La semana del arrepentido

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En el país de las "casualidades permanentes" ocurre que ahora a todos les ha dado por arrepentirse. Apremiados por las evidencias que aportaron los sacrosantos cuadernos de Oscar Centeno, se alinean para tener una ubicación en el vía crucis de la colaboración. Una suerte de Puerta 12 a la desesperada. Entre el desconcierto y la urgencia de verse acorralados, propios y extraños arremeten con el silicio y la autoflagelación.

La embestida contra Comodoro Py no está inspirada, claro, en un acto de contrición; si así fuera, llega mal y a destiempo. Los que enfilan atribulados hacia Claudio Bonadío lo hacen siguiendo el minucioso instructivo de costosos estudios jurídicos.

Es de esperar que los letrados les hayan aclarado debidamente a sus defendidos que una vez instalados en esta suerte de "delación premiada" a la criolla está absolutamente contraindicado mentir, porque, en caso de hacerlo, lejos de aligerarse la situación procesal de los susodichos, se espesa y mucho.

En la atropellada carrera hacia los tribunales se han vivido escenas desopilantes. La de Juan Lascurain, ex titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), a los trompadas con los periodistas, fue una de las más comentadas. El hombre que respondió a las preguntas con un "dejen de romperme las pelotas" ofreció un rato después elegante excusa. Dijo que estaba nervioso por la muerte de su suegra. Se comprende, todo ocurrió apenas un rato antes de que volviera a dar con su vapuleada humanidad a la cárcel.

Lo de Norberto Oyarbide es un capítulo aparte. En apenas horas se arrastró toda la glamorosa soberbia que acopió durante años. Lloró por la radio sobre el hombro de Baby Etchecopar, dijo tener miedo de que lo maten y, lo que es peor, reconoció que dictó el sobreseimiento en la causa de enriquecimiento ilícito de los Kirchner porque "le apretaron el cogote".

De la dignidad de un juez federal, ni hablar. El hombre que mandó bajo el camión de un plumazo al operador Javier Fernández, al mítico espía de la Nación, Jaime Stiuso, y al mismísimo "esposo de la ex Presidenta", terminó la semana atrincherado al cuidado de la Gendarmería, en el coqueto departamento que a fuerza de agachadas se supo conseguir.

Sus últimas declaraciones las emitió por portero eléctrico. Dijo que no piensa salir "por un mes más o menos". Eso, claro, si no lo mandan a buscar antes desde el Juzgado que lo investiga. Vale aclarar que el platinado que luce es muy anterior al sofocón de estos días. No son canas de disgusto sino mera coquetería, al menos es lo que blanqueó su peluquera, quien no se privó de contar con pelos y señales que lo notó bajoneado. No es para menos.

Nada más eficaz que un panic attack para acelerar el camino a la verdad.

La "corredera" verbal también atacó duro a Carlos Wagner, el ex titular de la Cámara Argentina de la Construcción que está hasta el fratacho en esta novela. Sentado ante el juez, descargó todo. Se autoincriminó admitiendo su diligente gerenciamiento del "club de la obra pública". Considerado por sus pares como un engranaje clave del "mecanismo", debe haber dejado muy buena data a la investigación porque ya come en su casa.

Un beneficio del que no goza ni parece volverá a gozar, al menos por ahora, don Julio de Vido, quien presentó un pedido de sobreseimiento en el mismo momento en que el bueno de Wagner lo entregaba con pitos y cadenas.

No conforme con arrastrar al ex ministro, mandó al frente a las empresas que estaban en la rosca de la cartelización y cumplían en tiempo y forma con el retorno pero no necesariamente con la conclusión de los trabajo. O sea que servían tanto para un barrido como para un fregado.

Que pase el que sigue.

Mientras la tropa K intenta recomponerse del sacudón, el ex jefe de gabinete, Juan Manuel Abal Medina, enfrenta un tembladeral. Mencionado en la literatura del remisero, admitió ante la Justicia haber recibido el dinero de procedencia incierta para la campaña electoral. Su participación puede considerarse rutilante. Es el primer alto funcionario que admite el trasiego de físico hacia cajas de la política.

De profesión politólogo, el ahora legislador no puede ignorar que sumar plata negra a una campaña presupone lavado, aquí y en cualquier parte del mundo. Le están pegando desde adentro para que tenga y guarde.

Abal dijo no tener noticia alguna de los métodos que se emplearon para obtener las suculentas recaudaciones. A él los denunciados aprietes no le constan. De esos asuntos no sabe ni contesta.

Los empresarios hablan de aportes de campaña voluntarios o bajo coerción, otra estrategia defensiva de vuelo corto.

Muchas entregas fueron regulares en años no electorales y otras tantas coincidieron en tiempo y espacio con los anticipos de obra que por sistema debían retornar.

Si pasa, pasa. Una cosa es ser acusado de cohecho y otra muy distinta es quedar pegado en el engranaje de una asociación ilícita. Es la bolsa o la vida.

Unos salen y otros entran. Es el caso de José María Olazagasti, estrecho colaborador del otrora superministro De Vido, quien se entregó este sábado. Su detención fue ordenada horas después de haber declarado. De Claudio Uberti, también funcionario y quien tuvo su momento de gloria cuando compartió vuelo con Antonini Wilson y la valija de los 800 mil dólares, a esta hora nada se sabe. Le soltarán ellos también la mano a Julio u optarán por hablar.

Con el más Amado condenado y Josecito López extraviado en su propio relato sin saber bien dónde ponerse entre tanta confusión, la semana corrió afiebrante.

Cada declaración abre nuevas puertas, nuevos caminos a la investigación. Todo se precipita de manera exponencial. Cuesta asimilar cómo empezó esta serie por entregas, pero mucho más difícil es saber cómo y cuándo terminará. Cuadernos, verdades y video y un efecto dominó imparable y demoledor.

Difícil sustraerse a esta novela que recién comienza y en la que cualquier coincidencia con la ficción es pura realidad.

Una realidad que sobresalta, duele, pero también esperanza.