El páramo intelectual de la dirigencia política argentina

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Es un lugar común decir que las pésimas políticas económicas han sido las causantes de la declinación de Argentina en toda la posguerra, único caso en el mundo en el que se pasó de nación rica a nación pobre, según el premio Nobel Paul Samuelson.

En todo caso cabe decir que, más que las medidas económicas fallidas, lo que ha venido fracasando una y otra vez son las ideas económicas que están detrás de las medidas que se adoptan.

El populismo en su versión kirchnerista, en nombre del nacionalismo económico, ha hecho del cierre de la economía, del mercado interno y la sustitución de importaciones, sus piezas intelectuales centrales, y del sistema financiero, el instrumento pasivo de las demandas de los sectores económicos.

Para un país con apenas algo más de 40 millones de habitantes, en un mundo en el que para ser eficientes las empresas tienen que fabricar millones de unidades, esta concepción no tiene posibilidad alguna de hacer de Argentina un país rico, avanzado en lo industrial y con posibilidad cierta de dar trabajo a toda la juventud que ingresa al mercado laboral cada año.

Si se trata del liberalismo económico, todas las veces que este pudo ejercer la conducción de la economía nacional, también aplicó su fórmula preferida de reducir el gasto público, los salarios y las jubilaciones en términos reales, y a veces, como Domingo Cavallo en el 2001, bajar esta última en términos nominales.

El liberalismo económico quiere un peso fuerte como un modo de consolidar un proceso de confianza en la moneda nacional y para lograrlo, entre otras cosas, abre la economía a la competencia internacional manteniendo un dólar barato y un peso caro, algo que aplica en estos momentos el Gobierno de Mauricio Macri.

El liberalismo económico está pensado para que el país pueda seguir recibiendo préstamos externos, tanto para el Estado como para el sector privado, y de ahí su obsesión con lograr un superávit fiscal primario. Es un modelo al servicio de los acreedores externos que termina siempre en una crisis de la balanza de pagos, porque abrir la economía con un tipo de cambio bajo es invitar al desastre macroeconómico.

¿Qué pasa que no se ha podido estructurar un modelo económico que tenga la capacidad de unir en una gran síntesis estas dos concepciones? ¿No puede coexistir un Estado fiscalmente sólido con un Estado inversor fuerte en infraestructura? ¿No puede coexistir un tipo de cambio alto con salarios reales crecientes? ¿No puede coexistir un proyecto de desarrollo industrial con un grado fuerte de apoyo financiero externo? ¿No pueden coexistir bajos niveles de inflación y altos niveles de expansión económica?

Contestamos que por supuesto se puede dar esa coexistencia de parámetros intelectuales que a priori se rechazan como inviables, pero ello exige que hagamos un análisis de la experiencia de los países que pudieron conjugar estabilidad con desarrollo, inversión privada con inversión pública, proteccionismo con apertura exportadora.

Pero Argentina sigue atravesando un verdadero páramo intelectual y el confusionismo que reina en este terreno es una demostración muy clara de lo que decimos.