Trump: dispara a Siria pero apunta a Irán y se reúne con Corea del Norte pero piensa en China

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Pocas semanas atrás, la administración Trump lideró el ataque con 105 misiles cruceros lanzados desde mar y el aire contra tres zonas de Siria que concentraban, según trascendió, instalaciones ligadas a la producción y el almacenamiento de armas químicas. Más del 80% de los vectores fueron de los Estados Unidos y el resto, de Reino Unido y Francia. Pese a las alertas y las amenazas cruzadas, la crisis no pasó a mayores.

Rusia, en su condición de aliado y proyector de Al Assad, ha dado muestras de mantener un discurso de firmeza y poder, pero al mismo tiempo buscar no empeorar la relación política y en especial la económica con Washington. Vladimir Putin sabe que no hay una Rusia inserta adecuadamente en el sistema económico internacional si imperan las sanciones de Estados Unidos y otras potencias occidentales claves. En conjunto representan más del 50% del PBI mundial. Rusia, en tanto, goza del segundo arsenal convencional y nuclear del mundo, pero con un PBI levemente inferior al de Brasil. Cabe recordar que en sus momentos de gloria la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) llegó a equivaler a poco más de la mitad de la riqueza que producía la economía americana. Hoy, con suerte, un décimo.

Asimismo, veteranas pero agudas mentes geopolíticas como la de H. Kissinger vienen sugiriendo enfáticamente a la élite política de Washington en general y a Donald Trump en particular, buscar espacios de diálogo e interacción con Rusia. Bajo la premisa de que el verdadero desafío geopolítico al poder de los Estados Unidos en las próximas décadas es China y no Rusia. Como profundo conocedor del gigante comunista de Asia y artífice del acercamiento de Nixon con Mao en 1972, Kissinger no necesariamente quiere o cree en una escalada inevitable y traumática de chinos y americanos. Pero sí tiene muy en claro que no es ni prudente ni realista alienar a Moscú y así facilitar el juego geopolítico de los mandos de China. Más aún cuando, revisando la historia, desde la época de los zares y todavía de la URSS, el vínculo entre ambos distó de ser armonioso y cooperativo. Incluyendo un choque armado en 1969.

El mismo Trump tiene en claro comenzar, más temprano que tarde, a encauzar las relaciones con su par ruso. No hay estrategia sólida para el mandatario americano y sus sucesores en los próximos 20 a 30 años que no incluya evitar que Rusia no tenga más opción que acercarse más y más a China. Solo cabe imaginar a los mandos políticos y militares del este coloso asiático mirando con sonrisas socarronas las peleas y las amenazas entre Estados Unidos y Rusia por temas como la injerencia rusa en la contienda electoral entre Trump y H. Clinton en 2016, con el objetivo puesto más en deslegitimar y embarrar ese evento democrático que en buscar que alguno de ellos ganara. Lo que es visto en Moscú como una retribución de gentilezas por lo que asumen que fue el activo respaldo de Washington a la caída del gobierno pro ruso en Ucrania pocos años atrás. También los mandos chinos sin duda disfrutan el espectáculo de rusos y americanos pujando por el caso sirio. Cuanto más distraído esté el establishment político y militar estadounidense con esta Guerra Fría 2.0, menos energías habrá para la cuestión clave tal como es el ascenso militar, económico y cultural chino.

No obstante, en el corto y mediano plazo existen dos frentes que serán claves en este triángulo que conforman Estados Unidos, Rusia y China. Nos referimos al programa nuclear y misilístico de Irán y a la disposición o no de Corea del Norte de deshacerse, a cambio de ingentes ayudas económicas, comerciales y garantías de seguridad, de su arsenal atómico y balístico. El desafío de Trump y su nuevo secretario de Estado, M. Pompeo, será tener en cuenta cómo y qué movidas diplomáticas y militares tomar en estos dos casos que ayudarán a concentrar más las energías en el desafío chino que en los enojos rusos. El próximo 12 de mayo la Casa Blanca debe decidir si renueva su respaldo, tal como se hace cada seis meses, al acuerdo firmado por la administración Obama, Francia, Reino Unido, Rusia, China y Alemania con los iraníes para poner en una pausa de al menos 10 años el programa nuclear de uso bélico de Teherán. Trump, desde que asumió, en enero de 2017, destacó que ese documento no era adecuado para la seguridad nacional de los Estados Unidos y aliados como Israel y Arabia Saudita. Así como que carecía de límites claros para la construcción por parte de Irán de misiles capaces de lanzar futuras bombas nucleares a 1000 o 2000 kilómetros de distancia. En su reciente visita al Senado, Pompeo subrayó que la prioridad será reformar y reforzar el acuerdo, pero que, llegado el caso de que el régimen iraní se negase, no habría más opción que dar por finalizado lo que Obama consideró uno de sus principales logros. Al cual llegó, en gran medida, forzado por las muy erradas decisiones de su antecesor, George W., de anarquizar el Medio Oriente y potenciar a Irán con la innecesaria invasión a Irak.

El ataque militar americano de pocos días atrás a Siria no impide observar que la prioridad de Washington es poner un fuerte y urgente límite al creciente poder iraní en Siria, Líbano, Yemen y Gaza. En este contexto, Washington deberá aprovechar el desinterés que tiene Moscú en que los fundamentalistas islámicos de Irán logren poner operativo su arsenal nuclear y sus misiles balísticos. Pero igualmente es cierto que los mandos rusos tampoco desean que los Estados Unidos incrementen su poder e influencia en la región luego de los tropiezos que representaron los conflictos en Irak y Afganistán. Una guerra que lleva casi 17 años y no da síntomas de concluir. Un escenario 2018 y 2019 en donde se escale fuertemente por desacuerdos entre Trump y Putin por Irán y un escenario más armónico, si bien con momentos de fricción lógicos, entre los Estados Unidos y China por la desnuclearización de Corea del Norte, no haría más que postergar aún más la sugerencia kissingeriana a la Casa Blanca de no confundirse de prioridad, o sea, el rival estratégico de ahora y a futuro es el régimen chino y los rusos.

Un paso prudente en este sentido sería no derribar totalmente el próximo 12 de mayo el acuerdo con Irán. Al mismo tiempo que no precipitarse en asumir que un encuentro amigable a comienzos de junio entre Trump y el líder norcoreano es una solución mágica a una problemática más que compleja y en una zona de influencia de China. Cabe recordar que la historia muestra que los coreanos, aun los comunistas, han tenido añejas tensiones y desconfianzas con sus vecinos chinos. No casualmente hasta el fin de la Guerra Fría, en 1989, el abuelo del actual dictador coreano privilegió a Moscú por sobre Beijing. Otro tema más que interesante para que Kissinger le cuente a Trump en las próximas semanas.