China y el Vaticano: un acontecimiento histórico

Pascual Albanese

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El acuerdo suscrito entre China y la Santa Sede sobre la designación de los obispos católicos en el coloso asiático está llamado a constituirse en uno de los acontecimientos más significativos del siglo XXI y representará tal vez el legado más trascendente de la obra transformadora del papa Francisco.

Aunque el acuerdo haya sido consecuencia de un larguísimo proceso de acercamiento entre ambas partes, iniciado durante el pontificado de Benedicto XVI, su celebración marca un antes y un después para China, en su afirmación como la más histórica de naciones, y también para la Iglesia Católica, en su camino de confirmarse como verdaderamente "católica" en su sentido etimológico, es decir "universal".

China fue siempre la prioridad estratégica del Papa. Francisco, sacerdote jesuita, culmina la empresa iniciada por Matteo Ricci, un adelantado de la Compañía de Jesús que a principios del siglo XVII se instaló en China y comenzó una tarea evangelizadora, basada en la búsqueda de una síntesis entre las enseñanzas de Jesús y la tradiciones culturales de esa civilización milenaria, contemporánea y en sus métodos a la epopeya protagonizada por los discípulos de San Ignacio de Loyola en las misiones guaraníes.

El jefe originario de la misión de Ricci había sido Francisco Javier, quien murió poco antes de llegar a China. Era nada menos que uno de los lugartenientes de Ignacio. El Papa dijo alguna vez que, al elegir el nombre de Francisco, había pensado en el santo de Asís y también en este discípulo predilecto del fundador de la orden jesuítica. En esa mención había una impronta geopolítica de su pontificado.

Ya en 2014, Francisco envió una carta personal al presidente chino Xi Jinping para invitarlo a dialogar a su residencia de Santa Marta. Por fuera de todo protocolo diplomático, la misiva fue llevada a Beijing por el dirigente peronista Ricardo Romano y por José Luján, un argentino que es representante en el Mercosur de la Academia de Ciencias de China.

Esto ayuda a explicar el activo papel desempeñado posteriormente en el tema por monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, otro argentino, que preside la Academia de Ciencias del Vaticano. En lo que se llamó la "diplomacia del arte", en alusión a la "diplomacia del ping pong", utilizada por Richard Nixon y Mao se Tung en 1971, las academias de ciencias de ambos Estados, que oficialmente no mantienen relaciones diplomáticas, organizaron sendas exposiciones de objetos artísticos en Beijing y en la Santa Sede.

Entre los objetos escogidos para esas exposiciones por la academia china figuraban algunas esculturas que certifican la presencia en China de los católicos nestorianos, quienes a comienzos de la era cristiana fueron los primeros en introducir el Evangelio en aquellos confines de Asia. El mensaje implícito de Beijing en esa selección era el reconocimiento del cristianismo no como una "religión extranjera", sino como una parte de la historia y la cultura china.

Pero Sánchez Sorondo fue mucho más allá en esa tarea de acercamiento recíproco. En un reciente viaje a Beijing, manifestó: "En este momento, los que mejor realizan la doctrina social son los chinos". De esta forma, disipó cualquier fantasma acerca de que la presencia de la Iglesia Católica podía significar un cuestionamiento a la legitimidad del régimen político.

Estos gestos simbólicos, protagonizados por las dos diplomacias más antiguas del mundo, favorecieron las negociaciones entre el Gobierno de Beijing y la Secretaría de Estado vaticana, a cargo de monseñor Pietro Paolo Parolin, quien años atrás, como nuncio papal en Hanoi, desempeñó un rol decisivo en la normalización de los vínculos entre la Santa Sede y el régimen comunista de Vietnam.

El contenido del acuerdo refleja un arduo y trabajoso compromiso bilateral. El Gobierno chino salvaguarda la vigencia del mecanismo de elección de obispos a través de un procedimiento de consulta de los sacerdotes y representantes de los laicos de cada diócesis, tal cual lo emplea desde hace seis décadas la Iglesia Patriótica, una organización patrocinada por el Partido Comunista, pero la Santa Sede reasume el poder de oficializar esos nombramientos y adquiere un derecho a veto sobre la nominación de los designados.

La originalidad de este sistema es motivo de profundo rechazo dentro de la jerarquía eclesiástica china, que hasta ahora era la única reconocida por el Vaticano y funciona en la ilegalidad, porque siente menoscabado su rol por el avance de sus rivales de la Iglesia Patriótica. Seguramente las concesiones de la diplomacia vaticana serán utilizadas también como argumento crítico por los sectores ultraconservadores de la Iglesia que cuestionan el pontificado de Francisco. Pero el Papa ha conseguido lo más importante: el reconocimiento de su autoridad por el régimen de Beijing y la reunificación del catolicismo chino.

Francisco y Xi Jinping protagonizan una adaptación a los tiempos y las circunstancias del mandato evangélico de "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". China se abre a la Iglesia Católica y la Iglesia Católica se abre a China. Es difícil discernir cuál de estos dos acontecimientos es históricamente más trascendente. Pero cualquiera sea el que no se considere primero en orden de importancia será sin duda el segundo más extraordinario de esta época.

El autor es vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.