Sin festejos ni duelos, a trabajar por la vida

Jorge Enríquez

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Como se preveía, el Senado rechazó totalmente el proyecto de legalización del aborto aprobado por la Cámara de Diputados. Una clara mayoría le puso punto final a una iniciativa que no solo despenalizaba en forma muy amplia el aborto, sino que creaba un derecho a abortar, que podía en los hechos ser ejercido a lo largo de todo el embarazo y que les negaba la objeción de conciencia a los institutos asistenciales.

El resultado y el debate previo demostraron, por otra parte, que el microclima que se vive en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, fogoneado por minorías intensas con fácil acceso a los medios de comunicación, no se proyecta al interior profundo, que se mantiene más apegado a los valores fundamentales de nuestra convivencia civilizada, entre los que la vida y la dignidad humana son esenciales.

Para quienes sostuvimos la posición que triunfó no es momento de festejos, como no es momento de duelo para los circunstanciales vencidos. Pocas veces como en este caso adquiere pleno sentido aquello que escribió en un famoso poema Rudyard Kipling: "Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia". Ni triunfo ni fracaso deben surgir de estas jornadas, sino el compromiso de trabajar todos juntos para proveer las mejores soluciones a un problema que debemos encarar con inteligencia.

El proyecto rechazado se enfocaba, y mal, en las consecuencias. Hay que atacar las causas, para que disminuyan drásticamente los embarazos no deseados y para que, cuando se produzcan, la salida no sea la eliminación de la vida de una persona sin otro fundamento que la decisión de otra. Educación sexual integral, prevención del embarazo adolescente, capacitación para la decisión responsable de concebir un hijo, asistencia y contención a las mujeres embarazadas, facilitación de las adopciones, entre otros aspectos, son las herramientas que hay que emplear activamente.

El debate fue duro y ardoroso. No es malo que así sea mientras se mantenga en el terreno de las ideas y no se descienda a las descalificaciones personales. Esta exigencia, de validez general, es aún más necesaria dentro de los partidos o las alianzas. Se ha dado en esta ocasión una división transversal que atravesó a todos los bloques. Debe ser ponderada la amplitud de miras y la prudencia del presidente Mauricio Macri, quien instó al Congreso a debatir esta cuestión, pero no influyó en las deliberaciones ni en el resultado.

En particular, es imprescindible preservar la unión y la coherencia de Cambiemos, olvidando lo más rápido posible los resquemores que las intensas discusiones inevitablemente suscitan. Nos esperan arduos desafíos. Debemos poner el acento en lo que nos une, que es casi todo, y no ocultar aquello que es motivo de disenso, pero enmarcado en el máximo respeto por las ideas ajenas.

El tema del aborto ha concitado una gran expectativa pública, pero la enorme mayoría de los ciudadanos aspira a mejorar su calidad de vida y disponer de oportunidades de progreso. Ese objetivo nos une por igual en Cambiemos a "verdes" y a "celestes", porque sobre todas las banderas flamea, como decía Raúl Alfonsín en su campaña de 1983, la azul y blanca de todos los argentinos.

La unidad no es la uniformidad. No es preciso renunciar a ninguna convicción, sino articularlas en el plano superior del interés general. Las chicanas, los discursos de barricada, las sobreactuaciones no contribuyen a esa meta. Sepamos estar todos a la altura de nuestra responsabilidad.

El autor es diputado nacional por CABA (Cambiemos- PRO).