¿Cómo leer la carta de Francisco?

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Me contaba Roberto Alifano, autor de Conversaciones con Borges, que siendo sacerdote, Jorge Bergoglio se había relacionado con el Maestro y que esos diálogos habían tenido continuidad. Luego, un maravilloso poema de Borges que Alifano compartía de memoria con quien hoy es Papa. Ese recuerdo me convocó al asombro y la curiosidad, luego, la cantidad de declamadores ofendidos por el rosario a Milagro Sala o la carta a Hebe me devolvieron a la realidad nacional y popular.

Hay una carta del Santo Padre, recorrerla nos permite reivindicar su pensamiento de siempre, ese que necesitaron deformar para poder cuestionar. No es tan extensa como clara. Se instala donde estuvo siempre, muy por encima de nuestros conflictos, esos que quisimos reflejar en fotos o actitudes tan esenciales a un sacerdote como inexplicables en un político, mucho más en uno de esos comentaristas que abundan en nuestra pequeñez.

Esa carta de afecto, humildad y grandeza, esa carta que desnuda el esfuerzo de aquellos que le endilgan posturas que jamás tuvo intenta retornar a la clave de la relación entre un Santo Padre y su pueblo de origen, mucho más cuando la decadencia exige culpables alejados de sus verdaderos responsables.

Y aquí puede ingresar el otro gran maestro, Discepolín, que nos supo fotografiar en una frase: "Los inmorales nos han igualao". Premonitorio: "Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón".

El preso al salir en libertad dijo haber sido "secuestrado", un perseguido político. Como si no tuviera razones para terminar entre rejas, deja la sospecha de haber utilizado el término exacto; se me ocurre que al decir "secuestro" se refiere al necesario pago del "rescate". Como si a cierta desmesura del delito la riqueza acumulada garantizara la libertad al culpable. Los jueces, algunos, ignoro cuántos, no están para hacer justicia sino tan solo para exigirles un peaje a los delincuentes. Premonitorio el gran maestro Discepolín: "os inmorales nos han igualao".

Ya fueron varios los que me agredieron con una frase cínica y carente de sentido: "Este país es inviable", de un enorme pesimismo que traslada a las fuerzas del destino la responsabilidad que nos obliga a todos. Una idea nueva, atroz: muchos cambian su ciudadanía, algunos por moda, otros por odio y los más, para no pagar impuestos. La sociedad va perdiendo la esperanza en la misma proporción en que el Gobierno sueña su reelección. Fenómenos paralelos, el disfrute del poder con el miedo a la miseria. Ese temor de la clase media de convertirse para siempre en clase baja.

El peronismo convirtió a la clase baja en clase media; ahora están invirtiendo ese fenómeno, privatizaron los servicios monopólicos en nombre de la libre competencia y dejaron al ciudadano prisionero de la codicia. Antes los ricos dejaban grandes donaciones con sentido social, hoy festejan sus aburrimientos en Marruecos. Habían derrotado a Ramón Carrillo y Arturo Oñativia, ministros de Salud de Perón y de Illia, hombres de bien que supimos tener hasta que los inmorales lograron igualarnos. Como decía Tejada Gómez de ellos: "Tiene un perro, una amante y un psicoanalista que le amansa la muerte dos veces por semana".

Somos escépticos aquellos que cuidamos la esperanza, intentamos protegerla de una nueva frustración. Pero ahora ya abundan los cínicos, aquellos que intentan tomar distancia del dolor social, de ese sentimiento de fracaso que acompaña el crecimiento de la deuda, la libertad de los delincuentes y la aburrida reiteración de la inflación. Y las encuestas, esas que muestran la caída de los que gobiernan sin que por ahora surja una alternativa.

Y los opositores que se amontonan soñando volver a existir, como si una acumulación de mediocres gestara un lúcido, como si unir fuera lo mismo que amontonar, como si la ausencia de ideas se justificara con la abundancia de rostros. Hasta ahora, la oposición solo ocupa el otro lado de la desesperanza.

Cinco años del Papa, los ricos, ateos o creyentes, molestos, enojados, convencidos de que sí existe un Cielo, un más allá, un paraíso, también les corresponde a ellos, para los pobres y los caídos solo les dejan el infierno del Dante, una manera sutil de negar que es el único destino que sinceramente les pertenece. Cinco años de un Papa argentino, regalo de la vida que supo ser orgullo para los pocos países que lo recibieron, regalo que nosotros convertimos en un nuevo manojo de odios y resentimientos; no sea que una muestra de grandeza nos encuentre distraídos. "Los inmorales nos han igualado". Eso es lo grande de los verdaderos poetas, que vuelven eternas sus sentencias.