La notable paciencia del reformismo universitario

Hernán Rossi

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El sábado 23 de junio de 2018, a cien años del grito de Córdoba, el reformismo universitario recuperó la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) de la mano de un frente multipartidario que puso fin a una errática y frustrante experiencia de la izquierda. Tuvieron que pasar 17 años desde que otro frente, apañado por el "que se vayan todos" del 2001, le arrebatara a Franja Morada la federación más importante del país.

No faltaron los que aventuraron el final de la universidad reformista misma, acusada de arropar a los partidismos que habían llevado al país (en su particular relato) a aquella crisis.

En su largo derrotero, el reformismo ya había sido puesto en cuestión por derecha y por izquierda en varias oportunidades. Pero no es de ello de lo que pretendo hablar en estas breves líneas, sino de al menos dos cuestiones que resultaron fundamentales para que menos de dos décadas después quienes entonces aparecían como vencidos volvieran exitosos a protagonizar una nueva etapa en la historia de la FUBA.

La primera, la enorme confianza y el respeto en las instituciones de los entonces derrotados. La Franja Morada perdió la Federación y aceptó el resultado. Algo que los vencidos de hoy no fueron capaces de hacer desde hace al menos un lustro, en que mantuvieron la Federación al borde de la desnormalización, sin convocar a Congreso ordinario para no reconocer que su liderazgo estaba seriamente cuestionado en la práctica y en los números para elegir nueva conducción.

En cambio, en 2001, Franja Morada asumió el resultado y se "retiró" a su nuevo rol de oposición. ¿Cuarteles de invierno? Todo lo contrario. Empezó entonces un lento y paciente proceso de resignificación de sí misma y de su rol en la construcción de un nuevo liderazgo reformista en la UBA, el cual debía tener a los estudiantes como protagonistas.

La convicción reformista y el realismo político permitieron la elaboración de estrategias para construir nuevas mayorías. Hubo que cambiar el nombre de algunas agrupaciones, actualizarse con las nuevas demandas del estudiantado, pactar con docentes y graduados, hacer acuerdos transversales con fuerzas políticas de diverso origen. Es decir, hizo falta mucha capacidad de diálogo. Y paciencia, mucha paciencia.

La segunda cuestión que explica el retorno del reformismo a la conducción de la FUBA es el hecho de que la agrupación que la perdió supo mantenerse al frente de la organización mayor, la Federación Universitaria Argentina (FUA), transformada en bastión de defensa de los principios de la reforma para la universidad. Aún más, de los ocho presidentes de FUA mientras duró la conducción de izquierda en la FUBA, dos fueron estudiantes de la UBA (Yacobitti en 2002 y Pozzali en 2014).

Desde la FUA, los estudiantes reformistas de la UBA obtuvieron la solidaridad de sus colegas de las universidades del interior, que siempre vieron como un paso estratégico la recuperación de la Federación de la Universidad más grande del país.

Hubo momentos difíciles. Cuando el kirchnerismo, fiel a su desprecio por las instituciones, rompió la Federación Universitaria Argentina, la conducción anti-reformista de la FUBA fue uno de los principales impulsores.

Finalmente, en el congreso celebrado en Rosario este año la FUA volvió a congregar a todo el arco político en su seno, evidenciando el fracaso de la estrategia de la FUA paralela. Quizás fue el antecedente de que las cosas habían cambiado de la mano de la notable paciencia del reformismo y de la agrupación que lo lidera desde hace varias décadas.

El autor es ex secretario general de la Mesa Nacional de la Franja Morada, presidente del Instituto Moisés Lebensohn.