Entre la incertidumbre económica y la agenda electoral

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Desde que comenzó la gestión, en 2015, la implementación de un articulado discurso bicéfalo fue un recurso habitual de comunicación del gobierno nacional. Por un lado, utilizó la apelación al futuro como capital comunicacional para ganar las contiendas electorales. Así, la evocación de valores como el de la esperanza y el optimismo se convirtieron en un potente movilizador del voto, capaz incluso de primar sobre un contexto económico desfavorable. Algo que, por cierto, no debería sorprender si se tiene en cuenta que por lo general las emociones suelen ser más fuertes que la razón en lo que respecta a la comunicación persuasiva.

Por otra parte, a la hora de gobernar se logró articular una narrativa capaz de identificar a "la pesada herencia" como la responsable de los principales problemas del país y la causante de las medidas de ajuste que el Gobierno consideraba no solo necesarias para enderezar la situación económica, sino también como parte de un sinceramiento frente a una sociedad a la que supuestamente se le venía mintiendo históricamente.

En síntesis, apelación al pasado para gobernar y al futuro para ganar elecciones. Una estrategia de comunicación del Gobierno que, hasta abril de este año, se había revelado como efectiva.

Sin embargo, la corrida cambiaria y los eventos que ella desencadenó hicieron estallar por los aires esta articulación futuro-pasado. Un escenario en el que la apelación a la esperanza se transformó en un recurso de gobierno con el objetivo de legitimar el pedido de esfuerzo por parte del Presidente. El Gobierno sacrifica, así, su tradicional motor electoral en un intento de conseguir los necesarios apoyos que demandará encauzar la situación económica y, en particular, cumplir con las condiciones del acuerdo con el FMI.

Lo material y lo simbólico

La semana que concluyó con una jornada llena de temor e inestabilidad a causa de una nueva suba del dólar y el desplome de bonos y acciones había comenzado con un paro general orquestado por la CGT. En la antesala de la medida gremial, el líder del sindicato de camioneros y uno de los referentes gremiales con mayor capacidad de movilización, Hugo Moyano, esgrimió: "Cuando estaba Cristina, comía todo el mundo y ahora hay gente que no come".

Una frase que acorta las distancias que el gremialista y la ex mandataria supieron generar desde la muerte de Néstor Kirchner, pero a la vez sintetiza la puja que el Gobierno atraviesa entre lo material y lo simbólico. Lo simbólico se cristaliza en el pedido de Macri de "esforzarnos para cambiar", un pedido que tiene aún predicamento positivo en una parte de la opinión pública. Lo material, por su parte, se ve reflejado en los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec): 6 de cada 10 asalariados (más de 8,3 millones de personas) no logra cubrir los gastos de la canasta básica, lo que, entre otras variables, provocó un preocupante aumento de las desigualdades sociales. El coeficiente de Gini, que en el primer trimestre de 2017 había marcado 0,437, un año después alcanza al 0,440 (mayor desigualdad).

Tras el optimismo inicial que generó en las filas del Gobierno el "apoyo" del FMI y el upgrade en la calificación internacional del país, las señales de estabilización económica se desvanecieron en el aire. La gestión de Luis Caputo al frente del Banco Central, a pesar de que solo cuenta con 15 días, muestra prematuras fisuras de cara a la opinión pública.

El Gobierno había transmitido una confianza desmedida en el funcionario que parecía tener un vínculo estrecho con sectores del mundo financiero. Parafraseando la histórica frase pronunciada en 1989 por ex ministro de Economía radical, Juan Carlos Pugliese: "Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo", Caputo les habló de amistad y los actores económicos le contestaron comprando dólares y abandonando sus posiciones en pesos.

Cabe preguntarse si esta vez Mauricio Macri depositará más confianza en él, como lo hizo en algún momento con Federico Sturzenegger, apostando a obtener resultados a mediano plazo en un escenario que demanda respuestas urgentes. Lo cierto es que el presidente del Banco Central recibió su cargo con un dólar a $28,85 y dos semanas después, pese al ingreso del primer desembolso del FMI, la divisa estadounidense marcó un nuevo récord: $29,76.

En los últimos meses se ha hablado recurrentemente de la confianza de los mercados. Confianza que en la política es un bien escaso. Una encuesta publicada recientemente por Taquion y Trespuntozero revela que el 62,7% de los argentinos no confía en los demás argentinos, cifra que aumenta a 70,2% cuando se les pregunta sobre el país en términos generales.

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Al repetir la pregunta, pero esta vez sobre la confianza en algunas de las principales figuras políticas, el saldo resultó negativo en todos los casos. Incluso la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, una de las pocas dirigentes que puede presumir de tener una imagen positiva más alta que la negativa, resulta en términos de credibilidad asimilable a otros políticos.

