Desdoblar o no desdoblar, esa es la cuestión

En el mundo de las campañas electorales se suele sobreestimar el peso de la definición de los eslóganes, los spots y todo lo relativo a la identidad visual, y al mismo tiempo subestimar la planificación estratégica en relación con los escenarios en los que la contienda tendrá lugar.

Si cada campaña y cada electorado son únicos, cada estrategia lo debería ser también. No hay una única estrategia, sino una gran diversidad de alternativas y posibilidades, en función de los múltiples factores que inciden en cada elección. Entre estos factores fundamentales, que hay que tener muy presentes a la hora de diseñar una estrategia electoral exitosa, está no solo el nivel de la elección (nacional o local, ejecutiva o legislativa), sino también el de la concurrencia o no de estas. En concreto, la alternativa de la simultaneidad o el desdoblamiento entre las elecciones nacionales y provinciales plantea desafíos que pueden matizar, o incluso obturar, la gravitación de determinados factores en la campaña. Y ello puede, dadas ciertas circunstancias, beneficiar o perjudicar a los actores en pugna.

El calendario estratégico de 2019

Los principales espacios y precandidatos están en un momento de definición de posicionamientos y discusión de posibles estrategias, en función de los diversos escenarios alternativos que se van delineando conforme nos acercamos al comienzo del proceso electoral.

Si bien lo que circuló esta semana es un cronograma electoral tentativo cuya plasmación definitiva estará sujeta a las inminentes negociaciones políticas, la definición sobre qué día vota cada provincia y su concurrencia o no con la elección nacional será determinante para que cada espacio contendiente pueda delinear sus respectivas estrategias de cara a 2019.

Las estrategias, al menos si aspiran a ser exitosas, se tienen que ajustar a los contextos, las candidaturas y los electores, y no al revés. En ocasiones, nacionalizar una campaña local puede resultar lo más inteligente, sobre todo en escenarios donde el candidato local se puede beneficiar de la imagen positiva del presidente o su gobierno. En otros casos, lo mejor es provincializar la elección, en especial en aquellos casos en los que se quiere evitar la asociación con un gobierno nacional que tiene en el distrito alta imagen negativa, o cuando el desgaste de la figura del presidente amenaza con horadar la imagen del gobernador que aspira a la reelección.

Lo cierto es que solo cinco distritos —provincia de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jujuy, Salta y Formosa— estarían unificando su cronograma electoral con el de la nación, es decir, el mismo día que se elija gobernador o jefe de gobierno se tendrá la boleta de presidente.

Un escenario que no solo da cuenta del desgaste con que el gobierno nacional encara la próxima campaña electoral, sino que plantea a Cambiemos, pero también a los oficialismos provinciales, importantes desafíos de cara a construir las "razones de voto" necesarias para obtener el triunfo en 2019.

Empuje versus arrastre

Desde mediados del siglo pasado, la ciencia política ha venido estudiando de manera sistemática los efectos que las configuraciones electorales y de partidos tienen sobre los resultados de los comicios. Entre los diversos e importantes hallazgos está el de la identificación del "efecto arrastre" y su contracara, el "efecto empuje".

En general, se ha encontrado evidencia de que una candidatura presidencial fuerte puede generar un efecto arrastre —una suerte de contagio— respecto a candidaturas a priori menos atractivas, como pueden ser las provinciales o las legislativas. En resumidas cuentas, la boleta presidencial arrastra consigo a las otras boletas.

Por el contrario, exitosas propuestas electorales a nivel subnacional —provinciales o municipales— pueden generar un efecto de empuje sobre la boleta presidencial y beneficiarla. El objetivo de este tipo de apuestas consiste en reducir el voto cruzado —split voting— o el corte de boleta, transfiriendo de alguna manera la fortaleza de una candidatura local a la boleta presidencial.

La Ciudad de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires y Jujuy son los tres distritos gobernados por Cambiemos —Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Gerardo Morales, respectivamente— que unificarían su calendario electoral con el de la nación. Esta es una apuesta que tendría como gran beneficiario a Macri, ya que los tres mandatarios le están garantizando que 15,3 millones de electores, el 46% del padrón nacional, concurra el mismo día a los comicios para renovar cargos provinciales y nacionales.

