El peronismo, ese escorpión

Martín Barba

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Cuando parecía que el peronismo se encaminaba a ser un movimiento político interesado en encauzarse hacia la institucionalidad democrática y la racionalidad, acompañando al Gobierno en su gobernabilidad, de pronto, al encontrarse este en medio del río embravecido de las dificultades económicas que lo expusieron a zozobrar, arrollado por una situación internacional que le imponía aumento de tasas, absorción de dólares, barreras y disputas comerciales, y una propensión del argentino a atesorar dólares ante el menor peligro de devaluación, encarando además la reconstrucción de un país devastado por el pillaje, ese peronismo volvió a exhibir su naturaleza: la supervivencia a través de la detentación del poder.

Como el escorpión, pareció que se encaminaba a atravesar ese río embravecido pacíficamente. Pero, aunque decidió acallar su voz, y así se mostraron sigilosas las figuras de Cristina y quienes la acompañaron, ante el temor de la ciudadanía de volver a un pasado de autoritarismo y saqueo, revelado en las encuestas de opinión, no pudo resistirse a su naturaleza, y ahora, viendo acercarse la ocasión de intentar encaramarse otra vez al poder para sobrevivir, ante la proximidad de la contienda electoral, y una sangría en la popularidad del gobierno, decidió clavar el aguijón en el cuerpo magullado y comenzó a anunciar el "fracaso" del Gobierno. Y tal como el escorpión, no puede dejar de actuar contra su naturaleza, aunque no solo arruine la suerte de aquel, sino la del propio país.

Y como la consigna es que no hablen quienes son convictos de lesa honorabilidad ante la opinión pública, han salido quienes conservan dentro del peronismo alguna reputación de seriedad, para tratar de convencerla del "fracaso" del Gobierno, que consagran como la verdad absoluta y sin remedio.

Uno de ellos, amigo personal y, en mi opinión, uno de los pocos peronistas auténticos que aún quedan, Julio Bárbaro, además de prestigioso analista político, no solo parece describir ese fracaso, sino intentar promoverlo, cuando afirma "el fracaso ya está asegurado" y habla del fanatismo de los "iluminados", que "desprecia la opinión ajena", transfiriendo un fanatismo y una egolatría que eran atributo de un gobierno surgido del peronismo que no solo no admitía otra opinión, sino tampoco el error propio. Su manera de enfrentar la opinión ajena y el error era la de redoblar la apuesta. Y su bandera, el "vamos por todo".

Y para acentuar el desprestigio que convalide el supuesto fracaso, se le atribuye al Gobierno mediocridad, "por el sueño de ser lo nuevo", es decir, una especie de alucinación de los "iluminados". Como si la rebeldía de un ideal sea una vulgaridad. No han leído a José Ingenieros: "Creencias que el tiempo ha transformado en supersticiones, siguen formando una atmósfera letal que impide el desenvolvimiento de la cultura humana. En cada momento de la historia se yergue heroico contra ellas el espíritu de rebelión" (Las fuerzas morales).

Y por supuesto, no es posible echarle la culpa al peronismo, porque "no les pusieron palos en la rueda".

Y se lo acusa de enriquecerse, apropiándose de la riqueza colectiva. Y de ser incapaz de generar acuerdos. En fin, el Gobierno ha fracasado y "ha borrado la esperanza".

El ciudadano, desmoralizado, acobardado, por haberse hartado de ver caer a la Argentina en una decadencia moral, social y cultural tanto o más grave que el penoso quebranto económico, engendro de una desgarradora miseria que atenaza a millones de compatriotas, se resiste, por un lado, a perder la confianza en el propósito expuesto por el Presidente de producir un cambio sustancial en la forma de conducir el país, para recuperar el esplendor que supo disfrutar.

Pero, por otro, lo acosa la impaciencia, ante una situación en la que se le exigen sacrificios que se le revelan como injustos, ante la imposición de sostener a una multitud que goza de ingresos sin trabajar y sin avizorar un desenlace feliz más o menos próximo. Sobre esta impaciencia ejecuta la oposición peronista su solapada urdimbre electoral.

