Dos sistemas fracasados: el colectivismo de Estado y el libre mercado

Guillermo Sueldo

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Que el humanismo cristiano se encuentra en retroceso y perdiendo casi por goleada ante las posturas ateas y laicistas casi no es novedad. Obviamente, habrá diferentes motivos, incluso culpas propias, por acción u omisión, de la propia corriente social cristiana. La ola actual individualista contra toda clase de sentido espiritual de la vida no es nueva, aunque presente nuevos actores y argumentos; incluso sirviéndose de católicos liberales y progresistas de profundo sentimiento laicista, terminando estos últimos siendo funcionales al más acérrimo individualismo del capitalismo salvaje, que podríamos graficar como un "darwinismo social".

Porque las "grietas" que no solamente nos separan, sino que también nos imponen, tienen fundamentación en contraponer dos sistemas sociales que han fracasado: el colectivismo de Estado y el libre mercado; exaltando a este sin limitación alguna y considerando a la justicia social como algo meramente individual en la acción particular, pero no como valor del conjunto social. Porque si bien una economía libre contiene la necesaria libertad de la iniciativa privada y la creatividad del ser humano y de emprendimiento empresarial, no por ello dicha libertad debe dejar de estar encuadrada en un sistema de valores y, por ende, encuadrada en un sistema jurídico, para que esté al servicio de una libertad integral y considerando la parte ética de toda libre actividad humana, no únicamente de grupos económicos poderosos que concentran el poder de decisión del mercado, porque el predominio absoluto implica por sí mismo una grave injusticia, sea este del Estado o del mercado.

Por ello, no son el estatismo marxista ni la tiranía del libre mercado los modelos para una sociedad desarrollada integralmente, sino un sistema de capital basado en la participación y el control de la misma sociedad a través de la ética y del orden jurídico. Porque sin ello impera el reino de las oportunidades solo para algunos, acrecentando las carencias no solamente materiales, sino también las del conocimiento, siendo luego captada una gran masa humana por peligrosos populismos de derecha o de izquierda, pero fundamentalmente antisistema. Y también el constante péndulo de liberalismo absoluto y estatismo, sin salir nunca de esas falsas opciones y continuando con la postergación de millones de seres humanos.

¿Qué hacer entonces con tantas necesidades humanas que no son cubiertas por el mercado? ¿Dejamos que esos seres humanos caigan en la absoluta miseria? ¿Puede el mercado por sí solucionarlo? ¿Cuál es la respuesta ética del social cristianismo ante ello, como expresión política concreta? ¿Cuál es la conceptualización y la hoja de ruta política que esta corriente puede (y debe) aportar? No desconozco que el mercado lleva la ventaja de la libertad, pero la de todos, porque son muchas las cuestiones humanas que escapan a la lógica del mercado.

La caída del muro de Berlín, el fin de la Unión Soviética, la miseria en Cuba y en Venezuela, etcétera, son la muestra del fracaso del marxismo, pero la contraposición tramposa con el liberalismo económico pretende hacer creer que este es el único modelo de organización social. De hecho, actualmente asistimos por los medios a una radical apología de la libertad de mercado que rechaza toda idea de control. Incluso exaltando el individualismo, arrojando al desprecio todo sentido espiritual de la vida. Y cuando ello ocurre, se termina el sentido de pertenencia social y somos nada más que apenas un conglomerado de individuos, sin identificación social y sin sentido de pertenencia en un proyecto común.

La conclusión es que la perversidad del comunismo no hace bueno a la libertad de mercado, que además unos pocos concentran y controlan control, haciéndose necesario reemplazar ambos sistemas por una concepción que si bien requiere de realismo y factibilidad, no puede dejar de lado el humanismo.

El autor es abogado, docente terciario y dirigente de la Democracia Cristiana.