Los valores de Néstor y Cristina

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Jorge Sampaoli
Jorge Sampaoli

"Admiro a Cristina Kirchner. Siempre me guié por sus valores y los de Néstor". La frase pertenece al inefable director técnico de la Selección, Jorge Sampaoli, pero un tercio de la población argentina podría suscribirlo tranquilamente. Ahora bien, ¿qué significa este palabrerío? ¿Cuáles son "los valores de Néstor y Cristina"?

Escribo esto pocas horas antes de la final de la Copa del Mundo. La disputarán Francia y Croacia, los dos equipos que derrotaron a la selección nacional. Cualquiera se da cuenta, sin mayor esfuerzo, que el equipo argentino tenía más que lo suficiente para hacer el mismo recorrido y estar en el mismo lugar que hoy ocupa Croacia, un equipo que individualmente es menos que el argentino liderado por un gran Modric que, aún así, tampoco es Messi.

De manera que la primera conclusión parece evidente. Si el técnico de la Selección hubiera hecho medianamente su trabajo, si se hubiera limitado a elegir una formación básica razonable, entrenado sistemáticamente ese esquema y respetado las reglas mínimas de conducción de un equipo deportivo -en otras palabras: si en vez de intentar soluciones geniales, únicas, originalísimas y argentinísimas hubiéramos hecho cosas racionales y estudiadas y que han demostrado que funcionan aproximadamente bien en todas partes- el resultado habría sido seguramente superior al obtenido, con la final como un objetivo más que posible.

De manera que ya tenemos el primero de "los valores de Néstor y Cristina": la creencia en nuestra excepcionalidad, la convicción de que la Argentina no es un país entre otros sino un fenómeno de la naturaleza irrepetible y sideral. Un país condenado al éxito, como dijo el bombero pirómano.

Lo que conduce, primero, a magnificar nuestras posibilidades cordialmente ayudados por las publicidades de cerveza, olvidando que los demás también juegan, que en cada mundial hay siempre cuatro o cinco equipos que son candidatos, y por lo tanto, que las posibilidades de ser campeones de cada uno de ellos no son nunca más de un cuarto o un quinto.

El paso que sigue inmediatamente a la sobrevaloración de nuestras capacidades y posibilidades es el de subestimar los riegos y las necesidades, y a continuación, el de tomar decisiones arriesgadas e irracionales. Cambiar infinitamente la formación titular y el esquema a pesar del escaso tiempo disponible. Entrenar a Mengano como titular un mes y después no ponerlo ni un segundo, y jugarse todas la chances con uno que estaba tomando caipirinha en Copacabana y se tuvo que tomar el avión. Elegir al arquero por cómo juega con los pies, y al centrodelantero por cómo juega al handball, para terminar comiéndose el gol más ridículo del campeonato por un error del arquero con los pies.

La excepcionalidad argentina termina inevitablemente, tanto en la Selección como en el país, en una excepcionalidad descendente. De campeones inevitables a eliminados en la primera ronda o en octavos de final. Del país con el PBI per capita más alto del mundo al desastre colectivo nacional más inexplicable del siglo XX. De las estrellas al establo, como dicen los tanos.

Pero siempre, siempre, siempre, por arriba o por abajo, la excepcionalidad. Falsos nueves improvisados en la mañana de un partido decisivo. Cepos cambiarios. Arqueros debutantes el día en que nos jugamos todo. Planes heterodoxos, shock ortodoxos, y defaults, muchos defaults.

Casi todos los estúpidos técnicos de las demás selecciones saben perfectamente que en un Mundial el tiempo para trabajar es muy poco y, por lo tanto, entrenan un solo esquema, o dos, eligen una formación base, se juegan por ella, y van efectuando pequeñas correcciones sobre la marcha. Quienes disponen de más variantes es porque están a cargo de sus equipos desde hace mucho y tuvieron bastante tiempo. Nosotros, no. Nosotros cambiamos de técnico cuando faltaba poco para terminar la fase clasificatoria y jugamos con línea de tres, con línea de cuatro y con línea de cinco. Con un nueve, con dos nueves, con un nueve falso y sin nueve, ni siquiera falso. En cuatro partidos. Cuatro.

Los demás, sí. Sampaoli, no. Sampaoli -como Néstor y Cristina- no puede concebir la idea de que los recursos son escasos y de que el tiempo y el dinero que se gastan en una cosa no pueden gastarse en otra. Sampaoli -como Néstor y Cristina- odia el principio de realidad, piensa que la ley de gravedad es culpa de Newton y cree que las limitaciones de recursos son parte de una oscura maniobra de los poderes concentrados que puede superarse con más militancia. Y que si no somos campeones ni tuvimos éxito en una sola área de gobierno después de doce años de tasas por el piso y soja por las nubes no es porque los valores de Néstor y Cristina sean disvalores, ni porque las ideas de Sampaoli sean idiotas, sino porque nos traicionó la realidad.

