Entendiendo el pedido de ayuda del Gobierno al FMI

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El Gobierno de Mauricio Macri ha decidido ir al Fondo Monetario Internacional para poder detener la crisis que atraviesa la Argentina. Para algunos, un recurso de última instancia usado antes de tiempo por miedo.

Este regreso del hijo pródigo, que se fue de la tutela del Fondo Monetario abonando toda su deuda (10 mil millones de dólares cash) para poder tener las manos libres y permitir que el Gobierno de Néstor Kirchner pudiese hacer la política económica que quisiese (léase manipular al Indec, entre otras cosas) ha terminado.

El crédito internacional que venía demandando a los bancos privados el ministro de Finanzas, para poder avanzar con el gradualismo y no emitir más dinero para paliar el déficit fiscal (como hacía el gobierno anterior) se ha encarecido y se seguirá encareciendo, por el anunciado aumento de tasas de interés en los Estados Unidos.

"It might be time to get out of Argentina, había titulado una revista extranjera especializada en temas económicos hace dos semanas, sabía y decía lo que iban a hacer los inversores.

En ese marco y con la constante pérdida del valor del peso, el Presidente decidió adelantar una decisión, pensada para cuando Messi estuviese entreteniendo a los argentinos, gambeteando croatas, islandeses y nigerianos en Rusia. Como no se pudo esperar, se salió a las apuradas a pedirle apoyo a Christine Lagarde, con la que ya había coqueteado el ministro Nicolás Dujovne, agasajándola con una comida en su casa, previo paseo por las Cataratas del Iguazú.

Pero toda esa mise en scène se desplomó ante el temor de que la oposición aprobara una ley que impediría la suba del precio de las tarifas de gas, que acrecentó la pérdida del valor del peso y que obligará a vetarla si logra la aprobación del Senado.

El tema es que el Fondo Monetario no es solamente Christine Lagarde, ella es su directora general y, al igual que todos los directores anteriores del Fondo, es una europea, no una ciudadana norteamericana. Estados Unidos se quedó con el Banco Mundial y cedió la presidencia del Fondo, que es más antipática; claro, se reservó la mayoría de las acciones y desde allí es donde apoya o desaprueba los créditos que otorga el organismo que dirige hoy Lagarde.

Los 189 países miembros aportan dinero al fondo y en proporción a ello tienen un porcentaje de cuotas que es el que representa el nivel de influencia y poderío de cada Estado miembro dentro del Fondo.

Para algunos argentinos optimistas, el Fondo Monetario es una especie de Alcohólicos Anónimos donde van aquellos que quieren curarse de su adicción, sin reparar en que todos los gobiernos desde 1956, año de ingreso de nuestro país al organismo, que fueron en busca de ayuda después de un tiempo volvieron a ir a pedirla (ellos o sus sucesores) a causa de la histórica adicción a caer en altos déficits fiscales, atraso cambiario, déficits en cuentas corrientes y balanza comercial negativa y a las recetas que siempre aconseja el Fondo. El Fondo no ha cambiado, ni cambiará, seguirá haciendo y aconsejando lo que le fue fijado cuando se creó en Bretton Woods, en 1944: impulsar que se limiten los déficits fiscales y que los países con problemas tomen medidas cambiarias y monetarias correctivas tendientes a restringir los pagos y las transferencias corrientes.

En esta calesita el Fondo nunca fue eficiente con lo aconsejado a los gobiernos argentinos. Cada vez que se le solicitó ayuda, al llegar apurados y para salir del paso se firmaron créditos stand by y se sometieron a los dictados ortodoxos que se les recomienda desde Washington, lo que implica que, para la mayoría de los argentinos de a pie que ya vivieron estas experiencia, el Fondo es un pésimo prestamista, más allá de la tasa de interés que se pueda obtener y que las condiciones que impone para otorgar esos créditos van siempre en la misma dirección.

Cabe señalar que, en el marco de la realidad internacional en los tiempos que corren, bastante mal leídos por este Gobierno, el mundo ha dejado de ser multilateral y la primera potencia se ha convertido en el principal defensor del bilateralismo.

America First significa romper acuerdos multilaterales como el de Irán, irse del TTP, poner trabas al actual acuerdo del NAFTA, no aplicar el Acuerdo de Cambio Climático de París, es decir que no le interesa impulsar acuerdos o tratados multilaterales y eso es lo que precisamente hace el Fondo Monetario cuando otorga un crédito, ya que necesita la aprobación mayoritaria de sus socios; los Estados Unidos recordamos que tienen el 18% de las acciones, es decir, capacidad para trabar cualquier acuerdo o para poner condiciones duras más allá de declaraciones o gestos de amistad.

La Argentina puede lograr el apoyo de los técnicos del Fondo que se ocupan de la Argentina o la aprobación elegante de madame Lagarde, pero además deberá contar con la aprobación de la junta de gobernadores, donde los ocho directores deciden: Alemania, Arabia Saudita, Japón, Reino Unido, Francia, China, Rusia y los Estados Unidos, que es el país con mayor cantidad de votos (265 mil, es decir, 18%), y que muchos de ellos tienen un recuerdo pésimo del default argentino y de la restructuración de esa deuda.

En síntesis, Argentina vuelve al Fondo y el Gobierno lo pagará caro políticamente, y dependerá de lo que diga la carta intención que presentará y de su defensa para que el ajuste que venga atado al crédito no sea brutal.

Porque lo peor que le puede pasar al Gobierno es que se apure ahora para salvar lo poco que se podía salvar y las autoridades del Fondo lo entretengan en una larga negociación y finalmente le pidan todo lo que el Gobierno con su gradualismo no quiso entregar hace dos años y medio, cuando llegó y tenía mucho más poder que ahora.

Su ineptitud para no haber previsto y anticipado la suba del dólar cuando era obvio que sucedería ante el aumento de las tasas de interés en los Estados Unidos, máxime después de haber implementado medidas que expulsaban a los inversores en Lebacs, sumado al narcisismo respecto a que Mauricio Macri era el presidente con el más alto nivel de aprobación de la región y era halagado por políticos y medios extranjeros, la realidad le decía otros discursos, trabas al aluminio y al acero, no liberación al ingreso de carne bovina argentina, pequeña cuota en limones mientras se solicitaba y se obtenía el ingreso de carne porcina norteamericana a nuestro país.

Por otro lado, la negativa a la apertura del mercado agrícola de la Unión Europea por parte de los gobiernos francés y español debieron haberle abierto los ojos y ayudado a darse cuenta de que no existen amigos en política exterior, solo intereses permanentes, como ya lo expresara el primer ministro inglés George Canning hace 200 años. El Presidente y su Gobierno deberían haberlo sabido antes.