Aborto: legislar negando los valores fundamentales no es progreso

Antes de abordar el tema de los proyectos de ley de interrupción voluntaria del embarazo es necesario ver la realidad social sobre la que el legislador pretende actuar. Lo primero es ver, ya que como dice Jorge Mario Bergoglio en sus cuatro principios guía del pensamiento: "La realidad es superior a la idea".

La realidad de muchas mujeres embarazadas

La realidad que mueven los proyectos de ley es el de las mujeres que en nuestro suelo deciden abortar. Sin certezas se sabe que son muchas y se machaca con cifras rimbombantes. Sea cual fuere la cantidad, siempre será una magnitud significativa.

El fenómeno atraviesa distintas capas sociales, en mayor medida las mujeres pobres: a) porque corren riesgos graves al realizar abortos con médicos que especulan con la clandestinidad y la pobreza; b) por razones económicas vinculadas con la crianza; c) por la falta de contención de las familias débiles; d) por violaciones; e) por la irresponsabilidad de hombres que engendran hijos y desaparecen.

También por ley se persigue disminuir la cantidad de actuaciones policíaco-judiciales, que en los hechos están muy lejos de representar la formación de causas penales, ya que se agotan en la mera notificación policial a la fiscalía y el archivo, y posibilitar que el Estado, por medio del servicio público y las obras sociales, pague el costo de los abortos, lo que no sería posible si sigue siendo un delito penal.

La otra cara de la realidad

Pero el fenómeno tiene otra cara, la vida del embrión, por lo que vale preguntarnos: ¿qué expulsamos cuando se expulsa el embrión?

Que en el embrión hay vida humana es una verdad incontrovertible, pero además las ciencias biológica, médica, psiquiátrica y genética afirman que desde el primer estadio de vida el ser humano desarrolla una estrategia de comunicación, con gran capacidad de usar la realidad material y una inteligencia práctica hasta extremos insospechados. En el campo de la genética, se puede observar todo un proceso de retroalimentación mediado por el entorno en el que el cigoto se desenvuelve desde los primeros instantes de su existencia. "Así, el comenzar a existir no es nunca algo solitario y conforma el modo de ser, menesterosidad que se prolonga más allá del nacimiento" (Rof Carballo). Hay una energía vital dialógica, hay un otro necesitado llamado hijo.

Evaluar

Hemos visto las realidades que se encuentran en juego y la decisión de esto pertenece al ámbito de los valores; no hay otra manera de profundizar el tema sino en ese campo.

El profesor monseñor Víctor Manuel Fernández enseña en un matutino cómo, ante diversas posibles acciones que significan graves violaciones a los derechos humanos, la respuesta es un patente: "No se puede". Respuesta que compartimos, y para avanzar en ese camino, en el campo de los valores morales, nos preguntamos: "¿Por qué no se puede?".

¿Por qué no se puede?

Decir "atroz violación a los derechos humanos" es algo así como decir "2 + 2 = 4", simplemente eso, lo que es, un ente ideal. Sin embargo, cuando decimos: "Bajo ninguna circunstancia se debe matar a un hijo", no solo decimos lo que es, sino también lo que debe ser, como si fuera un mandato. Eso es así y no depende de ningún otro propósito, ni el del dinero, ni de la comodidad, ni de la economía familiar, no, bajo ningún concepto, es así y debe ser así, es un imperativo. ¿Alguien, por alguna razón, le cortaría el cuello con una navaja a su madre a cambio de algo?

Ahí podría terminar la discusión. Sin embargo, para desmenuzar el tema creemos que es bueno aclarar que la acción del asesinato tiene un valor (es bueno o es malo). El valor es esta propiedad de ser bueno o malo; y la valoración es una reacción de parte del sujeto ante la acción.

Se nos puede decir que los valores cambian. Que los valores morales son muy distintos en diversos tiempos y en diversas civilizaciones. A este respecto hay dos grandes teorías, el positivismo y el idealismo, y teorías intermedias.

La teoría positivista, representada sobre todo por los británicos, dice que los hombres se acostumbraron a decir: "Esto es conveniente, aquello no", y así se han ido formando los valores, conforme a la utilidad. Si la situación, los objetos y las acciones correspondientes no resultan ya útiles, por ejemplo, porque cambiaron las circunstancias, cambia también el valor. Si le preguntáramos a un positivista si se puede abortar, podría contestar afirmativamente y argumentar que el embrión en la panza de la madre ya no nos es útil y necesario, porque puede producirlo en el laboratorio, pongamos por caso. Como vemos, confunden el valor con la valoración.

Los idealistas, en cambio, están de acuerdo con que nuestras estimaciones varían y muchas cosas que aquí se miran como buenas son vistas en otra parte como malas, pero hacen notar que esto no sucede solo en el orden de los valores, también pasa en la geometría o en las matemáticas, o en otras ciencias donde ciertas verdades tenidas por absolutas caen por demostraciones posteriores como falsas. Las estimaciones son variables, relativas, en perpetuo cambio. Los valores en sí son eternos e inmutables.

El positivismo parece inconsistente, porque confunde lo que es un valor, por ejemplo, vida, pongamos por caso, del embrión, con la valoración ("no existe para mí y en consecuencia la suprimo", acción), que es la particular visión y reacción frente al valor.

Por otro lado, el auxilio que damos a una persona que vemos caer en la calle no es una acción sometida a un juicio de valor previo, es una reacción natural. Solo después de nuestra reacción podremos evaluar si actuamos bien o mal. Y por eso decimos que la valoración y el valor son cosas distintas, y el mundo de los valores lo vamos determinando a partir de esa revelación desde la relación que tenemos con los otros seres y las cosas de este mundo.

¿No habrán variado los valores y el padre Fernández no lo sabe?

Habría que decir, sostiene J. Bochenski, que los valores son variables y no lo son. Son variables en cuanto el hombre mismo es variable. Por ejemplo, hace 50 años era de buena educación enviar un obsequio de las primeros frutos del naranjo al vecino y hoy nadie se inquieta por saber quién vive en el departamento de al lado. El valor de la buena vecindad ha variado. En cambio, el hombre no es variable en aquello en que la propia constitución del ser humano es constante, como el amor al padre, a la madre, al hermano o al hijo.

Ahora bien, es cierto que las dos cosas se dan en nosotros: las particularidades varían, el núcleo fundamental permanece. De ahí que los valores fundamentales son también invariables. Mientras el hombre sea hombre, matar al hijo, desde el primer instante de su existencia, degollar a la madre, torturar o tirar a los presuntos guerrilleros de los aviones al mar, serán siempre crímenes.

Que esto acontezca en la realidad no cambia los valores en juego y la única explicación es que el hombre es o se vuelve ciego ante determinados valores. "Como hay hombres ciegos para los colores, así también hay ciegos para los valores", dice Bochenski. En eso, los argentinos tenemos una largo historial de recidivas.

Actuar

Ahí está el debate. Parece evidente que el progreso de una sociedad más humana no se habrá de alcanzar con legisladores que legislen negando los valores fundamentales del ser. El actuar está por venir.