Macri cree que "hay que sacarlo todo afuera porque el mundo cambió"

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La habilitación que impulsó el Gobierno sobre el debate alrededor de la despenalización del aborto y la posición del Poder Ejecutivo de informar y ayudar la investigación sobre los cuadernos de la corrupción k, obliga a reflexionar sobre qué tipo de líder es el Presidente.

Mauricio Macri no se presenta como un gran orador ni tiene el rigor intelectual de un estadista. Viene de una familia católica tradicional, por parte de madre, que debería estar en contra de la interrupción voluntaria del embarazo. Es hijo, heredero y beneficiario de un padre que fue un "Dueño de la Argentina". Un gran exponente de la patria contratista que se hizo multimillonario con las mismas prácticas que ahora se describen en los cuadernos de Oscar Centeno.

Lo denuncié a Franco Macri en Los Dueños de la Argentina I y el ahora Presidente me lo enrostró en privado varias veces. Sin embargo, nunca negó los hechos. A lo sumo justificó a su padre argumentando que "el mundo, antes, era así".

Por más que su primo, Angelo Calcaterra, haya afirmado que su arrepentimiento surgió de una decisión suya, fue Macri quien desde el principio le aclaró que no lo iba a proteger, ni a él ni a nadie de la familia que apareciera involucrado en un hecho de corrupción. Entonces, ¿qué tipo de líder y qué clase de presidente es Macri?

El ejercicio de la presidencia lo está transformando por dentro y por fuera. Hay una idea que esbozó en su última declaración, desde su Facebook, que lo resume. Afirma que hay que empezar a acostumbrarse a que ya no se puede vivir en comodidad absoluta. Que siempre habrá situaciones e ideas que nos harán sentir incómodos e infelices. Lo que afirma el Presidente, en la intimidad, es que lo que no se debe hacer como gobierno es oponerse a ningún cambio que surja de abajo hacia arriba. Ni el de la ola verde ni el del Lava Jato argentino.

Por supuesto, él mismo se encuentra a mitad de camino. Todavía le cuesta asimilar la igualdad de derechos de la mujer y el varón. Ya se sabe que está en contra de la legalización del aborto y, aunque cree que Cristina debería estar presa por la voracidad y la prepotencia con la que sostiene que robó y lo ineficiente que fue para gobernar, quedó a mitad de camino, igual que todos los jefes de partido, con la evidencia de que Cambiemos también usó aportantes truchos en las campañas de 2015 y 2017.

El fin de semana pasado, el Presidente pensaba en voz alta. Decía que extrañaba parte de la vida que le había quitado la política. Aseguraba que su única misión, en este primer mandato, es evitar que la Argentina vuelva al populismo y la hiperinflación. Explicaba que se quedaría tranquilo si lo sucediera o ganara las próximas elecciones un peronista como Juan Manuel Urtubey, aunque duda de su capacidad de sacarse de encima a "la vieja política".

Muchos se sorprenderían al escucharlo decir que su gran aliada en la lucha contra la corrupción es Elisa Carrió. Pero más se sorprenderían al oírlo afirmar que es una tontería la idea de que Cambiemos tiene que evitar que Cristina vaya presa para poder enfrentarla como candidata a presidenta y ganarle una vez más.

El jefe de Estado sostiene que es más importante dejar trabajar a la justicia que ganar la próxima elección. Igual, va a ir por un segundo mandato, pase lo que pase.