Política social o trabajo: una falsa opción

Claudia Neira

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Por estos días se ha planteado una nueva discusión hacia el interior del Gobierno de Cambiemos. En este sentido, desde el Ministerio de Seguridad que conduce Patricia Bullrich se ha criticado la política del Ministerio de Desarrollo Social al afirmar: "Tiene que haber una política social que les permita ser más independientes y con más responsabilidad, que saque de la situación estática sobre todo a los más jóvenes. Centrada en el empleo más que en la asistencia".

Este debate no es ajeno a la sociedad ni a los medios de comunicación. Una frase largamente repetida es: "En lugar de planes y de comedores, hay que dar trabajo". Por ello, resulta necesario reflexionar sobre este tema, ya que este relato, repetido sin demasiado esfuerzo argumentativo, tiene omisiones importantes.

En primer lugar, este discurso no define en modo alguno qué se entiende por políticas asistenciales, ni plantea cómo suplirlas, en el marco de una política económica que proyecta mayor escasez y sufrimiento para los próximos meses. Del mismo modo, mientras dice promover una política social "centrada en el empleo", se opone a toda propuesta de las organizaciones sociales para transformar los planes sociales en trabajos de la economía popular.

Respecto al empleo, la tasa de entrada a las empresas ha tenido una caída incesante durante los últimos cinco meses, que tiende a profundizarse. Este cese de incorporaciones es el síntoma más profundo de la crisis y probablemente esté precediendo a una ola de despidos. Pero, además, este parate afecta en forma directa a los jóvenes que buscan su primer empleo. Las últimas estimaciones que dio a conocer el Fondo Monetario Internacional pronostican un índice de desocupación del 9,4% para el año 2019.

En nuestra Ciudad de Buenos Aires, la más rica del país, en el primer trimestre de 2018 (previo a la devaluación más importante), en el segmento de jóvenes de hasta 25 años, se perdieron 42 mil puestos de trabajo (12,5%) en comparación al mismo período de 2015. Ello sin contemplar, inclusive, el crecimiento demográfico. Asimismo, el 12% de los jóvenes no estudia ni trabaja, mientras que en las mujeres jóvenes el porcentaje es aún mayor: 15,7 por ciento.

En este contexto, el acceso a un empleo no depende exclusivamente del mérito individual. Las personas, en general, no dejan de trabajar porque quieran o porque no necesiten el salario, sino por políticas de Gobierno que condicionan su búsqueda. Tampoco desisten de trabajar por recibir asistencia del Estado, que en todos los casos es insuficiente.

De hecho, las políticas sociales están justamente para intervenir frente a las desigualdades y deberían ser portadoras de una definición de trabajo y de un modelo de sociedad. En este sentido, no puede soslayarse que, aun frente a la crisis, los recursos y las herramientas con que cuentan las personas no son iguales y por ello se requieren políticas activas. Por ejemplo, los años de estudio que tienen los jóvenes mayores de 25 años, en la zona sur de la Ciudad, es superado en casi un 50% por los de las comunas más ricas, lo cual los coloca en una situación aún más vulnerable.

Por otra parte, incluso en este contexto económico, también empiezan a escucharse críticas de nuevos funcionarios del Ministerio de Seguridad al rol de los comedores.

Este debate no es nuevo. Contra lo que seguramente muchos creerán, fue política del kirchnerismo desalentar el crecimiento de comedores comunitarios, sosteniendo que el objetivo era que las familias, poco a poco, dejaran los comedores y pudieran comer en sus casas. Así, de la mano de otras políticas, se creó la asignación universal por hijo (AUH), un ingreso que debe garantizar un piso mínimo de derechos para niños y niñas, percibido sin intermediación alguna.

En aquel momento, pese a coincidir con el objetivo a largo plazo, muchos creímos que los comedores seguían siendo necesarios. Por un lado, porque persistían las necesidades a pesar de que había mayor acceso al consumo y, por otro, porque el comedor, con el tiempo, se transforma en un espacio de referencia social, contenedor, para los niños y para las familias: un espacio ordenador de necesidades que van mucho más allá de la alimentación.

En la actualidad el acceso a la alimentación ha pasado a ser un problema central para los argentinos. El índice de precios solo en el rubro alimentario acumuló un alza del 25,6% (registrado hasta el mes de agosto). El trueque ya es una práctica habitual en el contexto actual, donde se intercambian servicios o zapatillas por alimentos. Los asistentes a los comedores han crecido exponencialmente, no solo por los nuevos desocupados, sino también por quienes, pese a tener un trabajo, luego de pagar las tarifas, no tienen posibilidad de comprar comida.

En el caso de los jóvenes sin trabajo y sin estudio, sin un proyecto de vida y privados, en definitiva, de un sueño para su futuro, el comedor es, muchas veces, el lugar de socialización y de referencia. Es el espacio donde se va a recibir al mismo tiempo un plato de comida, un consejo o un abrazo. Por eso, atacar a los comedores es ignorar una parte de la realidad de nuestro país.

En estos tiempos de crisis económica, donde hay tanto sufrimiento y tanta desesperanza, estos relatos que colocan la responsabilidad en quienes pasan necesidades son tremendamente injustos y tienden a profundizar el conflicto social. Por ello, vale la pena recordar las palabras del papa Francisco, quien dijo hace poco: "La paz se elige, no se impone, ni se encuentra de casualidad".

La autora es directora del Banco Ciudad (por la oposición). Dirigente del NEP.