Maldito glifosato

Andrés Domínguez

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¿Genera cáncer el glifosato? No hay acuerdo científico aún para decir que este agroquímico crucial en la agricultura argentina sea nocivo para la salud. Ha habido estudios en todos los sentidos, muchos financiados por los interesados. Los organismos internacionales han hecho su aporte a la confusión: la Organización Mundial de la Salud lo clasificó como "probablemente cancerígeno para los seres humanos" (resaltamos "probablemente") y ha señalado "pruebas limitadas de carcinogenia". La Unión Europea publicó un informe del que se descubrió que había copiado párrafos enteros de otro documento hecho por Monsanto, la multinacional emblema en la venta de este herbicida (y el demonio de esta película). No fue plagio, pero sí un papelón.

Así, sin definición de la ciencia y, aunque absolutamente todos piden un debate basado en hechos y sin preconceptos o estereotipos, hace años se han tomado posturas políticas o sectoriales. En esta discusión el glifosato es hoy más una bandera política que un herbicida.

Los partidos y los grupos ecologistas van por una prohibición total, las empresas niegan todo y los productores y los agricultores, guiados por sus propios costos, son la primera línea de batalla contra los "verdes". La discusión pasó al ámbito político y en la opinión pública la batalla está siendo ganada por los que ven en el glifosato un veneno. En Argentina, en la ciudad de Gualeguaychú, que está en la región más productiva y que lo aplica desde hace décadas, se acaba de prohibir su uso en cualquier forma. Cero glifosato.

En Europa esta tendencia es muy fuerte. En Alemania se ha convertido en un tema de Estado. El mismo día que Gualeguaychú lo prohibió la ministra de Agricultura y Alimento, Julia Klöckner, anunció medidas para limitarlo y afirmó que el objetivo es "detener el uso del glifosato tan pronto como sea posible" en suelo alemán. Maldito glifosato.

Primero, Gualeguaychú. En la ciudad de los "ambientalistas" (por la Asamblea que mantuvo un histórico corte de puentes limítrofes con Uruguay por la instalación de las pasteras) el Concejo Deliberante aprobó una prohibición total: aplicación, expendio, almacenamiento, transporte, comercialización y venta. Segundo, Europa. Aquí el tema hay que analizarlo de dos maneras. Por un lado, la presión para evitar su uso interno, pero, por otro, el freno que se pretende a la entrada de productos que hayan utilizado glifosato en su proceso de elaboración.

Por ejemplo, la soja, superestrella de las exportaciones de nuestro país. En noviembre pasado la Unión Europea renovó por 5 años la licencia tras un duro debate. Ante la falta de pruebas definitorias se definió la continuidad de la autorización de uso temporal. Alemania cambió su voto tradicional de abstención a aprobación y fue un escándalo: Ángela Merkel afirmó que el entonces ministro Smith, responsable del cambio de voto, no cumplió sus instrucciones. El tema era central en las negociaciones que la canciller llevaba adelante con los socialdemócratas, única alternativa que tenía para formar gobierno. Aun así, muchos apuestan a que, al vencer esta licencia, ya no haya más renovaciones y se bloquee la entrada de productos en lo que se haya aplicado glifosato.

Cuidado: algunos van más allá y pretenden también vedar el ingreso de carne de animales que hayan sido alimentados con productos que, a su vez, hayan sido producidos con glifosato. Otros incluso abarcan cualquier producto que tenga atisbos de organismos genéticamente modificados. Para nosotros implicaría límites ni más ni menos para la carne de vaca, principal producto de exportación argentino al mercado alemán.

Tercero, los nuevos límites alemanes. Según el acuerdo que necesitó para formar un nuevo gobierno, la democracia cristiana y sus aliados socialdemócratas propusieron ir a la eliminación del uso del glifosato dentro de su país. El gobierno anunció una estrategia de minimización, en acuerdo con regulaciones de la Unión Europea. Se prohibió el uso para individuos, en jardinería privada (muy común como hobby en todo el país) y pequeña horticultura. También en parques y lugares públicos deportivos. Se lo limita a situaciones de emergencia y cuando no haya alternativa agronómica viable. Además, se anunció la intención de invertir e investigar alternativas de otros productos, idealmente no químicos, para el cuidado de las plantas y los cultivos. La ministra Klöckner además tuiteó que busca "regulaciones restrictivas y hacerlo innecesario". La señal es clara: límites al glifosato hoy e ir al glifosato cero pronto. Hay presión en los ecologistas, los consumidores cada vez se vuelcan más a los "bios" y, más allá de la ciencia, es la política la que lleva al gobierno de Berlín a tomar este camino.

Si el principal país de Europa prohíbe el uso del glifosato puertas adentro por motivos de salud o ambientales, ¿cuánto tiempo puede pasar para que también limiten la compra de los productos de países donde sí se permite su uso? Incluso aún sin límites legales, los consumidores aumentarán su rechazo. Imaginemos cuán delicada sería la posición argentina sin posibilidad de vender soja y sus subproductos a Europa, y con riesgo sobre carne vacuna y otros productos.

En un mundo al borde de la guerra comercial entre los Estados Unidos de Donald Trump y China, con una Europa necesitada de buenas noticias pero con un liderazgo en reconfiguración, y una negociación entre Mercosur y Unión Europea en marcha, todo puede pasar. Pero si la moda ecologista no amaina y Europa decide basada en sus votantes e intereses sectoriales, el glifosato será cada día más maldito, y su maldición puede caer sobre la economía argentina.

El autor es coordinador general de RED Consultora.