ABC y Unasur, un "hasta pronto" y no un "hasta nunca"

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A fines del 2017 trascendió que la Argentina tenía previsto abandonar la Unasur. Los meses del verano trascurrieron sin mayor novedad sobre la cuestión, hasta que, pocos días atrás, los gobiernos de Argentina, Brasil y Chile, así como los de Colombia, Perú, Paraguay, etcétera, informaron la decisión conjunta de suspender de manera transitoria su presencia en ese espacio regional. Los vetos y las objeciones de algunos de los países del bloque bolivariano a las candidaturas a ocupar la secretaría general llevaron a una parálisis y a un punto muerto en su funcionamiento.

De manera prudente, nuestro país no pegó un portazo definitivo ni lo hizo de manera aislada y unilateral. Tomando en cuenta la población y el PBI de Argentina, sus socios en este movimiento, claramente estamos en el 90% o más de Unasur.

Los antecedentes de este organismo pueden remontarse a fines de la década de los 90, con el firme impulso del presidente de Brasil, Fernando H. Cardoso, y de Carlos Saúl Menem en nuestro país. Una forma de potenciar espacios de coordinación política y proyectos de conexión física e infraestructura entre los países del naciente Mercosur, o sea, estos dos países más Uruguay y Paraguay y el resto de la región. Sin necesariamente excluir actores hemisféricos claves como México. La idea fuerza continuó durante el último tramo del segundo mandato de Cardoso y el breve período de Fernando de la Rúa.

Este ámbito institucional abierto y pragmático comenzaría a tomar un nuevo aspecto a partir de los primeros años del siglo XXI. La llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela, luego el triunfo electoral de Lula da Silva, el ascenso de Kirchner, de Evo Morales y finalmente de Correa, el boom de los precios de las materias primas que exportaban estos países, los recuerdos traumáticos de los ajustes económicos en Venezuela en 1989 y de la Argentina entre 2000 y 2002, y un Estados Unidos aturdido por los ataques del 11 de septiembre 2001 y sus campañas subsiguientes en Afganistán e Irak, conformarían una escenografía ideal para un giro hacia un espacio regional con fuerte sesgo ideológico. Asó como una escasa voluntad de articular espacios de convergencia con México y ni que decir los Estados Unidos.

Para fines del primer mandato de Lula, Brasil parecía haber alcanzado finalmente una posición estratégica y diplomática incomparable en su historia y ni que decir vis-à-vis la Argentina. El mandatario brasileño era elogiado por medios de prensa liberales del mundo, asó como por los de orientación populista y de izquierda. Mantenía fluidos y amigables diálogos y acuerdos tanto con George W. Bush, los hermanos Castro, Chávez, Ángela Merkel, el gobierno chino, etcétera. Las cámaras empresariales del Brasil apoyaban la moderación con que el Gobierno del PT conducía las políticas de estabilidad macroeconómicas y de baja inflación heredadas de Cardoso. Como sucedió con el general Perón entre fines de los años 60 y 1973, cada sector político e ideológico a nivel nacional e internacional parecía ver a Lula como afín.

En ese escenario, la Argentina friccionaba más y más con Washington y con el mercado internacional, y con particular fuerza pos pelea Kirchner-Bush en 2005, y más aún a partir del 2007. Su reinversión como hombre de izquierda en el 2003 dejaba de ser un elemento táctico para compensar la falta de poder con la que llegó en mayo de ese año, para pasar a ser una estrategia exitosa de consolidarlo e incrementarlo. Mientras Lula y el Brasil eran mimados por izquierda y derecha, por el norte y por el sur, nuestro país aparecía más y más como un actor díscolo, rebelde y crecientemente ideologizado.

Por esas paradojas de la historia y de la naturaleza humana cruzada por intereses, un país con tan fuertes lazos como la Argentina con México, país que albergó a una abundante cantidad de exilados políticos de la izquierda peronista y no peronista argentina durante los 70 y comienzos de los 80, pasaba a ser considerado como ya bajo la esfera de poder de los Estados Unidos vía su pertenencia al NAFTA junto con Canadá. Parecía que a la altura del canal de Panamá se había erigido un muro ideológico. Entre una Sudamérica orientada hacia posturas de izquierda y supuestamente bolivarianas, y un norte neoliberal y hegemonizado por Washington. Desde ya Cuba y luego Nicaragua eran vistas como excepciones de este esquema maniqueo.

La sofisticada y muy profesional diplomacia brasileña sabía de la endeblez de esa caricatura, pero no dejaba de ser muy tentador posicionar a Brasilia como el alfa y el omega de la subregión, sin que en ese imaginario estuviese un coloso económico y demográfico como México y ni que decir de la superpotencia que eran y son los Estados Unidos. Con ellos, Brasilia podría bilateralizar la relación.

No obstante, para comienzos de la segunda década del presente siglo las cartas se volvieron a barajar con resultados muy diversos. La destitución vía constitucional de la ex presidente Dilma Rousseff, el sorpresivo triunfo de Mauricio Macri, el colapso económico y humanitario en Venezuela, el rechazo popular a un nuevo mandato de Evo Morales, la victoria de la centroderecha en Chile y la de Donald Trump, son algunos de los datos a tomar en cuenta. El fin del presente año y en especial el 2019 nos darán un panorama más claro de quiénes serán los próximos mandatarios de Brasil y Colombia, las perspectivas de un nuevo mandato para el Presidente argentino, así como una decantación, esperemos de la manera más constructiva y menos traumática posible, de la crítica situación humanitaria en Venezuela.

En este contexto, quizás se vayan dando las condiciones que permitan retomar la plena actividad de una Unasur con su énfasis puesto en logros concretos en materia de integración, infraestructura y coordinación de políticas exteriores. Con menos palabras grandilocuentes y más realidades palpables. Así como abierta a un diálogo constructivo con un país clave como México. Con la probable victoria de López Obrador de por medio, esperemos que ello atenúe la propensión de los sectores ideológicos que se sentían más cómodos con el anterior y hoy hueco Unasur, en derribar el muro imaginario que montaron entre los dos lados del hemisferio.