Bolsonaro, los militares y la percepción de amenaza a la seguridad nacional del Brasil

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El proceso electoral en Brasil y el ascenso de la candidatura del diputado y capitán retirado del Ejército Jair Bolsonaro, acompañado en la fórmula por un general de la misma institución también pasado a retiro el año pasado luego de fuertes declaraciones sobre la clase política y la corrupción, motivan y motivarán una gran actividad en el mundo de la ciencia política y en los análisis sobre la futura dinámica política y socioeconómica del Brasil.

La cuadruplicación de militares y policías que han obtenido cargos electivos el pasado 7 de octubre, así como los firmes mensajes que a lo largo de los últimos tiempos ha realizado el jefe del Ejército, general Eduardo Villas Boas, con respecto a temas claves del mundo político y judicial del país, han motivado que se vuelvan a desempolvar algunos términos como "democracia tutelada" o "democracia pretoriana" ampliamente utilizados en la década del 60 y 70. En algunos casos, los que lo hacen se guían por sus preferencias ideológicas ligadas al PT y sus aliados en el castrochavismo regional. Desde ya es tragicómico que personas que simpatizan con estos sistemas de ideas y metodologías se sientan con la autoridad moral y académica para marcar niveles de calidad de democracia y libertad. Lo llamamos hipocresía y dobles estándares en nuestro anterior artículo en esta columna. En otros casos, se trata de inquietudes serias y que buscan entender de manera pragmática y sin desviaciones o intereses secundarios lo que pasa en Brasil.

Tantos unos como otros, o sea los ideologizados o los científicos sociales serios, pueden verse inclinados a primera vista a ver el accionar de los militares de Brasil como un actor preeminente que ha salido indemne del terremoto que afectó a la clase política y empresarial del Brasil luego de los grandes escándalos de corrupción y que tiene como objetivo primario alejar la posibilidad de que el izquierdismo o comunismo 2.0 ocupe el centro del poder en el país. Basado en supuestos miedos al aliento de idearios radicales que vayan asfaltando el terreno para cambios profundos en las formas y los valores de la sociedad.

Una mirada atenta a la situación de nuestro vecino nos mostraría que más que una reedición lineal de la forma de pensar del sector castrense en décadas pre-apertura democrática de los años 80, o sea, con el anticomunismo y anti-revolución social como principal guía, de lo que se trata ahora es de un fenómeno muy diferente. El diagnóstico de los mandos militares es que el país enfrenta una amenaza existencial que, de no ser controlada en los próximos 5 a 10 años, colocará al país en un estado de crisis terminal de su seguridad y estabilidad. Nos referimos al poder del narcotráfico y su capacidad económica, y dotado de ascendentes milicias armas que nada deben envidiar a los talibanes en Afganistán, así como capacidades logísticas y conductas propias de los feroces cárteles mexicanos de la actualidad o sus pares colombianos en la década de los 80. Ese poder de fuego y alcance devastador queda reflejado en los más de 63 mil muertos que por hechos de violencia se registraron en el país durante el 2017.

Según las mismas estimaciones, entre el 2003 y el 2017 la cifra alcanzó un millón de personas. Cabe recordar que el año pasado la narcoviolencia mexicana produjo más de treinta mil muertos. Si tomamos en cuenta que la población total del Brasil es de casi el doble que la del país azteca, estamos hablando de un promedio parecido entre ambos países. Por lo tanto, aquí reside el foco del problema y la amenaza a la seguridad nacional que perciben los uniformados y otros miembros relevantes del Poder Judicial y políticos que no se han visto enlodados por los escándalos del pasado.

En este contexto, ¿cuál sería entonces el problema de un regreso al poder del PT y sus aliados? Los militares brasileños saben perfectamente que si por algo pecó el PT en sus años de gobierno fue por un exceso de cercanía y convivencia con el gran capital y no precisamente por combatirlo. También que la política exterior de Lula da Silva se basó en tratar de quedar bien con todos a la vez, desde Bush hasta Evo, pasando por Chávez, los K en la Argentina, Uribe, China y Rusia. Una readaptación de la canción del cantautor brasileño Roberto Carlos y su melodía "Yo quiero tener un millón de amigos".

También saben que entre el 2004 y el 2008 el ex Presidente llevó adelante un conjunto de decretos y decisiones que les dieron amplísimos poderes a las Fuerzas Armadas en materia de inteligencia y seguridad interior, y que en todo momento rechazó las posturas del ala más dura del PT de anular la amnistía por cuestiones de derechos humanos durante el gobierno militar. Por lo tanto, ¿qué hay detrás de esa confrontación frontal con el ex Presidente y sus seguidores? La clave pasa más por percibir que esta coalición de partidos y sectores de izquierda, con sus acciones y sus dinámicas, tienden a fragilizar más y más al país frente al avance del narcotráfico. La escandalosa corrupción que quedó demostrada en el Lava Jato y hechos anteriores en el período del PT es percibida como un terreno fértil para el fortalecimiento de los actores ilícitos y el debilitamiento del Estado y sus instituciones.

En otras palabras, los militares no ven a este sector como interesado en un plan subversivo de alteración del orden institucional como sucedía en los años 60 o 70 al analizar a las corrientes de izquierda ligadas a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y su aliado cubano, sino como actores que con sus desmanejos y su pasividad le terminarán haciendo las cosas más fáciles a los actores fuera de la ley que van creciendo más y más en poder económico y armado. Por esas paradojas o hipocresías, los regímenes auténticamente comunistas han sido implacables en la lucha contra el narcotráfico al interior de sus sociedades y el delito común en las calles. Pero los simpatizantes en los países democráticos de estos mismos regímenes tienden a ser ultragarantistas y a poner al Estado y sus instituciones siempre como sospechosos y peligrosos. En algunos casos puede imperar la ignorancia o la tontera, pero también seguramente hay una fuerte carga de la idea de cuanto peor, mejor.

No casualmente, Bolsonaro ha advertido que lanzará una lucha frontal y utilizando todos los recursos del Estado contra el tráfico de droga y sus milicias. Así como buscar fuertes esquemas de cooperación con los Estados Unidos, Europa, México Colombia, etcétera, en esta batalla. La Argentina debe estar particularmente atenta a este proceso y tomar la iniciativa de poner en el centro de la escena de la relación bilateral la cuestión de la seguridad y la lucha contra el narcotráfico y el narcoterrorismo, así como en el tema nuclear, frente a las crecientes presiones internacionales sobre cuestiones como la adhesión de nuestros dos países el Protocolo Adicional.

La diplomacia presidencial directa y sincera entre Mauricio Macri y Bolsonaro será un factor clave en esta materia. La relación bilateral necesita de un relanzamiento y solo se logró cuando los mandatarios de ambos países, con osadía, visión estratégica y de largo plazo, forzaron y quebraron taras, resistencias e inercias burocráticas. Lo hicieron en los 80 Alfonsín y Sarney, y luego en los 90 Menem y F. H. Cardoso.

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