Pero no es solo Sampaoli. Somos nosotros. Somos nosotros los que creemos que nuestro destino no se decide en las pequeñas o grandes cosas que hacemos cada día sino debido a los complots de quienes nos envidian y a los golpes misteriosos de la suerte. Somos nosotros los que descreemos del esfuerzo y la mejora paulatina y constante y preferimos liderazgos mágicos, tasas chinas, salvadores de la Patria y planes de shock. Somos nosotros a los que nos pareció razonable que echaran al Tata Martino (19 partidos ganados, 7 empatados y 3 perdidos, 66 goles a favor y 18 en contra, en sus dos años con la Selección) porque perdió dos finales de la Copa América a las que antes tuvo la capacidad de clasificar mientras Brasil, por ejemplo, quedaba por el camino. No. No creo que el Tata sea un genio. Pero, ¿echarlo para poner a Bauza, primero, y a Sampaoli, después?

De planificación y estudio, ni hablar. "Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista. Odio planificar y cuando leo dos páginas de un libro ya me aburro", afirmó el inefable Sampaoli. Y agregó, para rematarla: "El fútbol no se estudia; se siente y se vive. Uno se tiene que conmover para conmover al otro".

Toda la estúpida lepra del romanticismo alemán que condujo al mundo a dos desastres consecutivos reina aquí, interpretada por un cerebro menor. La oposición entre racionalidad y sentimientos (como si un mono o un perro fueran menos afectivos que una mosca, un lagarto o un alacrán); la planificación -tarea creativa, si las hay- como rutina de oficinistas; el desprecio a los libros y al estudio como factores despreciables sujetos a consideraciones acerca del propio aburrimiento y la propia diversión. Y en consecuencia, la ignorancia, la improvisación, el facilismo, la superficialidad, el cortoplacismo, el sentimentalismo barato y patriotero. En definitiva, la suma de insensateces delirantes mediante cuya aplicación el populismo condujo al desastre a este país.

Y lo peor de todo no es eso. Lo peor de todo es la hipocresía, la doble vida, la mentira, el doble discurso, el relato a contramano de la conducta y la realidad. "¡Cobrás cien pesos, gil!" le espetó el progresista, el revolucionario, el admirador del Indio Solari, el ricotero, el vocero de los trabajadores Jorge Sampaoli a un policía que cumpliendo su deber detuvo el auto en el que viajaba ilegalmente con otros siete pasajeros. Decir "Cobrás cien pesos" es elevar los ingresos a medida de todas las cosas. Decir "Cobrás cien pesos" es revelar el desprecio hacia quienes se dice venerar y representar.

¿Cómo no recordar las mil anécdotas que los trabajadores de Casa Rosada hicieron públicas acerca del trato que les destinaba Cristina? ¿Cómo no acordarse de Néstor acariciando lujuriosamente una caja fuerte? "Boludo, ¡cobrás cien pesos!"; frase dicha por alguien que cobró millones por liderar el mayor papelón de la larga historia de los papelones argentinos en los mundiales; muy superior al 1-6 contra Checoslovaquia en Suecia 1958 y hasta a Maradona escoltado por la enfermera y echándole la culpa al mundo por ser drogón. "Boludo, ¡cobrás cien pesos!". Los valores de Néstor y Cristina. La perfecta frase kirchnerista de quien se cree por encima de la ley.

Desde luego, la culpa no la tienen los Sampaoli sino los que les dan de comer. "¡Cobrás cien pesos, gil!" debió haber sido la razón -o al menos: la excusa- para poner a Sampaoli de patitas en la calle por deshonrar la imagen de la Selección Nacional. Sobran artículos, en los contratos, que prevén la desvinculación sin indemnización en estos casos. Pero el triunvirato que lo eligió -Tapia, Moyano, Angelici- carga demasiado viveza criolla en sus venas como para eso. Miraron para otro lado, y la cosa se esfumó. Como se esfumó después el confuso episodio con una cocinera. Como se había esfumado antes el vergonzoso episodio de la negociación secreta cuando Sampaoli estaba a cargo, todavía, de la dirección técnica de un club. Qué oportunidad perdida, la del "¡Cobrás cien pesos, gil!".

Y cómo se estarán lamentando hoy quienes no la vieron, los que se la perdieron por ser demasiado vivos para ser inteligentes; los que ayer le dieron de comer y hoy no saben cómo sacárselo de encima. Todos, o casi todos, nos la buscamos. Como buscamos a Néstor y Cristina; los de los valores. Porque Sampaoli llegó de la mano del Tercer Triunvirato, el del 38+38=75, pero también con el apoyo de la mayor parte del periodismo y de los capitostes del plantel.

Hablamos del mismo Sampaoli, claro, que se pasó por las pudendas partes el contrato con el Sevilla y que ahora, faltaba más, exige el cumplimiento inmaculado del que tiene con la AFA por la Selección. Y hace bien, desde luego. Un contrato es un acuerdo libremente establecido y debería ser respetado, al menos en lo económico, pase lo que pase.

Es la regla inviolable de toda constitución y de todo estado de derecho en toda república liberal. Lástima grande que a Sampaoli no le gusten las libertades, ni las constituciones, ni las repúblicas, sino los Redondos y los valores de Néstor y Cristina. O, mejor dicho, a Sampaoli y a los Kirchner no le gustan las libertades, ni las constituciones, ni las repúblicas, sino cuando les sirven. Para juntarla toda, primero. Para quedar impunes, después. Como Sampaoli, con su contrato con la AFA. Como Cristina, con esos fueros que la ponen a salvo de la prisión.