Nuevos desafíos para una educación técnico-profesional de calidad

Gustavo Fabián Alvarez

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Vivimos un mundo socioproductivo cada vez más cambiante. La transformación acelerada constituye un hecho que atraviesa todas las tareas que emprendemos, en tanto las tecnologías están indefectiblemente presentes en diferentes soportes, lenguajes y formatos. No se trata de meras herramientas que optimizan el trabajo sino de dispositivos complejos que impulsan el desarrollo de nuevos modos de vincularnos, de conocer, de interpretar tiempos y espacios y, sobre todo, de construir nuevas formas de ciudadanía. En este contexto, quienes ejercemos la función de pensar y mejorar el sistema educativo en su conjunto consideramos fundamental que la educación técnico-profesional sea revalorizada: que pueda generar habilidades, competencias y aprendizajes socialmente significativos para que desde allí dialoguen con las necesidades del mundo del trabajo, mediados por el cambio constante.

Cuando hablamos de la realidad socioproductiva, nos referimos a los perfiles ocupacionales actuales y también a aquello que denominamos "trabajos del futuro". Hoy, un niño que cursa el primer grado de la escuela primaria posiblemente se empleará, una vez graduado de la secundaria, en lugares todavía inimaginados al momento de iniciarse en el proceso de escolarización. Entonces, el desafío que nos planteamos cada día es el de volver una y otra vez sobre la siguiente pregunta: ¿Cómo nos estamos preparando para el futuro?

Los nuevos desafíos de la educación técnico-profesional vienen a responder este interrogante. Entre las acciones que estamos impulsando desde el Consejo Provincial de Educación y Trabajo (Copret), la modernización de la educación técnico-profesional (ETP) es prioritaria y se traducirá en la actualización de los diseños curriculares, el incremento en la matrícula, la adecuación de la normativa —que rige desde hace mucho tiempo y ya no es representativa del escenario actual— y el acercamiento de la educación al mundo del trabajo, un proceso que también contribuirá a mejorar la empleabilidad de estudiantes jóvenes y adultos.

En cuanto a las cuestiones curriculares, queremos introducir el concepto de trayectoria formativa. Pensar en el proceso educativo como trayectoria implica detenernos en el recorrido transitado. Observamos que en los distintos niveles de la ETP, esto es, educación secundaria técnica, educación agraria, formación profesional y educación superior técnica, el recorrido que efectivamente realizan los estudiantes en el siglo XXI alberga más rupturas que continuidades. En cambio, si pensáramos en la acreditación de saberes como metodología, arribaríamos a la posibilidad de reconocer procesos. Esto permitiría a los estudiantes alcanzar una certificación profesional que funcionaría, a su vez, como condición de ingreso de otro trayecto más complejo. Cada estudiante podría acumular acreditaciones en forma parcial: un incentivo claro para su permanencia en el sistema educativo.

No obstante, así como creemos necesario que cada nivel de la ETP reconozca las trayectorias y convierta en módulos esos recorridos, sabemos que cualquier modificación en las estructuras pedagógicas requiere del acompañamiento situado de tutores, docentes y asistentes técnicos. Por eso hablamos de nuevas figuras institucionales para la educación técnico-profesional, porque no podría trabajarse profundamente en contra de la repitencia y el abandono sin profesionales que guíen estos procesos. En este sentido, apostamos a la formación permanente en la docencia y, además, pensamos en instancias de capacitación que aborden, por ejemplo, formación en discapacidad y nuevos formatos educativos de inclusión, temáticas en las que todavía nos queda mucho por hacer y repensar.

Los desafíos que el futuro nos plantea no empiezan y terminan en la innovación tecnológica o el avance en los procesos de producción. Las nuevas tecnicaturas para la educación agraria, la incorporación de, por ejemplo, equipamiento y nuevas orientaciones en energías renovables para las escuelas técnicas, la creación de nuevos trayectos en formación profesional vinculados con esta materia, la actualización de normativa o el aporte de nuevas tecnologías en carreras tan demandadas como la enfermería, son hechos muy importantes para nosotros pero no suficientes. El proceso de enseñanza y aprendizaje técnico debe estar cruzado transversalmente por el abordaje de las denominadas competencias socioemocionales. Se trata del desarrollo de las habilidades emocionales, cognitivas y sociales igual de importantes que el saber técnico, donde el rol del alumno es clave para su participación activa, crítica y situada.

Por último, la realidad indica que las ofertas educativas de nuestras escuelas técnicas o la formación profesional y terciaria se encuentran, en muchos territorios, desconectadas de las necesidades laborales, de las demandas productivas. Nosotros asumimos y tenemos el compromiso de no mirar para otro lado y construir lazos con otros. Se trata, entonces, de conocer qué perfiles ocupacionales está demandando cada región, de estudiar las matrices productivas de la provincia y de proponer nuevas orientaciones para las escuelas técnicas y agrarias, así como nuevos trayectos formativos modularizados para el sistema de formación profesional y las carreras terciarias. De este modo, y a través de la acreditación de saberes también para trabajadores en actividad, es que estamos andando el camino que elegimos para seguir fortaleciendo el diálogo entre la educación y el trabajo, y brindar una verdadera educación de calidad.

El autor es secretario ejecutivo del Consejo Provincial de Educación y Trabajo de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.