Los números de una tragedia social

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Hablemos con propiedad: los pobres no existen, no se "es" pobre por naturaleza. La pobreza no es una marca genética, ni una etnia, ni una condición impuesta por la biología, ni tampoco una enfermedad.

En el peor de los casos se es una persona que vive "en situación de pobreza" o "en la pobreza". Por eso es que hablamos de "salir de pobre", en el sentido de dejar un lugar al que se ha entrado o caído y del que se pretende encontrar la manera de salir.

Es cierto que hay gente que vive, nace y muere en la pobreza, y que es muy difícil abandonar esa situación cuando a uno lo preceden generaciones enteras que han vivido careciendo de todo, pero uno se resiste a nombrar la condición de pobre como algo irreversible, consolidado, como una marca personal.

Desde hace ya décadas cientos de miles de argentinos vienen cayendo, también, en el pozo de la indigencia. Un sitio cada vez más oscuro y profundo y del que resulta imposible emerger sin ayuda. No es solo una cuestión de cantidad de gente sino de profundidad de la carencia.

La pobreza tampoco es una fatalidad. En un país como el nuestro, rico en recursos naturales y que produce alimentos para 400 millones de personas, la situación que nos ocupa solo puede atribuirse a las malas políticas económicas y a la corrupción que intoxica al sistema.

En la Argentina entrar en la categoría de pobre se define por monedas. Si un grupo familiar de cuatro personas no alcanza a juntar ingresos por los 20.800 pesos que se calculan como canasta básica, cada uno de sus miembros es considerado pobre. Si no se reúnen 8500 pesos, la estadística los pasa a indigentes, un sitio del que no se vuelve.

La indigencia infantil subió del 7,6% al 8% y la pobreza entre los menores de 14, del 39,7 al 41,4 por ciento. Son datos extremos. Con 4.500.000 chicos viviendo en hogares pobres, 900 mil en la indigencia, solo puede esperarse una reproducción exponencial de la miseria.

La pobreza medida por ingresos, considerando que lo que más ha aumentado son los alimentos, solo muestra, en este contexto inflacionario, la lucha por la supervivencia alimentaria. De eso estamos hablando.

Nada que festejar. Los datos que se conocieron este jueves ni siquiera representan la dramática postal del momento, son solo un anticipo, una aproximación. La verdad pura y dura no está en las planillas del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), sino en las calles, en los fatigantes caminos de la vida.

Son números que solo describen el primer semestre del año y expresan la caída que va de abril a junio, pero que se compensan con los datos del primer trimestre, cuando la tormenta aún no estaba en los radares ni en el discurso del oficialismo.

Lo que está pasando hoy, la foto de este momento, recién se expresará en el índice oficial de marzo. Entretanto la película sigue rodando. El 27,3% que duele y escandaliza es insuficiente para identificar la profundidad de la caída a septiembre. Solo refleja el impacto del primer tramo de la devaluación.

El delay de la información suaviza la mala noticia, pero no amortigua la conciencia de la gravedad de esta hora. Lo saben el Presidente y todos los que lo rodean.

Mauricio Macri expuso sus límites de manera cruda este jueves cuando asumió que la prioridad es mitigar las dramáticas consecuencias de la crisis que supimos conseguir y que se lucha por conjurar.

Un solo dato habla claramente de las urgencias del momento. El monto destinado a nivel nacional a las partidas de refuerzo de comedores y merenderos subió en casi un 40% en pesos en lo que va del año. No solo creció la presión de la demanda de recursos por parte de los comedores, sino que se admite el diario aumento del número de personas que recurre a los centros comunitarios en busca de un plato de comida. A los niños y los ancianos ahora se suman adolescentes y adultos jóvenes.

El 87,4% de los niños de la Argentina está recibiendo algún tipo de cobertura por parte del Estado. La asignación universal por hijo (AUH) alcanza a 3.900.000 chicos.

Solo en la provincia de Buenos Aires 1.700.000 chicos comen a diario en la escuela. De tener una mesa tendida en familia, ni hablar. En uno de los distritos más castigado por la pobreza, el Conurbano bonaerense, el programa alimentario registra un incremento del 32 por ciento.

En este contexto, créase o no, hay productores de alimentos que están retaceando la entrega, no solo a los supermercados y los almacenes, sino también a las partidas compradas por los ministerios para asistir a los sectores más vulnerables, a la espera de un precio mejor.

La pobreza es el fracaso de la política. Ningún otro dato de la realidad expresa de manera más contundente el descalabro de una sociedad y sus dirigentes que el aumento del número de personas que viven sin acceder al menos a lo imprescindible. Es una tragedia social de la cual nadie está a salvo.

Es consecuencia de decisiones políticas y económicas perversas o equivocadas y, que guste o no admitirlo, expresa un fracaso: el de las clases dirigentes para pensar un país con oportunidades para todos, un país de iguales.

"Vamos a seguir trabajando para bajar los índices" dijo en un discurso breve y helado. "No los voy a abandonar, voy a seguir hasta el final por ustedes" aseguró el Presidente en diálogo con la FM de una pequeña localidad de Santiago del Estero, la provincia con el 44,7% de su población sumergida en la pobreza.

De la pretendida meta de "pobreza cero" al patético imperativo de "matar el hambre". Triste desafío político el de los tiempos que corren. El hambre duele, lastima, denigra, humilla y doblega y lo primero es matarlo, pero no alcanza. Cuando la batalla del día a día se reduce a alcanzar algo tan básico como la comida, no se dispone de proyecto ni libertad alguna.

Por eso es que "matar el hambre" no significa sacar al otro de la pobreza. Los planes sociales, estos de formas tan precarias, tan asistenciales y tan insuficientes, puede que alivien el sufrimiento, que ayuden en la urgencia, pero no sacan a nadie de la pobreza. Calman las dolorosísimas consecuencias de la carencia, mitigan el dolor, pero tal como todo se viene dando sin otras iniciativas que los complementen, son mecanismos que profundizan y consolidan la condición de vulnerable del que vive en la pobreza.

"Siempre hubo y habrá pobres" es otra letanía improcedente, una suerte de verdad bíblica para aliviar inquietudes de la conciencia. Pensar la pobreza como una fatalidad, como un designio divino alivia los espíritus acomodados y libera del peso de la culpa. Es cierto que siempre hubo gente viviendo en la extrema necesidad, pero más cierto es que nunca hubo tantos y tantos argentinos viviendo en una situación de precariedad tan honda, tan insondable, de la que es tan difícil zafar.

El ejercicio de la libertad pasa a ser pura teoría, una ilusión, un lujo de los que tienen, no un derecho propio del que ha nacido.

El desafío de la hora no es solo aliviar el sufrimiento de los 12.500.000 argentinos que viven en la pobreza y de los cientos de miles que chapalean en la indigencia, sino evitar que los que caminan por el límite caigan en la estadística.

Desde los sectores de ingresos medios y medios bajos la profundidad del abismo todavía no se divisa. La sensación de las mayorías es que aún no hemos tocado fondo.