Toda violencia contra los niños debe escandalizarnos

Carlos Camean Ariza

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Hoy nos sorprende, más aún, nos escandaliza, y con razón, que a un niño se le pegue un coscorrón (¿entenderán los lectores qué es un coscorrón?), un tirón de orejas o de pelo. Qué diríamos hoy si un docente aplicara la política del puntero (me explico: elemento parecido, igual, a un taco de pool que los docentes utilizaban para señalar y sobre todo para disciplinar a los niños golpeándolos en la cabeza). Pero incluso más, a los niños no se les permitía comer en la mesa de los grandes y, si lo hacían, no podían hablar, bajo ningún concepto. Tantas veces eran unos buenos gritos los que imponían el orden. Se era niño hasta los 16, pero no se era niño para trabajar a los 11 o a los 9.

Así los padres y los docentes descargaban su frustración por el error, la impertinencia o la actitud provocadora de quien no lograban formar a su medida, siendo violentos, eso sí, legalmente violentos. El concepto de agresión se reservaba para cosas realmente importantes: el ataque a las fuerzas del Estado o las actitudes también violentas entre países. ¿Cómo considerar violenta o agresiva esa "expresión de amor" de la madre o la docente que solo pretendía apartarnos del peligro o la ignorancia? Esas actitudes tenían el permiso del Estado para, en definitiva, hacer lo mismo, pero con permiso social se trataba de "aplicar los correctivos necesarios".

Han pasado muchas generaciones y el péndulo se ha puesto en el otro extremo. Hoy cualquier acto en el que se aplique algo de fuerza puede ser considerado violento. Incluso si se aplicó para evitar un mal mayor, merece ser revisado, porque quizá podía haberse evitado de otra forma. ¿Exagerado? Quizá, pero ante la duda es siempre preferible el exceso que el defecto.

Las agresiones, no son solo un 'acto de acometer a alguien para matarlo, herirlo o hacerle daño' (RAE), son sutiles, invisibles maneras de violencia. Los chicos son agredidos por la falta de hogares funcionales, medianamente instalados, en los que no hay una mesa en la que comer en familia; por una pobre educación que les hipoteca el futuro; por padres y maestros que no saben enseñar y mucho menos ser modelo; por el Estado ausente e intervencionista en materias que son solo responsabilidad de los padres; por la pornografía en los medios y en las redes; por el abuso; por el bullying. Hoy sigue habiendo violencia de la de antes, pero más aún, agresión de la de ahora, sutil, invisible, admitida, difundida y promovida: la droga, el alcohol, el tabaco, el libertinaje, la pornografía, el descontrol.

Ayer, 4 de junio, recordamos el Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión, loable iniciativa con un título que merece al menos una precisión: todos los niños son víctimas inocentes, no hay niños que no lo sean y por lo tanto merezcan ser agredidos, son siempre inocentes, hayan hecho lo que hayan hecho, porque simplemente son niños.

El autor es director del Centro para el Estudio de las Relaciones Interpersonales (CERI) de la Universidad Austral.