En uno de los diálogos más conocidos de una pequeña película romántica, llamada My Dear President, interpretada por Michael Douglas como el presidente norteamericano Andy Shepherd, este mantiene una acalorada discusión con su vocero de prensa, Lewis Rothschild, papel interpretado por Michael Fox. La razón más profunda de esa polémica era la lectura de una encuesta de la que se desprendía que el 60% de la población había perdido la confianza en el presidente.
El principal motivo de esa caída, según el vocero, era la falta de liderazgo del presidente Shepherd. "La gente quiere liderazgo, señor Presidente, y ante la ausencia de liderazgo, escucharán a cualquiera que se pare frente a un micrófono. Quieren liderazgo. Tienen tanta sed de ello que se arrastrarán por el desierto hacia un espejismo, y cuando descubran que no hay agua, beberán arena". La respuesta del Presidente no es menos genial: "La gente no bebe la arena porque tenga sed, beben la arena porque no saben notar la diferencia".
Es indiscutible la caída en la imagen del presidente Mauricio Macri y de su Gobierno, tal como lo muestran muchas de las encuestas. Y aún más, ha sido fruto de una proceso disruptivo, toda vez que, hasta marzo, se descontaba la reelección del líder de Cambiemos en las presidenciales del año próximo.
Esta caída en las encuestas no puede atribuirse solo a cuestiones vinculadas con una economía que no da respiro, ni con las consecuencias de una fuerte devaluación que ya está impactando en los números más sensibles para la sociedad: inflación, aumento de la pobreza y del desempleo, y una caída del consumo brutal que solo puede generar mayor incertidumbre.
El presidente Macri se obstinó en un sistema de gobierno que fue mostrando a lo largo de estos últimos meses un previsible agotamiento. Y todas las recomendaciones que se le hicieron parecieron generar una mayor porfía que profundizaba los errores no forzados, sin relación directa con las cuestiones vinculadas con los cambios bruscos en el contexto internacional.
El fin de semana en el que se ventilaron en los medios las modificaciones de los ministerios y las mezquinas rotaciones de nombres expuso algo mucho más profundo: el Presidente no pudo conformar un gabinete en 72 horas y el lunes siguiente a esos tiempos tacaños se lo vio abatido en medio de un discurso en el que expresó claramente que él no creía que las soluciones a los múltiples problemas de los argentinos tuviesen relación directa con los funcionarios que deben enfrentar la crisis. Si no fuese así, no se entiende entonces que los nombres de Carlos Melconian, Alfonso Prat-Gay, Ernesto Sanz y Martín Lousteau hubieran flameado durante 48 horas como posibles reemplazos en posiciones claves.
El reclamo a un fuerte liderazgo que se escucha en estos días no surge de espacios políticos que no votaron y que nunca votarán a Cambiemos. Las redes sociales se poblaron de "fuego amigo" que esperaban una reacción presidencial propia de un líder, capaz de desprenderse de funcionarios de mucha confianza por un bien mayor. La lealtad que un presidente debe prodigar hacia sus colaboradores más cercanos tiene que encontrar un límite, que es el bien común. Nadie, a excepción de Macri, puede obturar la renovación de un gabinete que, salvo excepciones, carece de reputación para la gestión de estas horas.
El Gobierno debería advertir que la proliferación de voces en los programas de radio y televisión de muchos de los ex funcionarios que son gravemente responsables de la crisis actual denotan la ausencia de voceros de envergadura que otorguen certeza de una estrategia a futuro que no se termine en el acuerdo con el FMI o la aprobación de la ley de presupuesto.
El mercado, el mundo y la sociedad argentina están ansiosos por esta señal. Y el único capaz de darla es Mauricio Macri. Aún hay tiempo, aunque parezca que la sociedad se arrastra por el desierto hacia el espejismo y beba arena en lugar de agua, aun sabiendo la diferencia entre una y otra. Pero los tiempos se acaban. Y el Presidente debería tomar nota de ello.
El autor es director de MPR Comunicación.