Los nuevos desafíos de Cambiemos

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El latrocinio, la corrupción, el desorden y el paulatino deterioro de las instituciones y las libertades públicas: el 10 de diciembre del 2015, más del 50% de los argentinos pensamos que habían quedado atrás y abrigamos la esperanza de que, con la elección del ingeniero Mauricio Macri, la república se encaminaba a la normalidad institucional, social y económica, y que lo peor lo habíamos superado.

Trascurridos ya tres años de gobierno y restando solamente uno para finalizar su mandato, el balance de este trienio en cuanto a los cambios esperados, básicos y fundamentalmente necesarios como son la reestructuración de la administración pública, tanto nacional como provincial y municipal, del sistema tributario y la legislación laboral, es nulo. Consecuentemente, esto se reflejó en lo económico y social, por ello el panorama que puede ofrecernos hoy es desolador. No es necesario volver a exponer lo mal que se administró la crisis durante este período, solo recordar la soberbia, la terquedad y la insensibilidad social de cómo se condujeron. Ahora bien, solo tengamos presente el pasado para no repetirlo y resolvamos cómo encarar en lo inmediato la reconstrucción a tanto daño.

Esta situación de "dejar hacer, dejar pasar", que el gradualismo y el mercado pondrían las cosas en su lugar, terminó como tantos advertimos, en una crisis. Ante esta evidencia, el Presidente y su equipo económico con total desembarazo de un día para otro nos comunican que la plata se terminó, que no podemos acudir a los mercados financieros externos porque ya no nos prestan más, que el dólar y el riesgo país se disparan sin control, que el desorden se profundiza y que como última alternativa resolvieron acudir al FMI en búsqueda de financiamiento por 30 mil millones de dólares. Evidentemente advirtieron que los brotes verdes eran una utopía, que los capitales que acudirían prestos a invertir en la Argentina solo resultaron capitales golondrinas que aprovechaban la inacción, la impericia y la inoperancia del Gobierno para hacer pingues ganancias especulativas financieras.

En el mientras tanto continuaron con total desenvoltura aumentado los servicios públicos como si estuviéramos en un festival de abundancia, no percibiendo que estaban ante un país en franca contracción económica e incontrolable inflación, con las consecuencias lógicas y previsibles de quiebras de empresas, despidos, desocupación y aumento peligroso de la pobreza, más el consiguiente malestar social. A las pocas semanas advierten que los 30 mil millones de dólares pedidos no alcanzaban. Sin el mínimo sentimiento de vergüenza, con total candidez elevan el pedido a 50 mil millones de dólares. Lo obtienen, pero, como el jugador compulsivo, apuestan por más para finalmente en un rasgo de total irresponsabilidad pedir 20 mil millones de dólares más; solo obtuvieron 7100 millones. Sintetizando, nos endeudamos por 57.100 millones de dólares a recibir este año y el próximo, dejando al 2020 como Dios nos trajo al mundo.

Desconocemos la letra chica del acuerdo con el FMI, desconocemos el destino que se le va a dar a ese dinero, desconocemos qué plan de contingencia tienen, solo nos informan que lo peor está por venir.

Para contener el valor del dólar y de acuerdo con las directivas del FMI para solucionar sus disparadas, se fija una banda de flotación, se comprometen a déficit cero, a no emitir, pero paralelamente continúan con el aumento de las tarifas de los servicios públicos y alientan el ingreso de capitales golondrinas mediante la colocación de títulos atraídos por las disparatadas tasas que pagan, como si hubieran olvidado la experiencia de las Lebac. Esto, a no dudar, nos lleva nuevamente a estrellarnos y conocemos su significado, magnitud y final: la hiperinflación y el default.

La situación se agrava día a día. Septiembre sufrió una inflación del 6,5% que, proyectada al año, resultaría la más alta de los últimos 27 años. Mientras, el ministro Nicolás Dujovne dice que estos índices de inflación son pasajeros, pero paralelamente los despidos continúan incrementándose, la pobreza llega a niveles inconcebibles en un país como el nuestro, las pymes y las economías regionales atraviesan situaciones en muchos casos terminales, y solo valga como ejemplo lo que ocurre con la fruticultura en Río Negro, donde existen más de 3600 hectáreas en estado de abandono que son explotaciones irrecuperables. Pero no olvidemos que en otras épocas el valor de una hectárea de frutales en el valle equivalía a más de 20 hectáreas de la provincia de Buenos Aires. También vale recordar que nuestras peras y manzanas eran las favoritas en toda Europa, y hoy vemos en las góndolas de los supermercados manzanas importadas de Chile, un verdadero despropósito. Pero esto se repite en todas nuestras producciones regionales, exceptuando las de la pampa húmeda, que todavía son moderadamente rentables.

Los gremios con justificada razón reclaman por sus afiliados, pero a sus dirigentes los mueven otros propósitos que desvirtúan justos reclamos. El partido peronista atomizado busca con sus vetustos y eternos dirigentes llegar al gobierno y en el mientras tanto Cristina, con admirable olfato político, espera agazapada transformarse en el ave Fénix y volver a la presidencia.

Me pregunto y les pregunto a los ciudadanos que habitamos este país: ¿Somos una manada de corderos que mansamente es conducida al matadero o somos seres pensantes responsables que delegamos la administración de la hacienda pública en un administrador temporal cuyo mandato finaliza dentro de 14 meses?

No queremos volver ni remotamente al pasado. Este nos conduciría a más pobreza, corrupción, marginalidad y confrontación; resumiendo, al ostracismo y la exclusión como nación. Queremos el cambio prometido, votado, deseado y esperado, queremos el afianzamiento de la democracia y el Estado de derecho, la continuidad constitucional, la vigencia y el acatamiento a la ley. Queremos lo mejor para este gobierno, así resulta lo mejor para todos los argentinos.

Por ello me permito reflexionar. Tenemos plena conciencia del camino minado que el Presidente debe transitar. Esta realidad nos conduce a considerar: ¿No llegó el momento de que el Presidente, con la majestad que le da el cargo, asuma, exponga y conduzca con idoneidad, honestidad y claridad el camino a la reconstrucción? ¿No llegó el momento de que el Presidente, en un acto de grandeza y demostrando la estatura de un estadista, acepte errores y haga los cambios que los acontecimientos le demandan? Creemos en la buena fe del Presidente, en su voluntad y su deseo de superar la crisis, que no tenga duda alguna de que crisis siempre es oportunidad. El Presidente hoy la tiene ante sí, es el gran desafío que debe afrontar. Sus tiempos se terminan, si sabe comportase como las circunstancias lo requieren, posiblemente alcance su tan ansiada reelección y, lo más importante, podrá concretar sus promesas electorales.

El autor es presidente de IADER.