Corrupción versus economía

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Mientras día a día el espectáculo de la corrupción suma un nuevo y sorprendente capítulo que aporta nuevos elementos a la trama de corrupción político-empresarial de los gobiernos del kirchnerismo, el contexto económico se torna aún más complejo fruto de la combinación de la escalada del dólar, la presión inflacionaria y la tendencia recesiva.

A esta altura, no hay dudas de que la corrupción se instaló con inusitada fuerza en la agenda pública a partir del escenario judicial y mediático que provocaron las revelaciones de los cuadernos del ex chofer de Roberto Baratta. Tampoco hay dudas de que será uno de los temas inevitables de la próxima campaña electoral.

Sin embargo, cabe preguntarse si la corrupción tendrá la potencia suficiente para desplazar a la economía como el tema central de la campaña presidencial, es decir, si será capaz de estructurar el terreno de la contienda y determinar la dinámica de la competición electoral frente al influjo de los problemas económicos.

Economía y desconfianza

La economía sigue sin mostrar signos de recuperación desde que estallara la corrida cambiaria el pasado mes de abril. La desconfianza de los mercados crece de la mano de una nueva escalada del dólar, que ya cotiza holgadamente por encima de los 31 pesos. Solo en lo que va de agosto la moneda nacional ya perdió un 12% respecto a la divisa estadounidense. A ello se suman otros indicadores preocupantes de la incertidumbre que reina en los mercados, como el aumento en el riesgo país, la caída de la Bolsa, la fuga de capitales, las crecientes necesidades de financiamiento generadas por las Letes, entre otros factores que ponen en duda el cumplimiento de las metas acordadas con el FMI.

Si bien el Gobierno confía en que la recesión se terminará a fin de año, el desplome de la actividad industrial, la caída del empleo, la baja de la inversión, la retracción del consumo y la inflación que no da tregua, dejarán una huella en sectores de la opinión pública difícil de revertir en términos electorales.

No obstante, la expectativa sigue siendo el gran motor emocional de la comunicación del Gobierno de Cambiemos. A menos de un año de comenzar oficialmente la campaña por la reelección, Mauricio Macri no parece estar dispuesto a dejar este recurso de lado, aun con los riesgos que ello implica.

Sin ir más lejos, el domingo pasado, en una entrevista exclusiva que el primer mandatario mantuvo con la cadena estadounidense CNN, declaró que la economía caería un 1% en el 2018. Solo cuatro días después se conoció que, durante el primer semestre del año, la economía había caído 0,6 por ciento. Si esta tendencia se proyecta, la contracción superará con creces la estimación presidencial. De hecho, algunas consultoras auguran una caída del dos por ciento. En la Argentina actual, la realidad parece superar siempre las expectativas.

Este escenario económico debería generar preocupación en los estrategas electorales de Cambiemos, hasta ahora confiados ante la falta de una candidatura opositora capaz de erigirse como una alternativa competitiva. Así las cosas, la esperanza puede convertirse rápidamente en desilusión o, peor aún, en desconfianza e indignación.

¿De qué hablará la política en 2019?

Instalar un tema central en el contexto de una campaña electoral no es en absoluto tarea fácil. La regla general indica que los temas experienciales, es decir, aquellos con los que los electores se relacionan directamente —inflación, desempleo, inseguridad, etcétera—, suelen interpelar en forma más directa a los ciudadanos. Por su parte, los no experienciales, como en este caso la corrupción, necesitan de la intermediación de los medios masivos de comunicación para permanecer como temas en la agenda de los electores.

Aunque ello no implica que la corrupción sea un mero show mediático. Las causas de corrupción que involucran a gobiernos y empresarios son un mal endémico en todo el mundo, pero han tenido en América Latina algunos de sus capítulos más dramáticos, como lo indican las experiencias de Brasil, Venezuela, Ecuador, Guatemala, Perú, entre otros.

