Un debate necesario para un peronismo inteligente

Claudia Neira

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La necesidad de una reforma laboral aparece, en la actualidad, como un tema central en la agenda de los gobiernos neoliberales. En la Argentina, se instala de la mano de Cambiemos, con discursos pseudofuturistas y recetas viejas, que ya fracasaron en todo el mundo.

Frente a ello, desde la oposición, lejos de poner en debate seriamente la cuestión e incorporar los nuevos dilemas que enfrentan nuestras sociedades, respondemos de forma bien intencionada pero, generalmente, limitada y perezosa. A una mirada caduca neoliberal le respondemos desde la mirada nostálgica de un mundo que ha cambiado radicalmente.

Es así como se termina discutiendo, en ambos casos, sobre la base de ideas concebidas en el pasado sin voluntad alguna de poner en duda su vigencia para los tiempos actuales.

En este sentido, el Gobierno plantea una reforma laboral sin tener respuestas claras y estratégicas acerca del futuro del trabajo en nuestro país; pero es preciso asumir que nosotros, desde la oposición, estamos muy cómodos con ideas que funcionaron en una Argentina que poco tiene que ver con la actual.

La política de empleo debe pensarse en el marco de un proyecto de país

La creación de puestos de trabajo se plantea como objetivo de cualquier política de empleo. Sin embargo, dicha meta cuantitativa indiscutida requiere ser desarrollada e implementada en el marco de un proyecto estratégico de país. La definición de la sociedad que queremos alcanzar y los lazos comunitarios que la definen es un tema sustancial a la hora de repensar el mundo del trabajo.

Nosotros, los peronistas, seguimos pensando en una comunidad vertebrada en torno al trabajo y nos cuesta asumir que esa Argentina de trabajadores dejó de existir hace tiempo luego de ser desarticulada a partir de la última dictadura militar.

Asimismo, en los años 90, junto con la flexibilización laboral y el cuentapropismo, no solo se generó pobreza, sino que se instaló una nueva cultura, individualista y "meritocrática" que no nos detuvimos a analizar. Vimos la destrucción de los derechos sociales y advertimos que había una generación de chicos, hijos de la más absoluta exclusión, pero no interpretamos adecuadamente el cambio cultural que se había instalado en nuestra sociedad.

Entendimos que, en los sectores vulnerables, la falta de trabajo de los padres deriva en la falta de proyecto de vida y de futuro de los chicos, pero no vimos cómo se desarticulaba el proyecto colectivo de una Argentina de trabajadores. Es así como, pese a la creación de miles de puestos de trabajo, este problema social y profundo no pudo ser solucionado por los gobiernos kirchneristas. Y sumado a ello, la política de incentivo del consumo generada desde el 2011 hasta el 2015, paradójicamente, derivó en la aparición de un nuevo sujeto social: los consumidores.

La Argentina de Cambiemos no es de trabajadores, ni siquiera de consumidores

El Gobierno de Cambiemos redujo considerablemente el consumo; afectó especialmente a los sectores medios (variación interanual consumo masivo en 2016: -4% y en 2017: -1%). La contracción de la demanda interna, sumada a la reducción de las exportaciones, generó la pérdida de miles de puestos en pymes industriales, textiles y sectores productivos intensivos en trabajo. En este sentido, un caso paradigmático son los seis mil puestos de trabajo que perdieron los supermercados de la mano de la destrucción del consumo.

Al mismo tiempo, este Gobierno incentivó las diferentes formas de cuentapropismo, haciendo eje en el "emprendedurismo", concepto que abarca realidades heterogéneas: desde iniciativas con un enorme potencial hasta un mundo de precarizaciones encubiertas y proyectos de supervivencia.

Esta tendencia a la pérdida de trabajo asalariado puede observarse en los datos de crecimiento del empleo: entre noviembre 2015 y noviembre 2017 de cada 10 nuevos empleos netos registrados, menos de uno son asalariados del sector privado (el 3,8% del total). En concreto: cuatro monotributistas, dos empleos en sector público, uno en casas particulares y casi tres monotributistas sociales. Asimismo, la tasa de subocupación (10,2%) supera dos dígitos como no sucedía desde 2006 (excepto 2009 de crisis internacional).

Cada día más personas emprenden o trabajan freelance. El cuentapropismo, poco a poco, dejó de ser una opción de los profesionales para pasar a ser parte de un nuevo modelo de sociedad.

La revolución tecnológica abre un nuevo mundo de relaciones comerciales: con una computadora se puede comprar, vender, operar servicios… ¿Estas nuevas formas de trabajo, diferentes del asalariado, son una puerta a una mejor forma de vida de las personas donde pueden manejar sus tiempos y gozar de más libertad? ¿O son nuevas formas de precarización de la vida de los ciudadanos?

