El efecto Trump aproxima al Mercosur y a la Unión Europea

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Por esas vueltas y paradojas de la historia, el discurso y las acciones de nacionalismo económico que viene desarrollando Donald Trump desde su llegada al poder, y de manera más clara y contundente en las últimas semanas, básicamente centrados en el estratégico campo de la propiedad de patentes tecnológicas y en menor medida en el sector del acero y el aluminio, son uno de los factores que viabilizarán más temprano que tarde el anuncio de un acuerdo marco entre la Unión Europea y el Mercosur.

Viendo las historias de ambos procesos de integración, se puede entender el fuerte grado de influencia que esa experiencia europea tuvo sobre los que diseñaron nuestro espacio subregional. Si bien fueron los gobiernos militares de Argentina y Brasil, en 1979, plasmado con la visita del general João Figueiredo a Buenos Aires, los que dieron el paso inicial para desactivar la hipótesis de conflicto por el uso de los grandes ríos en común, y el impacto económico y estratégico de las grandes represas hidroeléctricas a partir de los años 70, serían el presidente Raúl Alfonsín y luego el presidente Carlos Menem los que reforzaran y consolidaran la relación diplomática económica con Brasil.

La posición de Brasilia de buscar desactivar la hipótesis de guerra con Buenos Aires ya puede ser rastreada en 1978, con una sustancial neutralidad durante el pico de tensión bélica de Argentina y Chile, y ni que decir con la postura amigable hacia nuestro país durante la guerra de Malvinas. La diplomacia brasileña asumió inteligentemente que la competencia por ser el más grandote del barrio ya se había inclinado indefectiblemente a favor de ellos. La crónica inestabilidad política, incluyendo golpes internos en gobiernos militares, y económica de la Argentina hacía inviable esa carrera para nuestro país. Pero también era verdad que esa victoria de nuestro vecino distaba, y por mucho, de colocarlo en un lugar fuerte y relevante en la política internacional, signada por gigantes económicos y proteccionistas, con capacidades militares infinitamente mayores. En ese escenario, lo más prudente era mejorar la relación con Buenos Aires. Como dice el dicho, a los amigos hay que tenerlos cerca y a los rivales, aún más.

Durante los dos primeros gobiernos pos 1983 de nuestro país, la imagen de Europa occidental como modelo de integración fue muy marcada. Desde ya había sustanciales diferencias. Allá, existía un gran poder económico como era Alemania, así como dos potencias militares nucleares tales como Francia y Gran Bretaña. Sin olvidar la omnipresente influencia estratégica de los Estados Unidos con su presencia y liderazgo en la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus bases en toda Europa. En el caso del Cono Sur, se trataba de dos países subdesarrollados, que salían de dictaduras, con default en sus deudas externas, muy alta inflación y fuerte deterioro social. La afinidad cultural que nos unía y nos une a Europa no compensaba la masiva política de subsidios agrícolas que evitaron y evitan el ingreso de productos alimenticios altamente competitivos de nuestros países a ese mercado. En ese contexto, uno puede rastrear ya desde hace 20 años referencias y comentarios a la utilidad y la necesidad de un acuerdo entre ambos espacios regionales.

Por la información que trasciende a ambos lados del Atlántico, esta vez parece que será finalmente así. Para ser realistas, algo fundamental cuando se trata de la selva de la política internacional, seguramente lo que se anuncie será un acuerdo marco que, con tiempo, paciencia y mucha negociación posterior y sectorial, se irá llenando de contenido económico y comercial concreto. En este sentido, tanto para nuestros países como para los europeos, pos terremoto del Brexit británico, una declaración de acuerdo sería un activo útil en un escenario signado por un Trump que va homogeneizando su equipo con menos y menos globalistas, como él los llama con sorna, y más y más hombres y mujeres que ven como máxima prioridad que Estados Unidos no sea sobrepasado en capacidades estratégicas por la ascendente China. Si para eso hay que poner límites, trabas y reformas al orden económico internacional que creó Washington pos 1945 y consolidó pos caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), se hará.

La no existencia de una Casa Blanca que quiera impulsar fuertemente el libre comercio en el hemisferio americano, el fallido y famoso ALCA, saca de encima uno de los fantasmas más recurrentes de los sectores económicos que impulsan proteccionismo en nuestras economías, así como argumento movilizador a las izquierdas. Tanto Mauricio Macri como Michel Temer y sus equipos económicos se hubiesen sentido más cómodos en un mundo como los 90, pero como usualmente la realidad nos elige a nosotros y no la inversa, les toca vivir este período de mayor nacionalismo económico y político en el mundo. Con una China que ha vuelto a la reelección indefinida de su líder, que había sido prohibida desde 1982, y que busca potenciar más y más su mercado interno para no depender tanto del comercio exterior, en especial del mundo occidental. Con una Rusia decidida a hacerse respetar por medio de su poder militar y de inteligencia.

La posible foto de los mandatarios democráticos del Mercosur y sus pares europeos será una pequeña pero no por ello insignificante bocanada de aire fresco. Si bien los análisis y los comentarios suelen focalizarse en el poder económico y estratégico de Estados Unidos y China, cabría recordar que el PBI sumado de los países de la Unión Europea es casi equivalente al de la superpotencia americana. En materia de defensa, la suma de sus presupuestos supera al chino y aún más al ruso.