La puja entre la corrupción y la economía, como ejes estructurantes del terreno de la contienda electoral del año próximo, parece entonces irreversible. Por un lado, la situación económica no deja de afectar el día a día de los argentinos. El diagnóstico que hace el electorado no se limita a que hoy está mal, sino a que puede estar peor en los próximos meses. La esperanza se diluye y el temor a un contexto económico más hostil se manifiesta con mayor fuerza. Por otro lado, la espectacularización de la corrupción no solo no parecería ser un elemento capaz de coadyuvar a fortalecer la imagen del gobierno y del Presidente, sino que galvanizaría el voto kirchnerista.

En este marco, el riesgo del Gobierno es que sectores del electorado opositor interpreten el accionar de la Justicia contra Cristina Fernández de Kirchner como un hostigamiento y persecución personal, y comiencen a sentir empatía hacia la ex mandataria. Esto es lo que en comunicación política se conoce como el efecto underdog, es decir, un escenario que promueve el apoyo a quien es percibido como más débil. Solo así se entiende el crecimiento de la imagen de la ex Presidenta, según una encuesta de Poliarquía que se difundió la semana pasada.

Sin duda, los cuadernos son un elemento que seduce con mayor fuerza al electorado fiel de Cambiemos, para quienes "la lucha contra la corrupción" es un valor electoral. Pero, ¿qué pasará con el electorado de Cambiemos que experimenta en carne propia todas las consecuencias de la actual crisis económica?

Comunicar en tiempos de campaña

A medida que la campaña vaya entrando en ritmo, la decisión de qué comunicar, a quién y cómo hacerlo se tornará ineludible. Sobre todo para aquellos dirigentes que aspiren a establecer un diálogo con el electorado desde su rol de candidato.

Un axioma básico de la comunicación indica que no solo se comunica con lo que se dice o se hace, sino también con lo que se calla o se deja de hacer. En este marco, el silencio también comunica, y suele ser una recomendación usual para aquellos líderes cuyas intervenciones públicas no solo tienen un potencial impacto negativo en su imagen, sino también un impacto positivo en la de sus adversarios.

Ese fue el caso de Cristina durante los primeros meses de 2018, en los que su silencio, sumado a la crítica coyuntura económica, provocó que se estabilizara su imagen e, incluso, comenzara a crecer. Sin embargo, el escenario actual le demandará seguramente otra estrategia.

En las huestes de Cambiemos, el riesgo está en enamorarse del efecto cuadernos y descuidar los otros factores centrales, no solo para la persuasión electoral, sino para la construcción de las mayorías cotidianas imprescindibles para gobernar. Es decir, evitar la amenaza del seductor canto de sirenas que, como al joven Ulises en su regreso a Itaca, resulta tan atrayente como fulminante.

El electorado está expectante. Un espectro del arco político está siendo cuestionado por distintas causas de corrupción, otro, por la carencia de propuestas para resolver los problemas de una economía que se muestra endeble. El resultado: un terreno fértil para la profundización de la desconfianza de la sociedad hacia las clases dirigentes argentinas, es decir, un escenario propicio para la anti-política.

El desafío sigue siendo construir liderazgos capaces de escuchar e interpelar a la sociedad. En un contexto en el que ni el Gobierno ni el kirchnerismo parecen ser capaces de ello, el peronismo se enfrenta a una nueva oportunidad. Los votantes descontentos con la administración de Macri, pero al mismo tiempo alejados de Cristina, ¿se inclinarían por un tercer candidato? Sin duda, se trata de un interrogante que interpela al Partido Justicialista, que necesita dejar de lado la discusión interna de espaldas a la sociedad y concentrarse en la construcción de nuevos liderazgos capaces de erigirse en una opción competitiva en el plano electoral. Si dejara pasar esta oportunidad, cabe la posibilidad de que aparezca un outsider al acecho, procurando capitalizar la frustración y la indignación ciudadana ante las recurrentes promesas incumplidas de la clase política en su conjunto.