Hay una nueva religión y se llama "dataísmo". Eso es lo que sostiene Yuval Noah Harari con pasión evangelizadora. Según el autor de "Homo Deus" , el universo consiste en un flujo de datos, y el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de la información.
Se trate de un credo o de una ideología, sea la de Harari un predicción provocadora o una mirada ajustada a lo que se viene, el furor por la data tuvo una dramática irrupción en la escena global con el escándalo que sumergió a Facebook en una debacle financiera y lo metió en un imprevisible entuerto judicial.
Según el revulsivo autor israelí, el "dataísmo" cambia el paradigma de los tiempos al ofrecer tecnología innovadoras y poderes inmensos y nuevos. Los que adhieren a esta nueva visión creen que "los humanos ya no pueden hacer frente a los inmensos flujos de datos actuales y que por lo tanto el trabajo del procesamiento de la información debe encomendarse a algoritmos eléctrónicos, cuya capacidad excede ampliamente al cerebro humano.
Pero el dogma que anima la Biblia de Harari va más allá. Lo cierto y verdaderamente disruptivo es que los nuevos y sofisticados algoritmos informáticos son capaces de interactuar con los algoritmos bioquímicos permitiendo un diálogo de desarrollo exponencial entre la informática y la biología. Según la mirada más extremista del "dataísmo" esto desploma la barrera que separa a los animales de las máquinas.
Para el autor, todos los organismos, se trate de un elefante, una manzana o el más lúcido de los intelectuales, no somos más que una alquimia de datos procesados. Los sacerdotes imbuídos de esta nueva creencia sostienen que la economía no es más que un mecanismo para acopiar datos sobre deseos y capacidades y transformar esos datos en decisiones.
En el caso de Cambridge Analytica, que hoy nos ocupa, esa lógica se habría aplicado a la política en su versión más distorsionada.
La apropiación, legal pero engañosa, de data contenida en cincuenta millones de cuentas de Facebook sometida a la multiprocesadora de los algoritmos, filtrada por expertos en psicología y Big Data y convertida en "fake news" de concertada, rápida y direccionada viralización en el contexto de campañas electorales. Manipulación en su forma más perversa y sofisticada.
El ciberespacio se ha convertido en una suerte de campo de batalla de las tensiones que afectan nuestra vida.
La tecnología va infinitamente más rápido que la política y los resguardos institucionales de nuestras democracias no logran recopilar ni procesar los datos relevantes con rapidez y, por lo tanto, no alcanzan a generar en tiempo y forma antídotos eficaces ante el uso impropio o delictivo de las nuevas herramientas.
Desde la perspectiva de Harari, podríamos interpretar a toda la especie humana "como un único sistema de procesamiento de datos en el que los individuos hacen las veces de chips".
Somos el producto
Los que piensan que esta mirada no es más que una audaz profecía de ribetes extremistas, seguramente sufrieron con las noticias de esta semana un sofocante sobresalto. Pero no todos se sorprendieron. Lo ocurrido a los desprevenidos usuarios de Facebook y a los votantes de Trump, Hillary y el Brexit no tomó de sorpresa a los que vienen monitoreando estos procesos de cambio exponencial.
Según Santiago Bilinkis, hay que perder la mirada naive frente a las redes y plataformas y comprender que uno es el "producto". Entender que, como en toda transacción comercial, hay un comprador ( el anunciante) un vendedor ( la plataforma o red social) y que el producto es siempre uno, el usuario. Aceptarlo ayuda a protegerse.
El autor de "Pasaje al futuro" lo viene advirtiendo desde hace tiempo. El negocio de las compañías que te ofrecen algo gratis es siempre tenerte ahí. Todo tiene un precio. No compiten por tu dinero, sino por tu tiempo y por tus datos. Se trabaja destajo para que volverte adicto y los mecanismos de la adicción del cerebro humano están siendo exhaustivamente estudiados por las mentes más brillantes del planeta.
Según Bilinkis mientras nosotros alimentamos nuestros perfiles y desnudamos nuestras preferencias en las redes, en la Universidad de Stanford, entre otros prestigiosisímos institutos de investigación, funciona el "Persuasive Technology Lab", dónde los especialistas estudian cómo funciona la mente humana en bases a la infinita cantidad de datos que hoy subimos desde nuestros dispositivos alimentando el ininterrumpido trabajo de los algoritmos.
Hay que asumirlo. Somos el producto. El dato que proveemos a las empresas es hoy el insumo estratégico. El dato se compra, se vende, se analiza y se distorsiona. En el dato duro se inspiran las estrategias de manipulación y encuentra su base literaria las "fake news".
La implosión que afecta a Facebook es solo el comienzo, una dramática constatación, el fin de una ilusión. Las redes quedan expuestas atravesadas por las peores aberraciones del sistema.
Cualesquiera sean los argumentos de Mark Zuckerberg, presidente ejecutivo de Facebook, y aún conocida su decisión de suspender a Cambridge Analytica el daño, sobre la red es muy alto. Facebook depende de la decisión de los 1400 millones de usuarios que interactúan a diario en la plataforma. Ese es su producto.
Zuckerberg termina la semana convocado por la Comisión Federal de Comercio de EE:UU a dar explicaciones y por varias comisiones del Congreso. También lo requiere la Cámara de los Lores y el Parlamento Europeo. Lejos de aplacarse, el escándalo pone en fuga a los inversores y en la estampida arrastra a Google y otras plataformas.
También esta semana se conoció un informe de Amnistía Internacional Argentina que da cuenta del accionar de "cibertropas" motorizadas de manera concertada para atacar blancos fijos con una saña y agresividad altamente profesionalizadas. Una sostenida tarea de trolling con el objetivo de afectar el prestigio o credibilidad de periodistas y/o referentes sociales utilizando la viralización de mentiras para neutralizarlos en el debate público.
A la luz de estas novedades las extremas profecías de "Homo Deus" no parecen tan delirantes. Los "dataístas" creen que las experiencias no tienen valor si no son compartidas y que el sentido de la vida no está en nuestro interior sino en conectar nuestras cotidianas vivencias con el gran flujo de datos para que sean los algoritmos los que descubran nuestro sentido y razón de ser y de hacer.
Cualquier parecido con nuestra diaria realidad no es precisamente una fantasía.
SEGUÍ LEYENDO: La Justicia británica autorizó el allanamiento de la sede central de Cambridge Analytica