Claves para la transición hacia la movilidad sostenible en la Argentina

Juan Carlos Villalonga

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Según la Agencia Internacional de Energía, en los próximos 25 años el parque automotor de América Latina podría triplicarse. A este ritmo de crecimiento, los vehículos que intenten ingresar a la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, serán 4,5 millones en lugar de los 1,5 millones que ingresan hoy. Pero esto será sencillamente imposible.

El proceso de transformación de la matriz eléctrica que viene dándose a nivel internacional no se reduce a la forma en que producimos, distribuimos y consumimos la electricidad. Atado a ello, el transporte es una de las patas clave de este cambio imprescindible, y en la Argentina está todo por hacerse. El desafío que enfrentamos es tecnológico, de infraestructura y cultural.

Una de las características de América Latina es que es la región más urbanizada del mundo. Según datos de ONU Ambiente, la población urbana alcanzará el 89% para el año 2050. La rápida urbanización y el incremento de los vehículos de transporte en países como el nuestro conllevan externalidades negativas: una carga a la salud pública —se estiman que alrededor de cincuenta mil personas mueren anualmente debido a la contaminación atmosférica, a lo que debemos sumar los impactos a la salud que genera el ruido—, al ambiente —emisiones de gases de efecto invernadero— y a la economía —mayor demanda de energía. Estos impactos asociados a este doble crecimiento pueden reducirse drásticamente si comenzamos de inmediato a adoptar medidas para transformar la flota de vehículos, el diseño de las ciudades y la forma en la que nos movilizamos.

Otra de las características de nuestro continente es que es la región del planeta en la que se registra el uso de buses o colectivos per cápita más alto del mundo. Es por eso que el transporte público en la región posee un potencial estratégico para avanzar con tecnologías que minimicen los impactos ambientales, como los buses eléctricos. Recientemente, la Ciudad de Buenos Aires ha anunciado el primer programa de recambio de unidades de colectivos de las primeras ocho líneas que serán la punta de lanza para la electrificación del sistema.

La introducción de tecnologías eléctricas o híbridas es casi nula en nuestro país y muy baja en la región. Recién las primeras automotrices están avanzando en la importación de este tipo vehículos particulares que ya se está expandiendo por Europa, Estados Unidos y parte de Asia. Por lo que hay un enorme trabajo que hacer en este sentido. (Especialmente en lo que tiene que ver con el rubro de utilitarios, en el que la ecuación de costos, uso y ahorro energético y de emisiones da un balance más que positivo).

No obstante, el recambio tecnológico de automotores no es suficiente. Es necesaria, además, una revolución en materia de infraestructura, tanto en lo vinculado a rutas, autovías, etcétera como en lo que refiere al sistema eléctrico y las redes de distribución. Y esto tampoco será suficiente. Existen ya en el mundo experiencias nuevas en materia de movilidad que se alejan de la actual usanza del automóvil propio. Se trata de pasar de un paradigma en el que se cambia la compra de un bien, el auto, por la adquisición de un servicio, como los sistemas de carpooling o carsharing. Es que si consideramos las variables en juego —el aumento de la población, el crecimiento de la flota de vehículos, el nivel de urbanización de la región—, la solución del reemplazo de los actuales vehículos por las tecnologías limpias como los vehículos eléctricos no será suficiente.

La solución no es fácil ni rápida, tampoco meramente tecnológica. Tenemos que volver a pensar cuál es la mejor manera de movernos y para ello se requieren políticas integrales de desarrollo urbano compacto que disminuyan la demanda de viajes e infraestructura de calidad de transporte público y no motorizado.

El autor es diputado nacional por Cambiemos.