Atormentados

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(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)

La semana que termina nos encontró atormentados. El anuncio oficial del 3,7% de aumento del IPC en junio no hizo más que documentar el cielo nuboso que pende pesadísimo sobre nuestras cabezas. Nada que no se viera venir.

La crisis cambiaria que apreció el dólar y devaluó nuestra moneda comenzó a bajar su peso específico sobre la olla de los argentinos. Con una inflación acumulada en lo que va del año que supera el 16%, nadie se anima a asegurar que se llegue a diciembre sin superar un fatídico 32% que ya auguran algunas mediciones. El dato nos pone de frente al más pesado desafío que enfrenta el Gobierno.

Asesorado por quién sabe quién, fue el Presidente el que volvió a matracar sobre nuestra entendedera con la figurita de la tormenta. Ni crisis, ni corrida, ni reacomodamiento de los mercados, para que se entienda: tormenta, tempestad, temporal. Algo que irrumpe y se abate sobre nosotros de manera inesperada e incontrolable.

Politólogos, economistas, analistas políticos, todos afectos a echar mano a las analogías médicas o meteorológicas. Es una manera de explicar rápido, y para que se entienda, al común de la gente un concepto o un estado de cosas. También para encubrir, con ramplona sencillez, aquello que no se quiere decir, contar o explicitar con todas las letras porque espanta.

Mientras que apelar a la terminología de los hospitales y los curapupas alude a placebos, mala praxis o ensañamientos terapéuticos, las descripciones relacionadas con el clima excluyen de responsabilidad alguna. Los fenómenos celestes se inscriben el marco de la fatalidad, de lo que te llueve del cielo, de lo que no se puede evitar ni moderar. En suma, aquello con lo que nada se tuvo que ver.

En este caso, la "tormenta", siempre según el relato presidencial, nos encontró justo cuando estábamos a punto de despegar, para el caso de que lo nuestro fuera un avión, y nos obligó a arriar las velas, ya suponiéndonos embarcados. La palabra "arriar" es de por sí "para atrás", sea que se trate de bajar velas o banderas, expresa bajón. Tanto asesoramiento para tremendo derrape.

El Presidente solía recurrir a una analogía vehicular más verosímil y amigable: "Me entregaron un auto viejo, desvencijado, con las cubiertas gastadas, casi fundido, pero que andaba" dijo allá por marzo del 2016. Ahora, el auto se plantó, se le acabó la nafta justo y no te aceptan la tarjeta de crédito. Hay que salir a pedir prestado. Parece una alegoría más ajustada para describir el momento.

La bomba de fragmentación venía con efecto retardado y nos estalló en el preciso momento en que la economía global entró en modo de calentamiento. La tormenta perfecta.

Intenso, el senador Miguel Ángel Pichetto aportó un concepto: "Durán Barba es el Laclau de Macri". Siempre lo lleva a construir azuzando el conflicto. Preciso pero insuficiente. Ernesto Laclau supo sumarle al kirchnerismo un libreto místico, un catecismo, un sentido casi religioso para arengar a sus fieles. El relato del momento apenas entibia, no alcanza a encender pasión alguna. De eso se trata, de reavivar un entusiasmo, de recuperar un vínculo, de inocular algún fervor, de mantener un hilito de ilusión.

Nada de eso pareció ocurrir esta semana en que el Presidente de la Nación reapareció en escena sin anuncio alguno, pero reconfirmando que se mantiene en el rumbo trazado, al mando del timón en medio de la tempestad, poniendo proa hacia el "futuro", otra palabrita fetiche que anima el léxico del jefe de Estado.

La conferencia de prensa se agradece. Es un formato que siempre suma, pero si el objetivo era acercar a Mauricio Macri a la gente, no alcanzó. No hizo anuncios ni generó vibración alguna. No aportó contención frente a la incertidumbre. Faltó eso. No es poco. En la Bolsa de Comercio se lo vio más relajado, más distendido, más cómodo, pero quedó circunscrito al alcance al círculo rojo. La incursión en Instagram fue algo más festiva: del Macri Gato a su gusto por las Rhodesia, pasando por la serie de Luis Miguel y la Pantera Rosa. Colorido pero insustancial.

Lo que sí quedó claro es que la carrera electoral ya está lanzada. No quiso hablar del 2019 pero se manifestó dispuesto "para acompañar el cambio todo el tiempo que ustedes decidan".  Cuando se distrae, comunica mejor.

Lo que se pone en juego es, una vez más, la palabra presidencial. Devaluada por un optimismo que lo lleva a predecir escenarios y buenas nuevas que nunca llegan ("lo peor ya pasó"), no parece fácil, en este contexto de penurias e incertidumbre, traccionar energía, devolver octanaje al discurso del jefe de Estado. La palabra ha perdido volumen, se ha devaluado tanto o más que la moneda. Recuperar densidad en el discurso y restaurar la confianza es la urgencia del momento. No queda mucho tiempo.

 

Otro día D preocupa al oficialismo, es el 8 de agosto. El debate en el Senado sobre el aborto está incandescente. Lo que se esperaba que fuera una discusión transversal que moderara los bordes de la grieta y descomprimiera las tensiones de la economía, abrió una nueva raja de profundidad insondable. Con un final todavía abierto, el tema tiene a muchos en carne viva.

Se teme que el tratamiento de la ley deje en los bloques laceraciones ilevantables. Con la Iglesia militando con munición gruesa y Bergoglio batallando desde la Santa Sede, ahora preocupa que la apertura del debate que Macri hizo en marzo termine siendo un boomerang. Otra bomba de fragmentación.

El escenario más temido es que, frente a un empate, sea el voto de Gabriela Michetti el que defina la cuestión. La vicepresidente encarna la posición más irreductible de los celestes. Su postura se distanció fuerte hasta de Macri, quien pasó de estar "a favor de la vida" a expresar que de lo que se trata es de reconocer el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y no solamente una cuestión de salud pública que violenta conciencias. Un sensible cambio de mirada.

La propuesta de modificaciones que impulsan ahora los senadores cordobeses va en ese sentido. Con muchas dificultades para alcanzar los 37 votos para la aprobación, intentan moderar la crispación que ganó la Cámara Alta proponiendo cambios que facilitarían la mutación de algunas voluntades hacia la aceptación de la interrupción del embarazo legal y seguro.

Los impulsores están entusiasmados con la iniciativa, desde que tomó estado público no menos de diez senadores tomaron contacto manifestando una flexibilidad hasta ahora imposible para reconsiderar sus posturas.

Los verdes de la primera hora prefieren seguir militando para obtener los 37 votos necesarios para dar por aprobada la ley, pero, perdido por perdido, no descartan que la propuesta alternativa pase rápidamente por la Cámara Baja.

Bajar el plazo legal para el aborto a 12 semanas y bajar la figura penal del médico obstructor están en el eje de la propuesta alternativa. También ponen en consideración que el Estado se comprometa en la producción del monodroga componente del Misoprostol o en la reducción de su precio de mercado negociando con los laboratorios.

Si la ley es aprobada, está claro que no habrá veto presidencial. Si se impone el "no", habrá que barajar y dar de nuevo. El impacto político sobre el oficialismo de una ley tan furiosamente controvertida en medio de esta tempestad todavía no puede ponderarse.

Un día después de la festividad de San Cayetano, cuando se espera una concurrencia masivo al templo de la calle Cuzco, una escena que seguramente ganarán los del pañuelo celeste a otra jornada inquietante en la plaza de los dos Congresos, donde los partidarios del color verde promete marcar una fuerte presencia. Esta vez la grieta es transversal.