México, noche de domingo, poco tiempo después del cierre del escrutinio, los mexicanos escuchan sorprendidos al candidato del oficialismo, José Antonio Meade del PRI, reconocer la victoria de Andrés Manuel López Obrador, antes que las autoridades electorales anunciaran el resultado del conteo rápido. Minutos después, el otro candidato importante, Ricardo Anaya, postulado por una extraña coalición entre el histórico partido de la derecha, el PAN, y el histórico de la izquierda, PRD, hace lo mismo. Así, antes de las 10 de la noche, México se da cuenta de que ha sucedido lo que iba pero no podía suceder.
Es difícil de explicar cómo la victoria de un candidato que venía encabezando absolutamente todos los sondeos desde el inicio del proceso electoral y que en todas las encuestas recientes superaba por más de 20 puntos a su inmediato perseguidor puede resultar tan sorprendente. Más aún al ser el sistema electoral mexicano de simple mayoría, es decir, basta tener un voto más que el segundo para ganar la elección, sin importar porcentaje alguno.
Pero sí, esto es México y gran parte de los mexicanos, adherentes u opositores a López Obrador, no podían creer, el domingo a las 22 horas, lo que había ocurrido. Andrés Manuel López Obrador, AMLO como se lo llama en México por esa particular costumbre de usar las siglas en los líderes políticos, es un histórico dirigente que fue militante del PRI y acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas cuando rompió con ese partido, se presentó como candidato por afuera y "ganó" hace 30 años una elección que obligó a la apertura del sistema político mexicano.
Luego de esa elección, que finalmente puso en el gobierno a Salinas, López Obrador, junto a muchos otros dirigentes de la izquierda y priistas, acompañó a Cárdenas en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Con ese partido ganaron en 1997 la primera elección de la Ciudad de México que consagró a Cárdenas como jefe de gobierno y, tres años después, con Cárdenas, como en 1988 y 1994, candidato a la presidencia, López Obrador ganó la elección directa en la Ciudad para convertirse en su jefe de gobierno.
En la Ciudad realizó una gestión muy controvertida, pero con enorme apoyo popular; terminó su mandato con un 80% de aprobación ciudadana, después de superar un intento de desafuero montado por el PRI y el PAN. En 2006 y en 2012 se presentó como candidato del PRD a la presidencia, sufrió una feroz campaña negativa que buscaba, hasta el domingo mismo, presentarlo como un "castrochavista", la versión más dura y radical de los movimientos nacionales populares latinoamericanos.
Lo cierto es que, entre los efectos de esa demonización y evidentes acciones fraudulentas, López Obrador no alcanzó la presidencia en 2006 frente a Calderón, del PAN, y en 2012, frente al actual presidente Enrique Peña Nieto, en lo que muchos entendieron como el regreso definitivo al gobierno del PRI, después de un breve descanso.
Tras esa segunda derrota, López Obrador abandonó el PRD y creó el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), y casi sin estructura institucional que lo apoyara, fue por tercera vez a disputar la presidencia y vaya si lo logró. La del domingo fue la victoria más contundente desde el final del sistema de partido de Estado: más de 50 puntos y casi segura mayoría parlamentaria en ambas Cámaras.
Entonces, ¿cómo explicar la sorprendente sorpresa que inundó a México el domingo a las 10 de la noche? Son dos, desde mi punto de vista, las explicaciones de este extraño fenómeno. Para los partidarios de López Obrador, la gente lo iba a votar "pero no lo iban a dejar llegar". Esa respuesta recibí una y mil veces en los días previos. Un "algo va a pasar" que refería de manera genérica a fraudes monumentales, compras masivas de votos y cosas aún peores. "Colosio, Kennedy", decían por lo bajo.
Y no eran temores infundados tanto por la historia como por el presente. Decenas de años de relatos de fraudes y de uso y abuso de los recursos estatales se combinaban con la resistencia que sus partidarios suponían que generarían las promesas de López Obrador de terminar con 30 años de políticas neoliberales y con la corrupción e impunidad de la clase gobernante.
Del otro lado, para los opositores más duros a López Obrador, era imposible que ganara porque representaba "el final" de México, el inicio de la dictadura castrochavista que iba a poner al país en la senda de Nicolás Maduro. Y para ellos los imposibles no ocurren y también "algo" iba a pasar. No hablaban de las cosas horribles que antes mencionamos, sino de una mayoría (absolutamente) silenciosa, que imaginaban escondida en las encuestas y que iba a sorprender a todos.
Finalmente "algo" no ocurrió y pasó lo que iba a pasar. Andrés Manuel López Obrador gobernará a México y un nuevo capítulo se abre en la segunda economía latinoamericana, un país en el que siempre algo puede ocurrir, pero donde lo que ocurrió el 1º de julio se esperaba desde hace treinta años con esa elección de 1988 en la que Cuauhtémoc Cárdenas no pudo llegar a la presidencia, pero que sentenció a muerte al partido de Estado y abrió el camino a la democracia en México.
El autor es profesor titular regular de la UBA e investigador del Conicet. Viajó a México como veedor internacional invitado por la coalición Juntos Hacemos Historia que postuló a López Obrador y por el Instituto Nacional Electoral.