Los riesgos de la competencia por el petróleo

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Arabia Saudita habría accedido a aumentar la producción de petróleo para disminuir la cotización del barril de crudo, cuyo valor, el más alto desde el 2014, ha estado impulsado por el acuerdo entre la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y Rusia, para recortar la producción petrolera, agravado por el colapso de la producción en Venezuela, Angola y Libia, y la decisión de Estados Unidos de denunciar el acuerdo nuclear del 2015 con Irán. Sin embargo, la disposición de Arabia Saudita puede no ser suficiente en momentos de creciente demanda global, ya que los productores de la OPEP podrían no ser capaces de abastecer a la totalidad del mercado si se elimina el petróleo iraní como consecuencia de las sanciones norteamericanas. Según pronósticos de Bank of America en el 2019 la escasez de petróleo podría ser de aproximadamente medio millón de barriles por día.

Ese déficit del suministro podría llevar a un megaincremento de precios similar o superior al 2008. Una variedad de factores generan incertidumbre adicional. Por un lado, por ejemplo, la producción de Venezuela (pese a las inversiones de China y Rusia) es la más baja en tres décadas y además enfrenta una disminución de oferta con las sanciones que limitarán las ventas estadounidenses de crudo ligero que se mezcla con el crudo pesado venezolano para la exportación. Por otro, circunstancias en Medio Oriente como es el apoyo a la causa kurda, la situación en Irak y el giro de la guerra en Siria en la que facciones diversas intentan apropiarse del petróleo que hasta hace poco explotaba el Estado Islámico (ISIS). En el caso de Rusia, la cuestión petrolera y la problemática en Ucrania van de la mano con las sanciones económicas por parte de Estados Unidos y la Unión Europea. En el tema Irán, además de las diferencias visibles sobre la posición de Estados Unidos frente al programa nuclear iraní, inciden conflictos menos perceptibles sobre la influencia regional de Teherán y el control sobre los flujos de petróleo y gas.

El panorama se complica con la inminencia de una guerra comercial. China, el principal importador de petróleo del mundo y el cliente más importante del petróleo de Estados Unidos (363 mil barriles por día, además de 200 mil barriles de propano), ha amenazado con no respetar las sanciones de Estados Unidos a Irán. En el primer trimestre del 2018 ha comprado a Irán 655 mil barriles por día, lo que es equivalente a un tercio de las exportaciones totales de ese país.

Asimismo, Estados Unidos, cuya producción diaria de crudo ha alcanzado prácticamente los 11 millones de barriles, está abasteciendo a Europa con una cantidad récord de petróleo, complicando las ventas, entre otros, de Rusia y Nigeria. Según Reuters, en el 2017 los países de la Unión Europea compraron alrededor del 7% de la producción norteamericana. Esa proporción aumentó al 12% en el 2018. También Estados Unidos se reserva un as en la manga si los precios del petróleo siguen subiendo y consistiría en inundar el mercado con parte de la reserva estratégica de petróleo (REP).

En este contexto, el mundo enfrenta no solo los peligros de una guerra comercial sino el riesgo que esa competencia se amplíe al petróleo. La geopolítica del siglo XX deja claros testimonios de los efectos devastadores de las llamadas guerras del petróleo. Un ejemplo fue el efecto catalizador que en 1941 tuvo en Japón el embargo petrolero que establecieron Estados Unidos y Europa. La crisis del petróleo de 1973 y la guerra entre Irán e Irak de 1980 o la invasión iraquí a Kuwait en 1991 son otros recuerdos que acabaron en desastres. Es de esperar que la historia no se repita con hechos inesperados, ya que en el siglo XXI ni la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) ni la influencia de la capacidad de producción norteamericana son los únicos hilos que mueven el precio del petróleo.