No solo es una cuestión meramente matemática, sino que en estos tres distritos sus mandatarios gozan tanto de una buena imagen de gestión como de altos niveles de aprobación en términos de imagen personal, con lo cual si su performance local fuese positiva, como se especula, el beneficio para la candidatura presidencial de Macri sería directo.

Junto a los distritos de Cambiemos mencionados, el calendario se unificaría también en las provincias de Salta y Formosa, gobernadas por peronistas —Juan Manuel Urtubey y Gildo Insfrán—, a las que se sumarían las dos provincias que ya eligieron gobernadores en 2017 —Santiago del Estero y Corrientes—, las que solo elegirían en dicha fecha cargos legislativos. Sumados los siete distritos, el porcentaje del padrón que vota el mismo día a presidentes y a cargos provinciales supera entonces el 55% del total nacional.

Sin dudas, con esta reducida cantidad de provincias, pero ciertamente valiosas en términos de incidencia en el padrón, Cambiemos deposita una dosis de esperanza en que su performance electoral nacional se vea impulsada por las campañas locales.

En el otro extremo, separar los cronogramas locales respecto al nacional tiene un doble sentido para los gobernadores peronistas. Adelantar las elecciones o desligarlas de la contienda nacional no solo evita el posible efecto arrastre de la nación respecto a candidatos de Cambiemos locales, sino que también es una oportunidad para posicionar a estos últimos a nivel nacional.

Así, varios gobernadores peronistas aspiran a que, ganando en sus provincias, se genere una expectativa en la opinión pública respecto a su participación directa o indirecta en la contienda nacional. Ganando la gobernación antes de los comicios nacionales se puede potenciar o apuntalar una candidatura nacional afin al espacio que busque competir contra Macri. Si bien la lógica es simple, lo cierto es que ello está lejos de garantizar el triunfo.

Estrategias y errores de campaña

Una buena estrategia electoral debería siempre aprovechar los elementos favorables del contexto y neutralizar los elementos negativos. En relación con el empalme o la diferenciación con una campaña nacional, la fórmula es simple: según la imagen de la gestión nacional o de los candidatos del mismo partido, la campaña deberá promover la nacionalización o, por el contrario, llevar el terreno de la contienda al plano estrictamente provincial.

Así las cosas, si la configuración del cronograma electoral que trascendió esta semana se mantiene y se explicita en los papeles, todo pareciera indicar que quienes más arriesgan son la gobernadora María Eugenia Vidal y el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta. Ambos podrían desdoblar sus elecciones ejecutivas locales y consolidar, sin mayor dificultad, un segundo período al frente de sus distritos. Sin embargo, todo indicaría que ambos mandatarios están dispuestos a absorber la imagen negativa del Gobierno nacional y tratar de compensarla con las altas imágenes positivas que ostentan. La sensación es que Vidal y Rodríguez Larreta renunciaron a un triunfo holgado a cambio de aportar a la continuidad del proyecto Cambiemos a nivel nacional.

Muchos analistas han señalado que la estrategia que ha caracterizado al kirchnerismo en la oposición ha sido la de "cuanto peor, mejor", es decir, mientras peor le vaya al Gobierno nacional, más rédito obtendría el otrora oficialismo de cara a un potencial retorno al poder. Ciertamente esta estrategia no es original, ya que, por un lado, se basa en una famosa frase del Perón en el exilio de Puerta de Hierro ("No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores") y, por otro lado, prescinde de las habilidades propias que, con una buena estrategia, el candidato podría potenciar. Dejar echado a la suerte el resultado de una contienda electoral o, peor aún, a la capacidad del adversario, es, quizás, el primer error de cualquier estrategia de campaña, marcando nuevamente una subestimación respecto no solo al adversario sino también al electorado.

En su influyente obra De la Guerra, Carl Von Clausewitz esgrimió: "La estrategia determina el lugar donde habrá de emplearse la fuerza militar en el combate, el tiempo en que esta será utilizada y la magnitud que tendrá que adquirir". En otras palabras, la estrategia comprende el dónde, el cuándo y el cómo de la contienda. Si bien para el decimonónico militar prusiano dicho combate se ajustaba solo a la esfera de la guerra, lo cierto es que, a casi doscientos años de su fallecimiento, la coyuntura muestra la pertinencia que sus ideas tienen para analizar y abordar al escenario político-electoral.

El autor es sociólogo, consulto político y autor de "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar, 2017).