Derecho penal: ¿Cuándo aprenderemos la lección?

Jorge Recalde

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La madre Teresa de Calcuta solía decir: "Comunicarse es la primera necesidad", y yo agregaría que esa comunicación lleva consigo el fin de persuadir al otro, convencerlo de una situación, de una idea o de lo que es mejor para su vida cotidiana. Sin embargo, la persuasión (el convencimiento) puede realizarse de tres formas: la primera, con buenos fundamentos o buenas razones; la segunda, por temor, y la tercera, desprestigiando al otro en sus cualidades o sus calidades personales, así también se convence.

Pues bien, partiendo de esto, me sentí muy sorprendido cuando en una emisión televisiva se decía que la ONG (Usina de Justicia) lo único que hacía era criticar sin plantear ninguna propuesta. Ante tal postura que abundan en los programas de opinión, siempre he pensado que convencer con desprestigio del otro no era lo más adecuado para ganar en un mercado libre de ideas. Creo que, en esa línea, el panelista tenía impotencia intelectual para persuadir o convencer con mejores razones.

Por otra parte, evidentemente carecía, intencionalmente o por desidia, de conocimiento suficiente sobre el trabajo, la función y los fines de dicho organismo, sobre todo por el compromiso que asume en la atención de víctimas de delitos graves, ante un Estado ausente.

Siempre he pensado, sin embargo, que un pequeño esfuerzo didáctico resulta incluso auxiliar en la tarea del convencimiento. Hay que persuadir con razones, no por temor o desprestigiando al otro. Hasta aquí mi aclaración sobre esto.

Por otra parte, quiero explicar que el descrédito que tiene la Justicia penal, tanto federal como ordinaria en nuestro país, no es una sensación que se encuentra en el éter, sino que es vivida y experimentada a diario por el ciudadano de a pie. Se trata de una amarga ironía cuando el juicio más trivial se encuentra demasiado lejos de un concepto de justicia pronta, barata y justa, lo que alimenta a las aves negras, ya sea por intereses propios o ajenos para que sigan poniendo una nota miserable en el conjunto poco edificante para una sociedad que busca justicia.

En lo que hace al anteproyecto del Código Penal, soy de los que creen, y quiero así decirlo, que mientras sigan vigentes en nuestros país codificadores, jueces, fiscales o cualquier otro funcionario relacionado con la Justicia penal, que enrolados en escuelas, pensamientos, ideas que provienen de la sociología y que básicamente confunden el derecho penal, con el palo con que la sociedad dominante persigue y pega a la sociedad vulnerable, seguirá complicándose la cuestión sin resolverla, se seguirán estableciendo institutos de mala justicia, además de consolidar, robustecer y consagrar con ideas anacrónicas la subsistencia de todas las rutinas presentes.

Antes de adentrarme en las ideas, no quiero dejar de decir que pasamos mucho tiempo durmiendo aun cuando el sentido común nos decía que debíamos estar despiertos. Sin embargo, el hombre demora muchas veces en sacudir su modorra cuando una pesada somnolencia se apodera de sus miembros. Pero de pronto el delito aparece y la verdad nos sacude y nos despierta, y, cuando lo hace, es capaz de crear tanto dolor que nos es imposible comer, hablar y caminar. El temor es profundo. Y cuando el Estado y la Justicia no aparecen, ¿quién es el vulnerable?

Sacarle al Estado la potestad de castigar o imponer penas de prisión es la búsqueda más interesada de abolicionistas, criminólogos, sociólogos y abogados, a veces prestigiosos, mas no de la sociedad. Si se implementa un Código Penal con soluciones del derecho civil, su vida como ley vigente no será larga, pues el grupo social comenzará a reclamar por justicia, y la queja general volverá al Congreso y otra vez comenzarán los parches y los remiendos, entonces, ¿cuándo aprenderemos la lección?

Cuando el Presidente de la República asumió su mandato, manifestó que una de las tareas más urgente era la de luchar contra el delito. Ese propósito se derrumbará sin más, y con una mayor frustración de sus votantes, si seguimos con las mismas ideas del Gobierno anterior.

El problema del delito no tiene nada que ver con una relación económica, de los que tienen más y los que tienen menos. El que roba o el que roba y mata no es Robin Hood, como en la ficción fílmica, pues, de ser así, las personas de menores recursos no se verían afectadas. En efecto, la realidad demuestra todo lo contrario, ellas son las más vulnerables ante el delincuente. No hay que ir muy lejos en los ejemplos, los jóvenes que viven en barriadas, que se levantan a las seis de la mañana, viajan en condiciones poco cómodas, se van a trabajar, y luego a estudiar y todo lo hacen a pulmón, me sigo preguntando dónde está la vulnerabilidad. Si a todo ese esfuerzo se le suma que tienen que cuidarse de que no los sometan o los tiren a las vías por un celular. ¿Y el Estado de qué lado está? O me preguntó: ¿A quién quiere defender el derecho?

Cuando la víctima observa que el derecho penal, aquella herramienta estatal que al menos trata de poner equilibrio en su vida cuando lamentablemente es afectada en su libertad, integridad sexual o patrimonio; es en realidad un cuento, donde la pena de prisión es remplazada por instituciones del derecho civil, como la suspensión del juicio a prueba, la reparación económica, el acuerdo conciliatorio, aun en delitos graves, la sensación de injusticia se vuelve realidad, el desprestigio aumenta, y los ideólogos siguen creyendo que la protesta de la víctima tiene como fin una venganza personal.

Si podemos echar de nuevo una mirada sobre los hombres y las mujeres de esta bendita tierra, debemos hacer todo lo necesario para no engañarla, si de las columnas de la prensa ha transcendido en todas las formas y en todos los tonos el eco de este estado de cosas, no podemos abordar la cuestión del delito con recetas ya probadas en las últimas décadas, pues estas ya han fracasado.

¿Cuándo aprenderemos la lección? Envejecer es obligatorio y madurar como sociedad es una opción aún no cumplida.

El autor es abogado penalista.