Quitar la vida a los vulnerables

Leonardo Pucheta

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Un aprendizaje de las jornadas en las que se presentaron posiciones a favor y en contra del proyecto de liberalización del aborto, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, es que cualquiera puede decir cualquier cosa, por más ridícula, antijurídica e infundada que sea, sin costo alguno.

A esta altura no tiene sentido expedirse con corrección política al respecto: no hubo ni habrá debate, es una farsa que desnuda la pobreza intelectual de gran cantidad de nuestros dirigentes, la incoherencia de los postulados que dicen defender, la estrecha vinculación con intereses ajenos a los del pueblo y la falta de interés (o ineptitud) para afrontar y resolver los problemas que aquejan a los habitantes de nuestro país.

Contra el proyecto se han presentado incalculable cantidad de argumentos de orden jurídico, evidencia biomédica, datos estadísticos y experiencias comparadas. Pero parece que no importan, pues acto seguido siempre se presentan los mismos eslóganes que permanecen indemnes al rigor de aquellos.

Quizás quienes creemos que debe favorecerse siempre la defensa de toda vida sin distinción estemos equivocados y estén en lo correcto quienes afirman que para resolver los problemas de unos debe eliminarse a otros que aún se encuentran menos desarrollados o no son deseados.

La señora Martha Rosenberg, por ejemplo, sostuvo que el hijo comienza a existir cuando la madre lo reconoce como tal. Quizás tenga razón. Habría que proceder a eliminar sistemáticamente a todos los que, nacidos o no nacidos, no son reconocidos como hijos. No importa lo que el menor sea desde el punto de vista biológico o el reconocimiento jurídico correspondiente, habría que quitarle la vida.

Por otro lado, el biólogo Alberto Kornblith afirmó que la vida de los seres gestados no es independiente de sus madres y que, por lo tanto: "Hasta el nacimiento son casi un órgano de la madre". También sostuvo que el concepto de vida humana es una construcción social basada en el consenso y elogió el diagnóstico prenatal por la posibilidad que ofrecería para la elección del aborto en función de características no deseadas en el gestado. Comprendido. Deberíamos ensanchar el debate en curso y revisar el consenso imperante en materia de reconocimiento de derechos. Todos aquellos que a criterio de la mayoría no merezcan protección jurídica deberían ser automáticamente eliminados y, para ser más exacto, privar de sanción penal a los que los mataran.

En relación con la selección de la descendencia imagino un mundo más productivo, librado de personas con limitaciones funcionales y uniforme genéticamente, imagino un mundo feliz. Si personas con discapacidad ya hubieran nacido y el consenso imperante lo permitiera, deberán ser toleradas. Caso contrario, podríamos quitarles la vida a todos.

Quizás tengan razón y debamos eliminarlos a todos.

Si quienes requieren nuestro cuidado (niños, ancianos, personas con discapacidad, gente carente de recursos materiales, etcétera) molestan, pues entonces, que les "interrumpan" la vida a todos. Si algunos no son valorados como funcionales a la maquinaria "social", sobran. Que les quiten la vida a todos.

A meses del inicio de la discusión sobre la liberalización del aborto, planteada mediáticamente y promovida por el Poder Ejecutivo, advierto que hay dos modelos drásticamente opuestos. Uno es el camino largo, costoso y contracultural, el que implica asumir la realidad y trabajar incansablemente por cambiar las bases inequitativas de nuestra sociedad. El otro es el camino del atajo, uno signado por la resignación y el escepticismo, que parte de premisas falsas y alude a reclamos sociales inexistentes para tapar los reales, los que evidentemente son advertidos como imposibles de resolver.

El camino contracultural es el de la protección de toda vida humana, el que no se asusta frente a la adversidad y la profunda crisis económica, social y cultural de nuestro país, ni frente a las presiones de organismos internacionales. El camino del atajo es el que proponen sin tapujos incluso miembros del Gobierno, como los ministros de Salud y de Ciencia y Tecnología, los que han sostenido que, como no pueden resolverse los problemas de acceso a la salud de las mujeres, el aborto es la única respuesta que puede ofrecer, o que el aborto es una forma de eliminar "el flagelo de los hijos de los pobres", respectivamente. El atajo es defendido también por muchos diputados y senadores que confiesan su incapacidad para atender a las cuestiones de fondo. El senador Luenzo, por ejemplo, quien cede ante presuntas fuerzas invencibles que no permitirían garantizar el acceso a la salud, a la educación o al trabajo, parece que lo único que puede apoyar desde su banca es el aborto. De hecho, ridiculiza las propuestas de fondo presentadas por algunos expositores que dan cuenta de otros proyectos con estado parlamentario en materia de adopción, protección de la maternidad vulnerable y disminución de la mortalidad materna. Esos proyectos para el senador Luenzo no son relevantes.

El proyecto de legalización y liberalización total del aborto no resuelve los problemas de la maternidad vulnerable y expresa un total desprecio por la vida humana, por toda vida humana. La defensa que del proyecto se ha hecho en Diputados y en el Senado da cuenta de ello.

Por nuestra parte, con o sin ley, seguiremos proponiendo medidas reales para la incorporación de todos los seres humanos al goce de los bienes esenciales. Hoy son propuestas que no son financiadas por grandes organizaciones, no son divulgadas por los medios de comunicación ni son apoyadas por el Poder Ejecutivo y, por lo tanto, parecen no generar interés en el arco político. Pero esta generación no está dispuesta a tolerar la eliminación de personas en función de su estado de desarrollo o de salud, de su condición social o de la voluntad de quienes ejercen poder sobre ellos y seremos nosotros quienes diariamente nos seguiremos haciendo cargo de la realidad y trabajando por una sociedad más justa.

El autor es abogado.  Magíster en Ética Biomédica, docente universitario, miembro de la Pontificia Academia para la Vida y del Centro de Bioética.