Hace ya varios años, Toni Judd proponía que, en lugar de promover la expansión indiscriminada de la democracia, deberíamos prestar más atención a sus falencias y tratar de superarlas. Hoy, la democracia ha puesto en evidencia dos de esas falencias.
La primera es su relación con la economía, que se nos presenta en la forma de una corrupción generalizada. Fuera de aquellos actos de corrupción que tiene como destino el robo personalizado, mucha de esa corrupción se advierte en un destino vinculado directamente al sistema democrático. En efecto, sin distinguir entre izquierdas y derechas, mucho producto de la corrupción tiene como destino, el aporte a las campañas electorales.
El otro gran problema es el de la representatividad. Ya en los años 60s del siglo XX, Carl Friedrich había señalado la artificiosidad de la representación política, y entre nosotros, Germán Bidart Campos había impugnado esa representación.
Entre otras razones, Bidart Campos ponía el acento en dos fallas sobre el concepto de representación, que exigía de acuerdo su maturaleza, una unidad en el representado y una unidad en el representante, para poder hablar de una voluntad reflejada en esa representación. En el caso del sistema democrático, esa unidad no existe en ninguna de las dos puntas: ni el representado (los electores) es una unidad, sino que muestra una voluntad dividida. Las mismas observaciones se plantean en el representante, la Cámara de Diputados, donde tampoco aparece una voluntad unificada.
Los proyectos actuales sobre el aborto y su despenalización ponen en evidencia otra falla sustancial de la representación política. Cuando elegimos como nuestros "representantes" a los diputados, lo hacemos sobre los temas planteados en la campaña electoral. Las razones pueden ser diferentes: la economía, la situación social, la lucha contra la pobreza o cualquier otro motivo puntual.
Sin embargo, esos diputados deberán ahora pronunciarse sobre un tema que no estaba en discusión y sobre el cual ignoramos qué piensan los diputados que hemos elegido. ¿Cómo poder aceptar que esa decisión refleja la voluntad del votante? Esa contradicción se manifiesta claramente en las encuestas: mientras que la mayoría de los ciudadanos se pronuncia a favor de la despenalización del aborto, esos números se invierten en las predicciones sobre el comportamiento de nuestros "representantes", que parecen volcarse a la posición contraria, donde la aprobación parece problemática.
Así, mientras las encuestas marcan una posición, los "representantes" de la ciudadanía adoptarían una posición contraria. Esta circunstancia pone en evidencia la falacia de la representación política. Que además de incongruente aparece como innecesaria.
Bastaría con aceptar que los miembros del Congreso han sido elegidos para legislar, sin que sea necesario aceptarlos como nuestros representantes.
El autor es director de Interamerican Institute for Democracy