Singapur 2018: ¿renace la interdependencia?

Acabamos de asistir a un hecho histórico, imposible de imaginar hace sólo seis meses atrás. Nos encontramos ante las puertas de un desafío fascinante con la posible revitalización de la Doctrina de la INTERDEPENDENCIA gracias, paradójicamente a un gran demócrata, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in y a un dictador, Kim Jung Un, líder supremo de Corea del Norte, artífices indiscutibles de esta Cumbre que tuvo lugar en Singapur el 12 de junio y que augura, posiblemente, una nueva época de paz mundial y a su vez de prosperidad económica como nunca antes lo ha experimentado el país bajo férreo régimen comunista. Más importante aún, bajar el nivel de una confrontación bélica de imprevisibles consecuencias mundiales será quizás el mayor éxito de esta etapa diplomática iniciada silenciosamente y con tremendos obstáculos desde enero del corriente año.

El enfoque que trataremos de analizar representa la percepción particular del suscripto con la sola aspiración de que el aporte pueda ser útil por coincidencia o divergencia, en el gran desafío de lograr un mundo mejor con paz duradera y tolerancia manifiesta en la más amplia aceptación del término.

Es evidente que la humanidad ha iniciado una era de cambios asombrosos. Algunas de estas reales mutaciones en escala planetaria resultan tan inesperadas y sorprendentes como difíciles de comprender en su significación global, siendo además muy dificultosa la percepción correcta de su evolución en plazos mediatos. Sí, estamos convencidos, que estas realidades producen un influjo plenamente positivo al dar nueva fuerza y significación a valores trascendentales conquistados en los últimos siglos con gran sacrificio, representados por la libertad y la igualdad de oportunidades, enmarcado en un mundo que quiere manifestarse cada vez más fraterno, globalizado e interdependiente.

Este largo y dificultoso camino se comenzó a consolidar a fines de la década del setenta cuando el REALISMO, como Doctrina dominante de las Relaciones Internacionales, comenzó lentamente a declinar.

En este punto es necesario recordar los puntos principales de estas ideas que datan de mucho tiempo atrás pero "aggiornadas" durante las dos Guerras Mundiales y que podríamos establecer que regresaron con singular vigor durante la segunda mitad del siglo veinte convirtiéndose indudablemente en la columna vertebral ideológica de la llamada "Guerra Fría".

El REALISMO es una Escuela con bases filosóficas tan antiguas como Tucídides, Maquiavelo y Hobbes, donde se percibe al Estado como una entidad suprema y de relevancia única. Sin embargo, sobre este concepto existe también una variabilidad que permite dilucidar la misma importancia del interés puesto que el realismo clásico también objeta la inmutabilidad del propio Estado como producto histórico y supone que con el tiempo esta entidad también habrá de cambiar.

Para el REALISMO, la relación entre actores internacionales no es benévola sino que es egoísta y confrontativa en contraste con otras teorías de Relaciones Internacionales, especialmente aquella que mencionaremos en los próximos párrafos, que se basa en la plena vigencia de las libertades individuales cómo dique infranqueable a la omnipotencia del Estado, cuando éste se aparta de sus responsabilidades específicas.

También el REALISMO asume que el sistema internacional es anárquico, en el sentido que no existe ninguna autoridad por encima de las naciones que sea capaz de regular sus interacciones. Es decir, los Estados deben de relacionarse entre ellos y por sí solos, más que guiarse por las directrices de una entidad de control supranacional pues no existe en la práctica, para los seguidores del realismo, una organización mundial eficiente y respetada.

Asimismo esta Doctrina parte de la convicción de que los Estados son los principales actores, exclusivamente, en las relaciones internacionales y este nivel de poder viene determinado por las capacidades estatales, tanto económicas como militares. Además, los realistas piensan que los Estados son inherentemente agresivos ("realismo ofensivo") y que la expansión territorial será ejercida mandatoriamente porque existen otros poderes en oposición: es decir, necesitan intrínsicamente el conflicto continuo, permanente, sin interrupciones y especialmente de cada nación con sus países limítrofes. Sobran los ejemplos al respecto: la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin.

En definitiva, para el REALISMO, la opción militar figura en primer lugar en la agenda interestatal para la solución de la inmensa mayoría de los conflictos internacionales y como contrapartida, la negociación diplomática ocupa un lugar terciario, casi irrelevante en esta particular visión de valores.