El fantasma de los ballotages

El oficialismo solía jactarse de que el sello Cambiemos mostraba su verdadero potencial político en los tiempos electorales, es decir, en aquellos cuatro meses en los que tienen lugar las PASO y las elecciones generales. Las elecciones legislativas del 2017 no fueron la excepción. El Gobierno interpretó los resultados como una suerte de plebiscito de gestión que despejaba el camino hacia una casi segura reelección. Sin embargo, luego de esos primeros meses del 2018 en los que casi todos los principales referentes del oficialismo lograron mejorar su imagen positiva, y en los que creció la opinión favorable del electorado hacia la gestión del gobierno nacional, la caída fue notoria.

El primer golpe se pudo observar entre diciembre de 2018 y enero de este año, en medio de la polémica por el proyecto de reforma previsional. Luego mantuvo una estabilidad relativa, es decir, sin grandes caídas ni subas en términos de imagen y aceptación de la gestión. Sin embargo, abril trajo un marcado descenso a causa de los desajustes en materia económica que se plasmaron con crudeza en una corrida cambiaria que ya produjo una devaluación del 45 por ciento.

Sin embargo, la imagen de Macri no está tan baja como intuitivamente se podría suponer en función del contexto actual. El Presidente aún logra resguardarse en la construcción simbólica de la "pesada herencia", lo que posibilita que todavía un significativo porcentaje de argentinos no le atribuyan a él y su gobierno toda la responsabilidad de los problemas económicos. La esperanza sigue siendo el motor al que recurre el Gobierno a fin de movilizar a esos electores. Y la presencia activa de Cristina en un escenario opositor que no logra superar la fragmentación sigue siendo funcional a un gobierno que pese a todo mantiene sus chances electorales.

No obstante, todo tiene un límite y la pregunta del millón es hasta cuándo rinde apelar a la esperanza. Más aún cuando el futuro cercano no solo augura una recesión que golpeará todavía más los bolsillos de los argentinos, sino que además demandará más medidas antipáticas para los sectores medios y medio-acomodados de los centros urbanos que constituyen el principal soporte del Gobierno.

En este escenario, resulta difícil pensar que la esperanza sea, una vez más, un combustible capaz de traccionar lo suficiente para que Cambiemos pueda llegar con chances hasta las PASO de 2019. La victoria en primera vuelta con que se ilusionaban algunos tras el contundente resultado en 2017 ya está fuera de la discusión y el ballotage parece ser inevitable. Un ballotage que se perfila como un escenario de incertidumbre y resultados impredecibles.

Quizás convenga repasar algunos de los ballotages recientes para ver cómo los electores pueden variar mucho sus preferencias. Quizás el más evidente es el que protagonizó el mismo Macri, quien en la primera vuelta del 2015 había perdido ante Daniel Scioli, que, tras no llegar al 40% en octubre, fue derrotado por el candidato de Cambiemos en la segunda vuelta de noviembre. Ese mismo año, en una elección local, Horacio Rodríguez Larreta fue acechado por el mismo fantasma en la Ciudad de Buenos Aires. El holgado triunfo en las elecciones de julio (44,71% y 19 puntos de diferencia con el segundo) no permitió eludir un ballotage que se dirimió a favor del actual jefe de gobierno por un estrechísimo margen.

El riesgo que un escenario de ballotage plantea para el gobierno es más que evidente. Un poco más del 60% de los electores no votará por el oficialismo, por lo que el candidato opositor que logre entrar a la segunda vuelta tendrá la oportunidad de intentar fidelizar la mayor cantidad de esos votos contra el Gobierno para alcanzar un triunfo que ya no parece tan descabellado como hace unos meses. Sobre todo si el candidato opositor que emerge de la primera vuelta logra romper con la dinámica polarizadora que tantas satisfacciones electorales le dio al oficialismo.

Incertidumbre económica y agenda electoral: de la crisis financiera a la crisis política

Pese al acuerdo con el FMI que el propio Caputo se apuró en calificar como lo mejor que pudo pasarnos a los argentinos, los mercados reaccionan negativamente ante un escenario de incertidumbre y la falta de confianza en las medidas con que el Gobierno enfrentará una crisis financiera que ya se convirtió en crisis política.

En los próximos meses, las miradas estarán puestas en la discusión del presupuesto 2019, una prueba de fuego para un gobierno que necesita cumplir con los compromisos acordados con el FMI.

Para ello, dependerá del necesario concurso del Partido Justicialista (PJ). Sin duda, el equilibrio es precario. La oposición peronista sabe que el escenario actual continúa horadando al Gobierno nacional, pero también es consciente de que la suerte de los gobernadores —tanto en lo político como en lo electoral— también depende de la superación de lo peor de la crisis.

Si bien las declaraciones de las últimas horas de algunos gobernadores insuflan algunos bríos de esperanza para el Gobierno, aún subsiste la incógnita de hasta dónde estará dispuesta a ceder una oposición que se sabe con chances en un escenario electoral cuyos contornos ya se dibujan en el horizonte cercano.

El autor es sociólogo, consultor político y autor de "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar, 2017).