Evita capitana

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Amontonados por la causalidad o enlazados por algún hilo invisible de la Historia (¿quién podría afirmarlo con certeza?), tres acontecimientos se encimaron este lluvioso jueves 26 de julio: el aniversario de la muerte de Evita, la marcha del troscokirchnerismo para oponerse a la "militarización de la Argentina" y las declaraciones de Luisito Delira acerca del fusilamiento de Mauricio Macri en la Plaza de Mayo.

No voy a extenderme con Evita en este caso, ni a hablar de su decisiva contribución al triunfo de un partido que terminó de arruinar al país, y al fanatismo, la intolerancia y el clientelismo que el kirchnerismo transformó, medio siglo después, en un modus operandi de escala nacional. Basta googlear un poco y repasar el repertorio de sus frases célebres, acaso las primeras inaugurales de la famosa grieta, llenas de invocaciones a "Perón, que es la patria" (sic) y advocaciones a no dejar piedra sobre piedra y a colgar con alambre de fardo a los enemigos. Quienes detestan a Cristina pero guardan —al menos— un respetuoso silencio cuando se habla de Evita se han perdido —por ignorancia, ceguera deliberada o deliberada conveniencia— una parte fundamental de la Historia nacional. La arquitecta egipcia será muy básica pero ha comprendido perfectamente el potencial de la figura de Evita. Ellos, no.

Sin embargo, Evita en sí misma no es el tema de este artículo, sino más bien "Evita capitana"; misterioso grado militar conferido a una civil por parte de quienes hoy temen la militarización de la Argentina. Sí, son los mismos que llaman "unidades básicas" a los locales dedicados a la organización política y "cuadros", a los dirigentes políticos; quienes conciben al país como un territorio al cual ocupar y controlar, y en el cual desarrollar operaciones para evitar cualquier tipo de desembarco enemigo. Ellos mismos, los que juran como legisladores reivindicando ser "soldados de Perón" o "soldados del Pingüino" y denominan "militancia" a la actividad política; una expresión irrevocable de su concepción militarista de la vida, con sus opciones binarias amigo-enemigo y su lenguaje de campo de batalla (la conducción, la tropa, el comando electoral, etcétera). Sí, también son los que pretenden conciliar el ejercicio democrático con ideas y hábitos propios de las fuerzas armadas como la verticalidad, la unanimidad, el abuso de los servicios de inteligencia, el empleo de la violencia y el uso de saqueos y puebladas seguidos de destitución como métodos válidos para acceder al poder político y monopolizarlo por décadas.

Increíblemente, absurdamente, se manifiestan hoy contra la "militarización de la Argentina" quienes, a 44 años de su muerte, mantienen como su líder político a un militar que era vivado al grito de "Mi General, ¡cuánto valés!"; uno que participó a los 35 años de edad del golpe militar de 1930, el de Uriburu contra Yrigoyen, que abriría medio siglo de iniquidades en la Argentina. Quien quiera oír, que oiga. Y el que no, que vea y googlee. Allí está la fotografía que retrata a los fundadores de los dos partidos que arruinarían al país, el Partido Militar y el Partido Populista, llegando juntos en un auto descapotable a tomar la Casa de Gobierno entre una muchedumbre de uniformes de estilo prusiano. Allí está el nombramiento posterior de Perón como funcionario del gobierno golpista y sus opiniones sobre Yrigoyen y Uriburu recogidas por una fuente inobjetable de antiperonismo: Norberto Galasso; quien en su Perón: Formación, ascenso y caída, 1893-1955, las reproduce: "Un perfecto caballero, hombre de bien, puro y bien inspirado"; dice de Uriburu; mientras que de Yrigoyen afirma: "[Hay que] defender a la Patria contra las acechanzas de otro año de gobierno de Yrigoyen". En cuanto al primer golpe militar de la Historia nacional, el de 1930, su opinión fue contundente: "Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires, que en forma de avalancha humana se desbordó en las calles al grito de ¡Viva la Revolución!".

Trece años más tarde, junto con los miembros del Partido Militar del que formaba parte, Perón, ya coronel, dio el golpe del 4 de junio de 1943 y se apoderó de los resortes del poder ganando la batalla contra la rama elitista de las Fuerzas Armadas gracias a la movilización del 17 de octubre de 1945. Un año más tarde, el General se transformaría en el candidato del Partido Militar (de "la Revolución", según sus palabras) a la Presidencia; candidatura que no le fue ofrecida, según su propio testimonio, ni por los trabajadores organizados, ni por un partido político, ni por la CGT, sino por una reunión organizada en la Casa Rosada por el general Ávalos, con la presencia de los mandos militares del país. Así llegó al poder el antecesor e ídolo político de quienes temen la militarización de la Argentina, hoy: como candidato a la sucesión del Partido Militar en el poder. Y cuando lo abandonó, en 1955, por otro golpe ignominioso de las mismas fuerzas armadas que habían dado con él el de 1943, no renunció ante el Congreso, ni ante el Partido Peronista, ni ante la CGT, sino ante las Fuerzas Armadas, cuyo uniforme lleva puesto aún hoy en su tumba, por propia decisión.