Pero el ciudadano ya no es fácil de engañar. Y opina: ¿Palos en la rueda del peronismo no fueron acaso la ley que imponía una agudización catastrófica del déficit al impedir el aumento de las tarifas, o la batalla campal planeada y desplegada frente al Congreso para impedir la aprobación de otra ley, mientras adentro se acosaba violentamente al propio presidente de la Cámara?

Del enriquecimiento de este gobierno no conozco pruebas, dice el ciudadano, pero del pillaje anterior no quedan dudas, aunque todavía no estén todos sus autores encarcelados, por jueces cobardes o envilecidos, en una Justicia que se trata de expurgar.

¿En cuanto a los acuerdos que se reclaman ha demostrado acaso el peronismo opositor tener la voluntad y una representación acreditada para hacerlo?

Tampoco puede dejar de inquietar al ciudadano que el tiempo transcurre y, entretanto, no puede comprobar un mejoramiento de su situación personal, ya sea el trabajador dependiente con su salario deteriorado por el alza de los precios como el pequeño empresario que ha debido reducirse y disponer el despido de empleados, o el comerciante que ha visto reducirse sus ventas, y todos agobiados por impuestos exorbitantes y con escaso acceso al crédito.

Pero cuando escucha los cantos de sirena de este peronismo, en su pretensión de recuperar el poder para lograr sobrevivir, amañado para pretender justificarse de una "decadencia atroz" que denuncia, pero de la que fue principal artífice en el transcurso de siete décadas, durante las cuales gobernó la mayor parte, y aunque ese ciudadano vea trastabillar a un gobierno que se da de bruces una y otra vez por querer avanzar entre las ruinas de un país arrasado, lo que cuenta, en personas bien intencionadas, como es la mayoría de esa población atribulada, es juzgar si Macri lleva consigo realmente el auténtico ideal de fundar una nueva nación sobre esas ruinas o si solo es una quimera en la afiebrada frente de los que se califica de "iluminados".

En ese propósito no puede dejar de ver que, cuando se cometen errores, ya no se dobla la apuesta; que ya no se utiliza la cadena nacional para diseñar un relato que niega la realidad; que las estadísticas ya no nos sitúan en los peldaños de países donde la pobreza es ínfima; que el país ya no se alinea con dictadores y el orbe empieza a respetarnos; que ya no se abren las puertas al narcotráfico, sino que se lo combate; que las obras públicas ya no se proyectan y se mercadean en la guarida del latrocinio y por eso cuestan un 40% menos; que las decisiones ya no se adoptan en recónditos despachos, sin brindar una sola conferencia de prensa en la que pueda interrogarse al funcionario.

Sin duda que el ciudadano está afligido, cuando no angustiado, y reclama del Gobierno una acción enérgica con los que tienen el poder de fijar precios, que rechaza la concentración de la riqueza y el poder económico que actúa sin control de la administración, que quiere ver pasos concretos hacia el crecimiento y la posibilidad de vivir sin la mortificación diaria de mantener dignamente a su familia.

Pero cuando el peronismo se le presenta como la alternativa y se viste de "peronismo racional", se da cuenta de que lo que está haciendo es ejercitar el instinto de supervivencia, la mayor capacidad que ostenta, valiéndose de su versatilidad en el posicionamiento político de izquierda o de derecha, según convenga, y del único axioma que es la regla esencial que lo guía: la conquista del poder, en cuyo altar sacrifica cualquier otro interés, incluido el destino del país.

Ante esa perspectiva de retroceso, ese ciudadano angustiado vuelve la mirada al futuro, aunque reniegue del presente. Mientras tanto, como el escorpión, el peronismo prepara su aguijón. Y no puede hacer otra cosa. Porque está en su naturaleza.

El autor era presidente del Tribunal Superior de Justicia de Neuquén. Ex fiscal general ante la Cámara Federal de General Roca.