Dogmatismo o Doctor House

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Desde el inicio de la gestión de Cambiemos, la polémica sobre "los errores" y "las idas y vueltas" del Gobierno recorren los medios y las redes sociales de esta nación destinada al éxito. Como era previsible, desde el momento en que se inició la turbulencia cambiaria la cosa recrudeció exponencialmente. "¿Usted no cree que el Gobierno cometió errores?", atacan los movileros. "¿No le parece que un Gobierno no debería permitirse marchas y contramarchas?", emiten los entrevistadores con honda expresión de preocupación social.

Mi respuesta se resume en esta pregunta: ¿no vieron nunca un episodio de Doctor House? Y si lo vieron, ¿qué parte no entendieron? El núcleo duro de cada capítulo de House es siempre el mismo. Un grupo de médicos de alto nivel se ocupa de un paciente grave, examina la situación con todos los datos disponibles y elabora la mejor respuesta posible según su honesto conocimiento. Regularmente, la primera respuesta falla y obliga a buscar otra mejor, que se aplica sucesivamente. Así, varias veces, hasta que el paciente sana (casi siempre) o (algunas veces) muere. Se llama método científico, y está basado -inevitablemente- en el ensayo y error. Se analiza un problema, se construye una hipótesis de solución, y se aplica. Si sale bien, se festeja. Si no, se usa la experiencia para elaborar una hipótesis mejor. No es perfecto, pero es el método que nos permitió salir de las cavernas y pasar de Ptolomeo a Copérnico, a Newton, a Einstein, a Hawking, y al que venga después.

No veo mejor metáfora de la tarea de Cambiemos que la de Doctor House, incluyendo la frecuente crítica de periodistas y opositores sobre que el Gobierno "carece de un programa económico completo", que es como si a House le preguntaran qué va a hacer su paciente cuando salga del hospital. Pero la gracia de la serie no es esa, sino las tensiones emocionales causadas por la incertidumbre del resultado: el miedo al fracaso por parte de los médicos, y a la muerte, por parte de los pacientes y sus familias, explotadas magistralmente por el guión. Llenos de morbo, los argentinos nos sentamos frente a la pantalla para disfrutarlo y dos minutos después estamos requiriendo soluciones inmediatas y sin errores a problemas que arrastramos desde hace setenta años, y exigiendo cambios de médico apenas le sube la fiebre al dólar, termómetro existencial de este país. Así somos. Así nos ha ido. ¡Que saquen a ese payaso de House y vuelva Doña María, la curandera que salvó a mi primo de la culebrilla aquella vez! Hartos de las consecuencias de nuestras locuras de siete décadas reclamamos volver a las causas.  ¿No aprendemos más?

Nicolás Dujovne (Gustavo Gavotti)
Nicolás Dujovne (Gustavo Gavotti)

Lo que los argentinos no soportamos es la incertidumbre. A las dudas preferimos -¿algunos?, ¿muchos?, ¿todos?- la certidumbre que trae una explosión. Como la que causó la híper en 1989, o la implosión de la Convertibilidad en 2001, o el ajustazo salvaje que aplicaron los sensibles sociales para salir de ella, y que permitió superar la recesión causada por el 1 a 1 al precio de subir 50% la pobreza en un año y obtener los récords históricos, aún imbatidos, de pobreza y desocupación. ¡Cualquier cosa menos las incertezas que implica la aplicación del método científico! He aquí el gran leitmotiv nacional y popular.

Ahora bien, ¿cuál es la alternativa a los errores y la rectificación de errores? Solo hay dos: un gobierno que no cometa errores o uno que los cometa y no los rectifique. Lo primero, un grupo humano que no comete errores, ni es posible, ni existe en el mundo, ni puede existir. Lo segundo es lo que hemos experimentado en todas estas décadas de decadencia: gobernantes mesiánicos que se creen poseedores de la verdad y cuando todo falla le adjudican la culpa a la realidad; líderes dogmáticos que ante la evidencia de un error doblan la apuesta, como en aquel infausto 1982 de "¡Les presentaremos batalla!" o, más modestamente, en el 2008 de la 125 o los Noventa de la Convertibilidad. Gente decidida a llevarnos al desastre sin titubeos. Idiotas que creen que cumplen una misión histórica. Psicópatas que apuestan el bienestar y la vida de los otros a un pleno de la lotería mundial.

Cristina Kirchner y Guillermo Moreno
Cristina Kirchner y Guillermo Moreno

Se me dirá: no son los errores lo que se le critica al Gobierno, sino el número de errores. Parece un argumento razonable, pero ¿se ajusta la verdad? Veamos. Este gobierno asumió con un país quebrado cuyos números macroeconómicos y sociales eran los de la etapa inmediatamente anterior a cualquiera de las crisis argentinas. Déficit de cuenta corriente, reservas agotadas, déficit fiscal, recesión de cuatro años, altísima inflación, pobreza y desempleo altos y crecientes, inversiones por el piso y bajando, déficit energético, infraestructura destruida y aislamiento completo del mundo por vía del cepo y el default. Para no hablar del narco y la corrupción invadiéndolo todo ni de la destrucción del sistema judicial e institucional. Agreguemos a esa cuenta de fragilidades que el de Cambiemos es el gobierno con menor poder político de la Historia democrática: minoría en ambas cámaras y solo un quinto de los gobernadores; y que la oposición es liderada por el Club del Helicóptero. No son excusas. Son los factores de un diagnóstico que emplearía el doctor House.

