín sabía pedir disculpas porqué siempre tenía en cuenta al otro, al que estaba ante sus ojos. De él no podía esperarse represalia ni venganza, actuaba de frente, visceral, por momentos también al límite, extremo, pero jugaba limpio. Confrontaba con firmeza pero nunca agredía, no usaba de su poder para herir a las personas.

La campaña del 83 renovó los canales de la comunicación política en la Argentina. RA es República Argentina y es Raúl Alfonsín. Las manos unidas de los afiches salieron de un acto en el Luna Park el 7 de diciembre del 82. La imágen que popularizó al candidato no se engendró en un laboratorio de marketing sino de la espontánea gestualidad de un hombre avasallante.

El publicista Gabriel Dreyfus, quién acompañó a David Ratto en el diseño de campaña dice que trabajaron la imagen de Raúl Alfonsín en dos andariveles, dos caras de una misma personalidad. Al hombre de fuerte impronta paternal, cálido, que hablaba en modo maestro de escuela, le contrapusieron el enérgico líder que imponía fortaleza en sus discursos a multitud. Había candidato. Ninguna necesidad de forzar ni dibujar nada.

"Eran muy duros en la interna pero no odiaban". Así recuerda Juan Manuel Casella a sus correligionarios en los tiempos de Raúl.

El ex ministro de Trabajo y varias veces diputado describe a RA como un hombre físicamente valiente, capaz de poner su cuerpo a los conflictos. Destaca que asumió su condición presidencial a modo de combatiente, que era capaz de gestos de dureza que desconcertaban. Pero, por sobre todo, también recuerda con mucho afecto otros rasgos presidenciales. Dice que era cálido, seductor, absolutamente atento y considerado. Solía sorprender a los desprevenidos interlocutores tomándole las manos mientras les hablaba, era un hábito muy suyo, muy espontáneo y muy frecuente: "Por favor Doctor, no abuse de su calidez" , le dijo un día "Cachi" cuando Alfonsín apelaba a todos sus recursos afectivos para convencerlo de que lo acompañe en una decisión que ya había tomado.

Guarda en su memoria las visitas a Olivos en los fines de semana. Intuía la angustia del Presidente cuando solía llamarlo sin tema alguno de agenda para compartir de buenas a primeras un momento a solas. Le gustaba demorarse en la conversación política. Casi todos coinciden que nunca se ensimismaba, que siempre buscaba la opinión de los suyos, que compartía sus estados, que convocaba.

"No me agarre la manito", lo frenó en seco otro ministro cuyo nombre nadie quiere dar. Los suyos le tenían tomado el tiempo sabían que cuando se trataba de persuadir al otro era implacable y tarde o temprano lo conseguía.

También echaba mano con frecuencia a su bastón de mando. Era su gesto de autoridad implícito. Cuando tenía que resolver algo o bajar una decisión ya tomada, se aferra al bastón y caminaba. Todos comprendían, sin palabras, lo que eso significaba.

Horacio Jaunarena, quien fue su ministro de Defensa durante los años más duros de la Presidencia, también recuerda que Alfonsín de esa manera: "Te hacía sentir que vos eras imprescindible para su proyecto, aplicaba una tremenda carga afectiva para convencerte, te tomaba de las manos para hablarte… tenía una gran confianza en la lealtad de su gente, descansaba en eso". También contaba con la oposición, apostaba al diálogo, al consenso, a la búsqueda de acuerdos. Intentaba comprender las razones del otro.

Jaunarena no recuerda verlo golpeado por ninguna traición. Dice que cuando alguién lo hería o maltrataba, repetía siempre la misma pregunta a modo de letanía: "¿Qué favor le habremos hecho para que nos odie tanto?" Alfonsín no odiaba. Se enfurecía, se enojaba, se despachaba y reconciliaba con intensidad, pero no odiaba. Parecía no tener incorporada, en modo alguno, la idea de que un otro podía ser su enemigo.

