De acuerdo a los últimos datos aportados por el INDEC, a fines de 2017 la pobreza alcanzaba al 25,7% de los argentinos (11,3 millones de personas), y la indigencia al 4,8% (2,1 millones). Si se comparan esas cifras con las de 2016, la pobreza bajó 4,6 % y la indigencia 1,3 %. Si bien la necesidad de ordenar el descalabro recibido el 10 de diciembre de 2015 por el gobierno de Cambiemos, que obligó a sincerar – aunque fuera gradualmente – los precios de la economía, en particular las tarifas de los servicios públicos, hizo que 2016 fuera un año difícil, los datos de pobreza han mejorado respecto de ese momento inicial.
En otras palabras, aún con los imprescindibles aumentos tarifarios, la pobreza y la marginalidad disminuyeron. Esta buena noticia se explica por el incremento general en los indicadores económicos. La Argentina viene creciendo durante siete trimestres consecutivos. Se destacan especialmente las subas en la industria y la construcción, gracias a los créditos hipotecarios y la obra pública. Asimismo, ha aumentado la inversión. Este marco positivo generó un crecimiento del empleo, tanto formal como informal.
Pero la disminución de la pobreza se relaciona también con el significativo aumento en las prestaciones de los programas sociales. Es igualmente relevante que los salarios hayan subido más que la inflación (27,5% frente al 24,8%).
Mauricio Macri fijó desde su discurso de asunción al combate contra la pobreza como uno de los objetivos principales de su gobierno. Y en reiteradas oportunidades señaló que esperaba que su gestión fuera evaluada por la sociedad, al término de su mandato, especialmente por el cumplimiento de esa meta.
Es notable que los gobiernos kirchneristas, que se jactaban de ser los paladines de los pobres y los campeones de la inclusión, hayan dejado una herencia tan lamentable en ese campo, con un tercio de los argentinos en la pobreza. Esto es particularmente imperdonable porque les tocó ejercer el poder durante años excepcionalmente favorables para la economía por el contexto internacional, sobre todo por los altísimos precios de nuestras materias primas exportables. Dilapidaron en forma irresponsable esa oportunidad, mientras otros países de la región, de diversos signos ideológicos, lograban el efecto contrario, sacando a millones de personas de la pobreza y la marginalidad.
De ahí que sean absurdas e inmorales las acusaciones del kirchnerismo y otros populismos respecto del supuesto carácter neoliberal e insensible de Cambiemos. La realidad mata al relato. La narrativa de la década despilfarrada se sostenía, entre otros aspectos, en un grosero apagón estadístico. Sin datos confiables, se podía decir cualquier cosa, hasta que en la Argentina había menos pobres que en Alemania. Esto no pasó hace un siglo, sino ayer nomás. Es bueno tenerlo presente, en medio de los fuegos artificiales con que los que nos llevaban a Venezuela quieren aturdir hoy a los argentinos. No es el papelito que, de buena fe, le hizo llegar Luis Caputo a la diputada Gabriela Cerruti, lo que debería merecer nuestra atención. Tampoco, las ridículas denuncias sobre el patrimonio de funcionarios que merced a su formación, su esfuerzo y su talento pudieron alcanzar el éxito profesional o empresario en la actividad privada y han actuado siempre en el marco de la ley.
Lo que verdaderamente importa es si estamos marchando por el camino correcto. Los recientes datos de pobreza y marginalidad nos confirman que la respuesta afirmativa es contundente. Lo saben, antes que nadie, los pobres, esos que han sido usados tantos años como clientela política, mantenidos en la marginalidad para que no sean ciudadanos plenos y puedan ser manipulados más fácilmente. Ellos ya advierten los signos del cambio y las graduales pero irreversibles mejoras en su calidad de vida. Es esta comprobación, que las encuestas reflejan, lo que lleva al populismo declinante a multiplicar, sin éxito, las operaciones destinadas a sembrar la confusión. La realidad les resulta intolerable.
El autor es diputado nacional por Cambiemos