López Obrador, México y la izquierda latinoamericana

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El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las presidenciales mexicanas es un buen motivo para reflexionar sobre las izquierdas latinoamericanas y su acceso al poder por vía electoral. Lo primero que se me ocurre pensar es en la similitud de las situaciones previas vividas tanto por México como por Venezuela, veinte años de diferencia de por medio.

En ambos casos amplios núcleos de la población se mostraban cansadas, aburridas y desencantadas con la corrupción en gran escala y generalizada de las elites que tradicionalmente habían ejercido el gobierno, así como con la persistencia de problemas sociales y económicos sin solución a la vista, como el desempleo y los altos costos de la salud y la educación.

Fuertes sectores de la población tornaron sus miradas y expectativas hacia nuevos líderes y discursos que esgrimían programas de corte izquierdista y populista abundantes en promesas de justicia social, dignidad, salud, educación, etcétera. Dichas opciones fueron abanderadas por partidos de izquierda que se recomponían del fracaso del comunismo y optaban por la lucha democrática, así como un discurso que hizo a un lado los pesados e impopulares axiomas del marxismo leninismo. Fue en ese contexto en que el Foro de San Pablo se convirtió en el nuevo oráculo de los revolucionarios de todos los matices devenidos en reformistas.

Hacia fines del siglo pasado todo hacía presagiar que las izquierdas del subcontinente al fin entenderían que insistir en fórmulas fracasadas y en actitudes de confrontación radical de clases era el suicidio político. El cambio de horizonte, a su manera, lo expresó Lula da Silva al referirse a la razón de su victoria en Brasil en la tercera ocasión en que se lo propuso: la izquierda tenía que limarse sus colmillos para dejar de producir miedo en las clases medias y altas.

La ola de triunfos del modelo que impulsó con gran energía y radicalismo Hugo Chávez y que se denominó socialismo bolivariano del siglo XXI se extendió por Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Chile, El Salvador, Nicaragua y algunos países antillanos.

Una vez en el poder y con elites tradicionales en crisis de liderazgo, los gobiernos de izquierda dieron rienda suelta a su antigua vocación revolucionaria, autoritaria y antidemocrática, retorciendo las constituciones, anulando o restringiendo las libertades, perpetuándose en el poder, amañando resultados electorales y en muchos casos tomando medidas que, por populares, no dejaron de producir resultados desastrosos como las expropiaciones y, además, involucrados en escándalos de la corrupción que prometieron acabar.

Al momento varios presidentes de esa línea han sido encarcelados o están siendo investigados por diversos delitos, Brasil y Argentina se apartaron de ese camino, Colombia no cayó en la tentación, Nicolás Maduro se comporta como el más vulgar, inepto y represivo dictador, lo mismo que su colega nicaragüense, el deprimente Daniel Ortega, estos últimos apoyados en sanguinarios y desalmados grupos de choque.

Veinte años después, el modelo, también conocido como castrochavista, se encuentra en franco retroceso. La izquierda que lo implantó fue inferior a las expectativas de que en Latinoamérica podríamos llegar a tener enfrentamientos civilizados, sin mayores temores entre la derecha y la izquierda, de que esta última se hubiera comportado sin esas ínfulas adanistas y sin ese espíritu de convertir unos cambios en un compromiso revolucionario de obligatorio cumplimiento para toda la sociedad.

Tal curso de los hechos es lo que nos lleva a pensar que la teoría del dominó no se puede aplicar mecánicamente a la política en todos los casos. Lo de López Obrador es una clara muestra de ello y que, más bien, lo que sí queda claro es que ante el desastre de los gobernantes que se supone que han de reafirmar la democracia con equidad, con progreso y sin corrupción, la opción populista emerge a pesar de sus experiencias fallidas en el vecindario, como quien dice, nadie aprende por experiencia ajena.

López Obrador, como Lula, gana en la tercera oportunidad, lo hace agitando promesas de purificación y humildad republicana, como Chávez, como Lula, como Ortega. Sin embargo, cabe mantener un rayo de esperanza para que la sociedad mexicana pueda interponer sus fortalezas y frenos al nuevo mesías.

Una de las cosas que puede asombrar a muchos observadores es el hecho de que López Obrador cuenta con el respaldo de varios empresarios y grupos económicos muy ricos y poderosos. Eso ha alimentado la idea de que hay garantías de que no va a incrementar el gigantismo de Estado ni a afectar el desarrollo de la iniciativa y el emprendimiento privado. ¿Qué podemos decir al respecto? Dos respuestas: una, que es una apuesta arriesgada de estos señores, pues se engañan creyendo que podrán controlar los desafueros del presidente López ya en acción, y dos, que debemos entender que hay capitalistas desalmados, sin frenos y sin reatos morales que de seguro aprovecharán para hacer negocios con un Estado elefantiásico, como lo hicieron en Venezuela los famosos boliburgueses.

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