Licuar no es cambiar

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Gobernar es muy difícil, con muchos sinsabores y pocos reconocimientos, eso hay que entenderlo, pero Mauricio Macri cuenta con considerable apoyo propio, con un importante caudal de simpatía general y una enorme dosis de buena voluntad por parte de la inmensa mayoría de la sociedad argentina, que comparto, la misma que de ninguna manera quiere volver al pasado. No solo el kirchnerista, sino también el que se refleja en una clase política mayoritariamente repetida, desgastada, que no parece ofrecerse como la alternativa esperanzadora de un gobierno mejor, sino que simplemente cifra sus esperanzas en que fracase el que está en funciones para calzarse la ropa aún caliente del cadáver de quien haya caído.

Sin embargo, con su inesperado discurso del lunes 3, en un minuto cuarenta, el Presidente apareció comprometiendo buena parte de ese capital político, sensiblemente disminuido para alguien que hace tres meses podía aspirar incluso a reelegirse en primera vuelta.

En el mundo CEO todo parece reducirse a tomar refinadas medidas técnicas que, hace rato, están demostrando que teóricamente pueden parecer cada una mejor que otra, pero que, si no se las enhebra en un plan políticamente articulado y consensuado con el grueso de la oposición, rara vez obtienen un resultado efectivo.

El ingeniero Macri no enfrenta una mera crisis económica, por grave que fuere. Enfrenta algo mucho peor: una crisis de confianza. El mejor paquete de medidas económicas no sirve de nada si el gobernante a cargo no recupera un índice suficiente de la confianza de la gente, tanto más necesario cuanto más desorientada aparece la sociedad.

El viernes anterior el Gobierno aparecía aturdido por una escalada monumental del dólar y, para agregar más desconcierto, se decidió que la propia figura del Presidente saliera a hacer el anuncio incomprensible de un hipotético pedido de nuevos aportes dinerarios del Fondo Monetario, una mera expresión de deseos comprensible en cualquier ministro fusible, nunca en la cabeza de la conducción. El resultado saltó a la vista: 8% de suba en media jornada bancaria.

Los líderes de cualquier actividad no administran principalmente riquezas, armamento, prebendas, decretos o facultades legislativas. Su capital de última instancia, su único poder verdadero es el grado de confianza que mantenga en la gente. Y en la crisis del fin de semana se tomaron medidas que podrán o no obtener resultados más allá del Excel, pero lamentablemente se perjudicó mucho el capital político de la confianza que tan exitosamente había amasado la coalición gobernante.

A la infortunada incursión comunicacional del Presidente se sumó una zarzuela de nerviosas reuniones oficiales supuestamente tendientes a rediseñar una nueva conducción ministerial que pueda afrontar las enormes dificultades que todos padecemos. Al final de la jornada, seguimos sin conocer cuál es el plan económico mientras se repite, por enésima vez, que padecemos una crisis estructural, pero no se anuncia una sola medida estructural, repitiendo la obviedad escolar de no gastar más de lo que se recauda y exhortándonos a exportar más al mismo tiempo que se reimplantan o aumentan impuestos precisamente a las exportaciones, caso prácticamente único en el planeta. ¿Alguien realmente cree que los nuevos gravámenes van a ser solo temporarios, como el IVA aumentado o el impuesto al cheque, por no remontarnos a ganancias o a exacciones aún más antiguas e igualmente perniciosas, si lo que se quiere es producir y no solo recaudar? Ante semejante crisis, ¿no tenemos mejores ideas que las de aumentar una vez más gabelas y tarifas? Seguramente son más inteligentes que eso.

Hasta en trastienda se procedió a los tropezones: el país esperaba un anuncio presidencial de la máxima importancia, se fijó para las 8.30 horas y, sin que medie explicación alguna, la figura del Presidente apareció casi cuando ya habían abierto los bancos. No ayudó.

La danza de nombres de aspirantes —notoriamente mal reservada en los despachos oficiales— a ocupar ministerios y secretarías de un gobierno que se autodefinía orgulloso de las calidades profesionales, orondos de los PhD de su más que nutrido gabinete, aparecía repartiendo posiciones en una piñata de candidatos al mejor estilo bananero. En las emergencias hay que ponerse, después vemos diferencias. Pero se hizo público el planteo radical que no aceptaba aportar esfuerzos en una hora tan difícil si no se le entregaban al menos tres carteras, poniendo al desnudo que en la coalición gobernante para algunos parece importar más el peso relativo de las fracciones que empujar todos juntos como corresponde en cualquier época, y mucho más en medio de una crisis. Este lunes aparecimos con un Presidente que ofrece ministerios y dentro de su propia coalición se los rechazan, entre otras razones porque se piensa que no se están produciendo cambios de gabinete donde debieran practicarse. Nuevo daño a la confianza.

Terminamos menos con un cambio de gabinete que una licuación de los que ya estaban, con ministros y secretarios intercambiando frenéticamente posiciones como en el viejo baile de la escoba. La misma gente en distintos sillones. Por no hablar de que nada se sabe acerca de la monumental manada de nuevos empleados y funcionarios que manteníamos con veinte ministerios y que hora no se sabe dónde los pondrán. Dale que va.

No es que importe mucho a nadie: nunca escribo sobre política interna, pero la hora es difícil y muchos pensamos que hay que pronunciarse. En medio de este desconcierto me pareció gratuito el tiovivo al que se sometió a la cancillería, a cuyo ministro se dio por reemplazado el sábado para confirmarlo el domingo. Nunca critico personas, de manera que no opino sobre Malcorra o Faurie, pero me permito recordar que, de todos los sobreabundantes ministerios de este gobierno, el que menos críticas y más elogios ha merecido es el de Relaciones Exteriores. Y que la Argentina de hoy disfruta de una inserción internacional exitosa como no la teníamos desde los noventa. Alfonso Prat-Gay evidentemente habría sido un descollante canciller, de lo mejor, no tengo dudas al respecto. Pero tanto su trayectoria como la de Faurie seguramente merecían que, si la hora de pasar la posta hubiera llegado, no se practicara en medio de un toma y daca de comité, entregando carteras a cambio de apoyos a una gobernabilidad camino de terapia intensiva. El mundo lee esas conductas y este manejo perjudicó tanto al país como a la credibilidad del primer mandatario.

Prácticamente todos los analistas coinciden en señalar como una crisis en la conducción el que los ministros no tengan acceso sencillo, si alguno, al Presidente que los designó, debiendo pasar, sin siempre conseguirlo, por el filtro de la jefatura de gabinete, a la que se achaca no solo operar pasivamente como filtro, sino también activamente, en muchos casos, como central de decisiones que luego se hacen descender a los respectivos ministerios. Verdad o mentira, esta suerte de manejo a distancia suele ser señalado más acentuadamente respecto de la cancillería, devaluando —de manera seguramente involuntaria— la figura del canciller que estuviere a cargo, sin beneficio aparente y justo en la ocasión en la que, luego de largas décadas, el cuerpo diplomático profesional había finalmente conseguido una de sus más caras aspiraciones: que uno de ellos fuera elegido como ministro. Que el canciller sea o no de carrera no supone algo de importancia decisiva y Alfonso Prat-Gay porta un perfil enormemente reconocido en todo el mundo, y seguramente habría resultado el más indicado para esta etapa económica de nuestra relación internacional pero, de nuevo, otro bandazo que el mundo desgraciadamente no dejará de percibir.