Una oposición populista e irresponsable

Jorge Enríquez

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La Argentina no está atravesando una crisis, sino uno de esos temblores que son recurrentes en su historia económica. En otros países, una devaluación de su moneda, salvo que tenga una dimensión mayúscula, es un tema que solo interesa a los operadores del mercado, a los financistas y a las grandes empresas. En nuestro país, es un sacudón para toda la sociedad.

Tampoco en otros países la mayoría de la gente conoce el valor del dólar. En la Argentina, cualquiera lo puede decir con precisión de céntimos. ¿A qué se debe esta "dolarmanía"? No a ninguna característica especial de los argentinos, sino a que tenemos muy fresca nuestra historia económica. ¿Cuáles son los elementos principales de esa historia? La inflación persistente y las recurrentes crisis, con su secuela de ruptura de contratos.

Pese a que hoy los balances indican que son instituciones sólidas, mucha gente no confía aún en los bancos. En más de una oportunidad los depósitos fueron tomados por el Estado y convertidos forzosamente en títulos de la deuda pública.

Ante la inflación y la falta de garantía del ahorro tradicional, los argentinos, salvo los que se especializan en temas económicos o son operadores del mercado, ahorran en dólares. Puede ser que no ganen mucho, pero por lo menos resguardan sus ingresos del deterioro de la inflación.

Las políticas llevadas a cabo por el Gobierno de Mauricio Macri desde su inicio tienden a terminar con ese problema estructural y a sentar las bases de un desarrollo sostenible con equidad social.

Las turbulencias cambiarias de las últimas horas han de ser superadas en los próximos días. El acuerdo con el FMI es un reaseguro de la continuidad del proceso de reformas.

No ha sido precisamente Mauricio Macri quien creó las condiciones de vulnerabilidad de la economía argentina. Él heredó una situación catastrófica, signada por 121 años del más crudo populismo, que se comió todos los stocks, desde el energético hasta el de infraestructura, pese a contar con condiciones externas tan favorables como no las había tenido ningún gobierno en más de un siglo.

Entre otros disparates, los gobiernos kirchneristas les regalaron la energía, cara en todo el mundo, a los sectores medios y más pudientes de la sociedad, mientras los más pobres, sin acceso a las redes de gas, pagaban más cara la adquisición de garrafas. Un progresismo al revés.

La mayoría de los argentinos comprende que ese esquema no puede perdurar, no solo porque es injusto e inmoral, sino porque debe ser financiado con enormes subsidios que incrementan el gasto público y generan inflación.

La eliminación del cepo cambiario, el arreglo con los holdouts, la normalización de las relaciones con el mundo han sido señales muy positivas. La Argentina es hoy respetada y por eso los países más poderosos han manifestado en estos días su apoyo al presidente Macri.

Otro gobierno hubiera intentado una política de shock. Pero Macri, que es un convencido de la necesidad de aplicar políticas de mercado, sabe también que para que ellas duren necesitan tener sustentabilidad social y política. De ahí que haya optado sensatamente por el gradualismo, es decir, por un proceso de reformas progresivo.

Ese camino es criticado por los economistas que son proclives al más extremo liberalismo y por los populistas. Para aquellos, no se ha hecho nada en favor de disminuir el gasto público; para estos, se ha aplicado un neoliberalismo salvaje. Ajeno a esas extravagancias, Macri transita por el centro, acompañado por la mayoría de la sociedad, que ratificó en las urnas su respaldo a Cambiemos hace pocos meses.

La democracia es necesariamente gradualista. Son los gobiernos autoritarios los que se inclinan por medidas de shock, sin tener en cuenta sus consecuencias.

Lo que lamentablemente falta en la Argentina es una oposición responsable, que permita celebrar acuerdos en temas estratégicos y explorar los denominadores comunes. La semana pasada fue evidente esa carencia cuando toda la oposición coaligada aprobó en la Cámara de Diputados una ley que busca retrotraer los valores de las tarifas, lo que generaría un descalabro económico. Macri ya anunció que vetará esa exhibición obscena de populismo.

El saneamiento de la economía argentina no se interrumpirá por algunos barquinazos cambiarios, originados en las depreciaciones de todas las monedas contra el dólar y en algunos episodios domésticos como esa infortunada ley de tarifas.

El camino emprendido no tiene retorno. La Argentina no quiere volver al pasado de populismo, que, detrás de una retórica inflamada, solo le ofrece pobreza y decadencia.

El autor es diputado nacional (Cambiemos-PRO), CABA.