Tenía sí un desvelo, algo que le pesaba de manera enorme a la hora de las decisiones más difíciles: no quería una sola muerte más, no quería pagar con un precio de sangre la defensa irrenunciable de las instituciones.

En la Pascua del 87 se trepó al helicóptero que lo llevaría a Campo de Mayo desoyendo todas las recomendaciones de seguridad. Jaunarena, quién ya había estado en el cuartel, le advirtió. "mire que están desbordados". De nada sirvieron las recomendaciones. El tiempo jugaba en contra, el gran temor de RA era que los miles de personas que pugnaban por ingresar al cuartel superarán los controles y se produjera una masacre. Le importaba cuidar la vida, de todos y de cada uno. Era su obsesión.

Víctor Bugge, el fotógrafo oficial, recuerda un momento de infinita desolación en el rostro de Alfonsín, cuando lo vió parado inmóvil frente al cuerpo sin vida de una muchacha al entrar en el cuartel de La Tablada tras la refriega más espantosa de su gestión. El presidente caminaba entre los muertos y se paralizó frente a esa chica. Con mucho pudor registró ese momento de profunda soledad y desasosiego.

José Ignacio López supo contener con su profesionalismo y santa paciencia el destemplado talante de Alfonsín, se aplicó con amorosa dedicación a consensuar discursos y atemperar las intempestivas reacciones presidenciales. Fue "Nacho", no obstante, quién lo respaldó en la memorable decisión de subir al púlpito en Stella Maris para replicar con dureza la homilía de Monseñor Medina en la que sobrevolaba una insustancial y difusa acusación de corrupción. "Estaba en su derecho", sostiene hoy quien fuera su vocero, un hombre de fe al que nadie puede negar su condición de católico practicante.

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Horacio Jaunarena, a su lado durante la memorable misa de la discordia, fue el primero en enterarse de la decisión de contestar el libreto de la misa. Se preparó para asistir a un momento inolvidable y lo fue. No sería la primera ni la última de sus memorables "calenturas". Alfonsín confrontó duro con poderes y corporaciones. Enfrentó trece paros generales, revolutas militares y golpes de mercado. Asumió y pagó los riesgos y los precios.

Jesús Rodríguez reivindica su austeridad y su modestia. Dice que Alfonsín no osaba ostentar nada, ni siquiera su erudición. Incansable lector, dueño y señor de una biblioteca inmensa, dedicó horas de su vida a la filosofía del Derecho. Le gustaba escuchar música clásica y tomar buen vino. También recuerda su infinita dedicación por escuchar a los demás. Le cabía tanto la conversación con un intelectual de peso como con el más sencillo de los personajes del que tuviera algo para aprender.

El minucioso registro de los demás lo distinguió siempre. Era de una gentileza que conmovía. No se le pasaba nada. Tenía presente situaciones familiares y estados de ánimo de todos los que lo rodeaban. Preguntaba, escuchaba, acompañaba.

El discurso que pronunció el día que se inauguró su busto es su verdadero legado. En esas palabras está condensado su verdadero empeño: abrir caminos, generar consensos, sumar inteligencias y voluntades. Al menos eso es lo que sostiene "Nacho" López. Volvió a su casa con sobrellevando frustraciones y olvidos pero sostuvo firme en la defensa de su objetivo central: la defensa de la institucionalidad, la preservación a ultranza de la democracia.

Siempre buscó enmendar rápidamente la diferencias y enconos. Se reconcilió con quienes le demandaron por diferencias de criterio y errores.

"Fue el mismo antes, durante y después" dijo Mauricio Macri al dejar inaugurada la muestra "Alfonsín por Alfonsín" que recupera su memoria para las generaciones que vendrán.

Se fue como entró, con lo puesto. Volvió a su viejo departamento de la calle Santa Fe. Desde allí siguió fatigando lecturas y conversaciones. Siempre involucrado, atento, dispuesto a sumar.

Horas antes de abandonar esta vida le pidió a Margarita Ronco, su inclaudicable ángel de la guarda, que le leyera las noticias del día. No quería irse sin saber que estaba pasando.