Pensemos que el millenial palermitano que trabaja con su computadora en un bar es absolutamente minoritario en relación con otras formas de cuentapropismo: nuevos empleos como Uber, los deliverys virtuales y las nuevas formas de trabajo se caracterizan por permitir una gran autonomía, pero también por la absoluta orfandad de derechos que conlleva.

Por otra parte, los sectores más vulnerables de la sociedad tienen cada día más dificultad para acceder a un empleo formal. Los avances tecnológicos reducen los trabajos manuales y aquellos que requieren menos formación. Pero, además, las políticas del Gobierno actual generan la pérdida de empleos en supermercados y en la totalidad de la rama industrial, con mayor incidencia en pymes y textiles. Es decir, aquellos mediante los cuales pueden acceder a mayores niveles de formalidad y, como consecuencia, terminan concentrándose en sectores como construcción y servicio doméstico, empleos con enormes índices de informalidad e inestabilidad laboral.

Los cambios tecnológicos son imparables pero las consecuencias pueden ser estratégicas

Hoy es imposible prever cuál será la magnitud de la pérdida de empleos a partir de los avances tecnológicos. A lo largo de la historia, la incorporación de la máquina a la producción generó temor de que las personas se vuelvan prescindibles o que queden subordinadas a la tecnología. Muchos empleos se perdieron y otros nuevos se crearon, pero la pérdida de libertad de los cuerpos, sujetos a trabajos mecanizados y con jornadas laborales extensas fue, sin lugar a dudas, una consecuencia de las sucesivas revoluciones industriales.

La cuarta revolución tecnológica, con la robotización y la inteligencia artificial, trae nuevos problemas y dilemas. No solo se plantean distintos empleos que tienden a desaparecer, sino que la pérdida de libertad apunta hoy ya no a los cuerpos (que supuestamente gozan de una nueva autonomía), sino a la mente de los ciudadanos, con nuevas y sofisticadas formas de dominación.

Frente a esta complejidad, no se trata de cerrarse a las nuevas tecnologías sino de preparase para ellas. La definición de un Estado que cuide los intereses de sus ciudadanos debe ser poner los avances al servicio de las personas y no a la inversa. Es imperioso generar una educación que prepare a las personas para lo que viene, pero teniendo en cuenta que, en un país como el nuestro, durante muchos años serán necesarios trabajos manuales, oficios y comercio, no solo para el desarrollo, sino también porque no es posible un proyecto que deje afuera a miles de personas. Un país podría desarrollarse con más tecnología y menos trabajos, pero difícilmente nuestra sociedad resista una vida comunitaria digna de ser vivida en esas condiciones.

Con esta perspectiva es preciso analizar la idea de la "renta básica" hoy instalada en diferentes países, de la mano de los debates de la cuarta revolución industrial.

En nuestro país este debate se instaló en los 90, ante la ausencia de trabajo y los terribles niveles de pérdida de derechos. Por eso, la creación de la asignación universal durante el Gobierno de Cristina y sostenido por el Gobierno de Cambiemos debe entenderse como piso de derechos sociales para los niños, que administran las madres y no como un sustituto del trabajo.

En la Argentina, el trabajo sigue siendo absolutamente necesario, por sus características demográficas y poblacionales, y muy especialmente por el tipo de sociedad, sus problemáticas y la necesidad de un ordenamiento en la vida comunitaria.

Repensar el mapa del trabajo en función de nuestro proyecto de país

La tarea pues es repensar el trabajo no solo en función del modelo productivo, sino en relación con el país que queremos ser.

En este sentido es necesario definir el rol de los trabajadores en nuestra sociedad, qué clase de trabajo tenemos como objetivo, si pretendemos una jornada laboral de menos horas, más trabajo asalariado o seguir profundizando el cuentapropismo y otras tantas cuestiones.

El mapa del trabajo en nuestro país ha cambiado. Mientras debatimos si aumenta o disminuye el desempleo, hay que detenerse a observar los profundos problemas sociales y culturales que subyacen a estos cambios. No se trata tan solo de analizar el crecimiento del empleo sino de ver cómo está creciendo, qué sectores motorizan más el desarrollo económico (y tienen mayor potencial) y la calidad del empleo que pretendemos.

Este mundo requiere que nos animemos a repensar todo. El trabajo será uno de los grandes temas de la Argentina de los próximos años y los peronistas tenemos un gran desafío: ser inteligentes. No alcanza con atarse al pasado, tampoco con ser racionales. El país necesita que hagamos lo que otros hicieron antes: tener ideas y proyectos para nuestro tiempo.

La autora es directora del Banco Ciudad, referente peronista de CABA.