Desde luego, desde 1955 y los 18 subsiguientes años de persecución política a la que fueron sometidos sus partidarios, el peronismo clama por una interpretación de la Historia que lo ubica como antagonista del Partido Militar. Y tiene cierta razón. Desde el golpe de 1930, el peronismo y los militares se han repartido en el gobierno nacional dos tercios del tiempo transcurrido. Que sus enfrentamientos obedecieran a concepciones opuestas de la política o más bien a la lucha por el poder entre la rama elitista y la rama populista del mismo partido, un partido nacido del Ejército, es decir: de una organización que, por definición, no puede ser sino nacionalista, territorialista, autoritaria, jerárquica, no democrática y verticalista, es otra discusión.

Al respecto, es particularmente interesante la opinión de la última presidente que el peronismo puso en el poder, Cristina Kirchner, quien en su discurso a la Asamblea Legislativa de 2010 afirmó: "Esta Argentina virtual y mediática que planteó que odiábamos a las Fuerzas Armadas… ¡Por Dios! ¿Nosotros los peronistas contra los militares? Somos el único partido político vigente en la República Argentina fundado por un general [aplausos]. Nuestro ADN se gestó allí, cuando las Fuerzas Armadas acabaron con el fraude patriótico de la Década Infame y Perón fue presidente [ovación]". Son estas "hazañas", la de las Fuerzas Armadas dando golpes para acabar con fraudes, la del único partido fundado por un general y la del ADN militar del peronismo, tres confesiones que confirman la relación real de colaboración familiar y complicidad militarista entre el Partido Militar y el Partido Populista, que juntos habían entrado en la Casa Rosada y en la Historia en 1930 y 1943.

La tradición militarista del peronismo (su ADN militar, como la llamó Cristina) jamás se desvanecería: resurgió en las "formaciones especiales" (la guerrilla montonera) de los setenta; siguió con las fuerzas paraestatales de represión (la Triple A) y terminó anticipando el baño de sangre que completaría la dictadura, pero que ya en 1975 había causado centenares de muertos, desapariciones y exilios. Persecución de la oposición y la prensa independiente, listas negras explícitas o virtuales, discriminaciones en los lugares de trabajo, violencia política: todos estos elementos totalitarios que desarrolló el peronismo de 1946-1955 se repitieron entre 1973 y 1976 y a partir de 2003 hasta 2015; siempre en gobiernos peronistas y jamás en ningún otro gobierno democrático. ¿Casualidad? Para más datos, y para comprender el grado de delirio en que tan frecuentemente cae el Club del Helicóptero kirchnerista sin que nadie se lo eche en cara, basta hacer la lista de sus principales ídolos políticos: no solo el general Perón y Evita capitana, sino los comandantes Castro y Guevara, y el coronel Chávez. También se pueden googlear las imágenes de Evita y Perón abrazando a casi todos los peores dictadores, de Franco a Pinochet.

El Partido Populista y el Partido Militar cargan todas las culpas, pero no nacieron de un repollo. Nacieron de un país en el que —efectivamente, como sostienen con razón los teorizadores de la centralidad de las fuerzas armadas— el Ejército precedió a la nación. Invasiones inglesas, y acabadas estas, guerra de la independencia; y terminada esta, guerra civil por décadas; y concluida esta, la guerra de la Triple Alianza y la Campaña del Desierto. El Ejército siempre ocupó un lugar central en el país y, lamentablemente, en la política argentina. La hegemonía de las dos fuerzas surgidas de su seno y el desprecio de los argentinos por la democracia, el parlamentarismo y la política, nuestra afición por el verticalismo y los salvadores de la patria, nuestra confusión entre la legítima defensa de los intereses del país con el nacionalismo, y el consiguiente patrioterismo aislacionista, nacen de allí. De San Martín a Perón, casi todos nuestros héroes han sido militares; y los que no, como Belgrano y Evita, han sido militarizados. De Belgrano recordamos sus campañas y la creación de la bandera; no sus logros como el brillante político y jurista que era. Evita capitana. Así se ha escrito el código político de este país.

¿Militarización, dicen? La militarización no es la reestructuración de las fuerzas armadas para adecuarlas al siglo XXI que el Gobierno está implementando y que casi todos los países democráticos ya han efectuado atendiendo a la simple realidad de que las amenazas de guerra interestatal siguen disminuyendo y las del terrorismo y el narco-crimen siguen en alza. Militarización es continuar con la lógica amigo-enemigo. Militarización es seguir convirtiendo la actividad política en una ordalía de cuadros, militantes, unidades básicas, autoritarismo verticalista y nacionalismo berreta. Militarización es seguir apostando a la caída de un gobierno democrático y soñar no solo con otro 2001, sino con el fusilamiento de Macri en la Plaza de Mayo, como propuso Luisito Delira en el programa de Santiago Curro el mismo día del aniversario de Evita capitana y de la marcha contra una militarización imaginaria. Lamentablemente, los cuadros, militantes y soldados del Partido Populista estaban tan ocupados que no tuvieron tiempo de repudiar el fusilamiento simbólico del Presidente de la Nación. Fue este, el de D'Elía, el tercer episodio que enlazó este jueves, la historia sufrida por el único peronismo digno, el que sufrió los fusilamientos, con los deseos fusiladores del peronismo de hoy.