¿Qué otra cosa se podía hacer? Un ajuste inmediato, como proponen algunos, era aplicar una cirugía extrema con altísimas chances de matar al paciente. Habiendo otras opciones a disposición, ¿hubieran optado por esa cirugía los liberalotes si no se tratara del país sino de la salud de un hijo? O, usando una idea formulada por un director de House, Juan José Campanella: ¿son tan valientes cuando se trata de amputarse la propia pierna como lo son cuando se trata de amputar a los demás? Todos vimos lo que pasó en diciembre del año pasado, cuando en el pico de su prestigio político y con mayor poder parlamentario que al inicio el Gobierno modificó la fórmula de ajuste de las jubilaciones. Estuvimos a cien metros de que una horda de forajidos incendiara el Congreso y linchara a los diputados por una reforma que garantizaba que las jubilaciones le ganaran a la inflación. Y así y todo, casi estallan el Congreso y el país. ¿Qué creen que hubiera pasado en 2015 si en vez del plan que nos permitió crecer dos años consecutivos por primera vez desde 2010 se hubiera aplicado un ajuste como el de Brasil, que trajo dos años consecutivos de caída del 3,8% cada uno en el PBI?

Incidentes frente al Congreso durante el debate por la reforma previsional (Nicolás Stulberg)
Incidentes frente al Congreso durante el debate por la reforma previsional (Nicolás Stulberg)

En 2016 y 2017, entre la espada y la pared, el Gobierno hizo lo único razonable: tomar crédito aprovechando el bajo endeudamiento externo, único activo que dejaron sano doce años de locuras económicas K. Aumentar la deuda hasta niveles razonables tomando dólares al 4% para financiar una baja conjunta y no traumática de los impuestos, el déficit y el gasto fiscales. Esa era la esencia del plan gradualista, y funcionó bien por dos años. Siete trimestres de crecimiento consecutivos, 648.000 puestos de trabajo creados en 2017, baja de cinco puntos de la pobreza en un año y medio, récord de venta de autos, motos, propiedades y de crédito hipotecario y ocupación hotelera a inicios de 2018. A pesar del clima de insatisfacción que difundían los medios, no nos iba nada mal. Habíamos pasado de terapia intensiva a terapia intermedia. Las variables se normalizaban. Hasta que una serie de factores externos desnudó las fragilidades de la situación: suba de tasas de la FED y consiguiente corrida al dólar, continuidad de la recesión en Brasil, la peor sequía de los últimos cincuenta años, precio del petróleo en aumento. Viento en contra, y del fuerte.

¿Cometió errores el Gobierno? Desde luego. Sobre todo, el del 28 de diciembre, cuando apuntando al crecimiento se apostó por resignar la baja del gasto y la inflación. Justo en la vigilia de un cambio desfavorable de las condiciones internacionales. Ese error demolió la credibilidad del Banco Central en el momento menos adecuado, es cierto. Pero es fácil decirlo con el diario del lunes. Sobre todo, es oportunista y malintencionado que lo critiquen los economistas del peronismo que venían reclamando precisamente ese cambio de la política económica y siguen reclamando más de lo mismo hoy.

Ahora bien, advertido de la situación, el Gobierno ha corregido. Pedido de préstamo al FMI, única manera de seguir financiándonos el 4% y evitar un ajuste mayúsculo. Aceleración de la baja del déficit fiscal. Recorte de gastos políticos. Recambio de funcionarios golpeados por las turbulencias. Concentración de decisiones en Dujovne y Caputo. Reconstitución de un "Ministerio de Economía" y de la independencia del Banco Central. Stop al financiamiento del BC al Tesoro y desactivación paulatina de las Lebac. Se puede estar de acuerdo o no. No está asegurado, ni puede nunca estarlo, que las medidas sean exitosas. Pero sí podemos estar seguros de que el Gobierno aplica a los problemas del país una estrategia científica y racional, no una doctrina religiosa liberalota ni un libro de recetas populistas sacados de lo peor de nuestra desastrosa experiencia.

La reunión se realizó en el FMI (Reuters)
La reunión se realizó en el FMI (Reuters)

En otras palabras, el gobierno de Cambiemos está integrado por gente moderna y pragmática, gente normal, gente dispuesta a adecuar su estrategia a la realidad en vez de esperar que la realidad se adecúe a sus deseos. Seres humanos en la Rosada, como le gusta decir a Juan Cristónomo, reconocido twitstar. Porque la verdadera grieta es esa. No la que separa a nac&popistas y liberalotes, dos sectas presas de sus doctrinas que creen que puede ignorarse la economía, los unos, y la política, los otros. La verdadera grieta, la más profunda y determinante, separa a los dogmáticos creyentes en una u otra infalibilidad doctrinaria de las personas pragmáticas, es decir: dispuestas a tomar en cuenta todos los factores, y no solo los que les gustan, y a aplicar el método científico a su intento de mejorar la realidad.

Dogmatismo y duplicación de las apuestas, de un lado; Doctor House más ensayo y error, del otro. Es la grieta que separa a las concepciones políticas populistas y militaristas de quienes están dispuestos a corregir sus eventuales errores y volver a intentarlo teniendo en cuenta el feedback de la realidad. Más allá de los vaivenes ocasionales de la economía, es la grieta que separa también un siglo XXI donde el progreso es difícil, pero posible, de un siglo XX fundamentalista y dogmático que nos hundió en la decadencia y la mediocridad.