Por el contrario, la INTERDEPENDENCIA que rige el mundo desde la caída del Muro de Berlín hasta digamos, empíricamente enero de 2017, privilegia a la Diplomacia como factor prioritario y prácticamente excluyente para eventuales enfrentamientos entre naciones incorporando su correlato, el concepto de "seguridad colectiva" que no solamente impide sino que a su vez sanciona la utilización de la fuerza para la solución de conflictos entre Estados, constituyéndose el brazo directriz a cargo de un Organismo Supranacional (Naciones Unidas), tal cual lo establecen con meridiana claridad Robert Kehoane y Joseph Nye en su libro: "LA INTERDEPENDENCIA COMPLEJA".

Por lo tanto, con esta Doctrina sólo se puede pensar en la utilización del instrumento militar cuando se agotan las instancias diplomáticas y fracase el efecto disuasivo ante los perturbadores del orden y la convivencia mundial, con un altísimo grado de legitimidad que solamente lo otorga el Consejo de Seguridad con sede en Nueva York. Pero para que ello sea posible, para que la disuasión sea efectiva, es imprescindible contar con Fuerzas Armadas como seguro in limine y por lo tanto se justifica plenamente una inversión adecuada, que no es un gasto, cuyo rédito será preservar los intereses vitales de una nación y en consecuencia mantener la paz y el equilibrio estratégico regional.

En este punto, es muy importante remarcar la inconveniencia de buscar la paz en estado de debilidad, hecho no sólo poco ético sino extremadamente peligroso.

Por ello, para estar en condiciones de defenderla, es imprescindible estar en condiciones de enfrentar y derrotar la violencia. Toda nación responsable y que se precie de tal se caracterizará por su preocupación en mantener un instrumento militar en proporción adecuada a su riqueza y a sus intereses vitales, que sea efectiva para su utilización no sólo en defensa propia sino también para acudir, en la medida de sus posibilidades, cuando el orden internacional es alterado.

Claros ejemplos argentinos fueron la participación con buques de la Armada y aviones de la Fuerza Aérea en la primera Guerra del Golfo y también, la masiva participación de efectivos de nuestro Ejército en la Ex Yugoslavia, colaborando estrechamente nuestro país con la Comunidad Internacional cuyo objetivo estratégico prioritario era terminar con ese baño de sangre desatado fundamentalmente por Radovan Karadzic y Ratko Maldic, entre otros criminales de guerra juzgados y condenados a cadena perpetua por el Tribunal Internacional en La Haya, como autores del genocidio durante la guerra en Bosnia-Herzegovina (1992-1995).

En consecuencia, aún los países más modestos tienen la obligación moral de poseer cierta capacidad de disuasión. Porque aún cuando sean agredidos por fuerzas muy superiores, deben asegurar la resistencia imprescindible para dar tiempo a la intervención de la Comunidad Internacional. Como apreciamos, esta Doctrina tiene una agenda primordialmente de cooperación e integración, enmarcada en la ayuda mutua, en la solidaridad y en el deber de cooperar como norma imperativa del Derecho Internacional. Es muy importante dejar bien aclarado que no solamente no niega la existencia de los Estados sino que por el contrario considera que son inherentes y esenciales al concepto moderno de República. Es decir, Estados respetables y sólidos que cumplan con sus funciones esenciales y específicas.

Posiblemente haya comenzado en Singapur un regreso a la INTERDEPENDENCIA que trajo décadas de paz y prosperidad internacional en un marco de plena vigencia del sistema democrático, con una efectiva división de poderes, respeto por los derechos individuales, economías abiertas y pujantes, tolerancia, libertad de cultos, de prensa y de opinión en un mundo integrado en el exitoso camino del multilateralismo.

Quizás la reacción a las turbulencias a las cuales hemos asistido durante la Cumbre del G-20 en Canadá y en las reuniones de Bruselas, Londres y Helsinski, sea percibida como una paulatina e inexorable revitalización de la Unión Europea y de los aliados continentales de la OTAN como nuevos protagonistas mundiales. Ojalá así sea ya que pese a todo lo que ocurre hoy en el mundo con recrudecimientos xenófobos, proteccionismos y populismos que pensábamos eran parte de una triste historia del pasado, gracias a la firmeza y agudo sentido político de gobernantes como el Presidente Emmanuel Macron y la Canciller Angela Merkel, entre otros grandes y distinguidos Dignatarios, volvemos nuevamente a percibir la luz al final del túnel.